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jueves, 13 de mayo de 2010

El conflicto entre China y EEUU se recrudece

por James Petras

¿Desembocará inevitablemente en una conflagración mundial la intensificación del conflicto entre EE.UU. y China? Si consideramos la historia reciente como un indicador fiable, entonces la respuesta es un rotundo sí. Las guerras más destructivas del siglo XX fueron consecuencia de los enfrentamientos entre las potencias imperiales establecidas y las potencias imperiales emergentes. Las prácticas y las políticas de las primeras sirven de guía para las segundas.

La explotación colonial que el Reino Unido infligió a la India, a sus mercados, hacienda, materias primas y mano de obra sirvió de modelo para la guerra y conquista que Alemania intentó en Rusia [1].
La enemistad entre Churchill y Hitler tuvo tanto que ver con sus visiones imperiales comunes como con sus puntos de vista contradictorios de la política. Del mismo modo el pillaje colonial de Europa y EE.UU. realizado en el sudeste asiático y las ciudades costeras de China sirvió de modelo para la ofensiva colonizadora y explotadora de Japón en Manchuria, Corea y China continental.

En cada caso, el conflicto entre las potencias imperiales establecidas, pero estancadas, y las nuevas potencias imperiales dinámicas de desarrollo tardío condujo a guerras mundiales en las que sólo la intervención de otra potencia imperial en ascenso, Estados Unidos (junto a la proeza militar imprevista de la Unión Soviética), hizo posible la derrota de las anteriores potencias dominantes. EE.UU., establecida después de la guerra como la potencia imperial dominante, desplazó a las potencias europeas, subordinó a Alemania y Japón y se enfrentó al bloque sino-soviético [2].

Con la desaparición de la URSS y la transformación de China en un país capitalista dinámico, el escenario estaba preparado para un nuevo enfrentamiento entre el poder imperial establecido –EE.UU. y sus aliados europeos– y China, la potencia mundial emergente.

El imperio de EE.UU. cubre el mundo con cerca de 800 bases militares [3], alianzas militares multilaterales (OTAN) y bilaterales, y una posición dominante en las denominadas instituciones financieras internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) y los bancos transnacionales, firmas de inversión e industrias de Asia, América Latina, Europa y otros lugares.

China no ha desafiado ni copiado el modelo de EE.UU. de construir el imperio basándose en la capacidad militar. Y todavía menos el enfoque japonés o alemán de cuestionamiento de los imperios establecidos. Su dinámico crecimiento está impulsado por la competitividad económica, las relaciones de mercado guiadas por un estado de vocación desarrollista y la voluntad de pedir prestado, aprender, innovar y expandirse interna y externamente desplazando la supremacía estadounidense en los mercados regionales y nacionales de América Latina, Oriente Próximo y Asia, así como dentro de EE.UU. y la Unión Europea [4].

Las potencias imperiales establecidas

Las guerras mundiales y regionales, en la medida en que participaron las potencias dominantes (por mediación de los propios estados o a través de otros subordinados), fueron resultado de los esfuerzos de éstas por mantener posiciones privilegiadas en los mercados establecidos, el acceso a las materias primas y la explotación del trabajo a través de acuerdos bilaterales y multilaterales.
Con frecuencia, unos acuerdos territoriales vinculaban al país imperial con los estados y regiones dependientes, y excluían a los competidores potenciales. Las bases militares eran una imposición añadida sobre las zonas económicas imperiales controladas, mientras que redes de clientelismo político favorecían a los países imperiales.

Dado el privilegiado y temprano establecimiento de sus dominios imperiales, las potencias imperiales tradicionales presentaban a las nuevas potencias imperiales como agresores que amenazaban la paz, es decir, su posición hegemónica. Al igual que las primeras, las nuevas potencias seguían un mismo patrón de conquista militar de estados satélites coloniales y no coloniales antes en manos de los estados imperiales establecidos, seguida por su saqueo [5].

A falta de redes, sátrapas y clientes, las nuevas potencias se apoyaban en el poder militar, los movimientos separatistas y quintas columnas (movimientos locales leales a la naciente potencia imperial). Los nuevos poderes alegaban que su «legítima» aspiración a una parte del poder mundial se veía bloqueada por boicoteos económicos ilegales en su acceso a las materias primas, y por sistemas mercantiles de tipo colonial que les cerraban sus mercados potenciales.

La derrota de las nuevas potencias (Alemania y Japón) a manos de las anteriores potencias coloniales [6], con el apoyo esencial de la URSS y EE.UU., sentó las bases de un nuevo conglomerado imperial que competía y entraba en conflicto, sobre nuevas bases. La Unión Soviética creó un grupo de países satélites de carácter militar-ideológico limitado a Europa oriental en el que el centro imperial subvencionaba económicamente a sus clientes a cambio de su control político.

La potencia estadounidense sustituyó a las potencias coloniales europeas a través de una red mundial de tratados militares y de la penetración forzada en los antiguos estados coloniales mediante un sistema de dependencia neocolonial [7].

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