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miércoles, 19 de mayo de 2010

La columna de Jalife...

Bajo la Lupa

Samba nuclear con choque telúrico en Irán

Alfredo Jalife-Rahme

Foto
Brasil y Turquía lograron un histórico acuerdo con Irán para canjear uranio
Foto Reuters


Antecedentes:

El programa nuclear iraní fue iniciado a instancias de Estados Unidos (EU) con el sha (recordemos a los demócratas iranófobos: un tirano) para contener a la ex URSS en su flanco sur y en el mar Caspio.

Con la Revolución Islámica de 1979 los contratistas nucleares de EU incumplieron sus compromisos y se llevaron considerables sumas de dinero por adelantado que aún adeudan.

Para entender el juego semiótico de palabras gestado deliberadamente en torno del contencioso nuclear iraní –propalado por el omnipotente sionismo financiero que controla los principales multimedia de Occidente (en especial, a los autodenominados independientes)– es fundamental distinguir entre uranio de bajo enriquecimiento (LEU, por sus siglas en inglés) y uranio de alto enriquecimiento (HEU, por sus siglas en el mismo idioma), como explayamos en el noticiario de la admirable comentarista Carmen Aristegui.

Para construir una bomba atómica se requiere enriquecer el uranio a más de 90 por ciento (HEU), capacidad que la teocracia chiíta iraní dista mucho de poseer y que nadie ha sido capaz de demostrar ni en sus peores pesadillas propagandistas. La capacidad de la teocracia chiíta iraní alcanzó un enriquecimiento de 3.5 por ciento que conforma la aplastante mayoría de su LEU.

En fechas recientes, Irán manifestó su intención y/o inició –esperemos a ver qué dicen al respecto los sabuesos de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), con sede en Viena– su enriquecimiento de uranio a 20 por ciento, insuficiente todavía para fabricar una bomba atómica.

El sionismo financiero y sus propagandistas en los multimedia occidentales alegan descabelladamente que un enriquecimiento de 20 por ciento, en relación con el anterior 3.5 por ciento, aproxima a Irán al umbral de 90 por ciento para dotarse de una bomba nuclear. Pues sí: 20 por ciento es más cercano que 3.5 a 90 por ciento, pero, háganse las piruetas que se quiera, todavía está muy lejos (70 por ciento) del fatídico umbral.

Un enriquecimiento de 20 por ciento no sirve ni para una bomba yucateca.

Irán es signatario del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) y es monitoreado estrechamente por la AIEA.

En obsceno contraste, Israel –para citar al país más polémico que ha encabezado la política de guerra y/o sanciones contra Irán– se ha dotado en forma clandestina de entre 200 y 600 bombas nucleares (dependiendo de quién realice el cálculo mágico); además, desdeña firmar el TNP y, por tanto, no es objeto de la vigilancia de la AIEA gracias tanto a las canonjías celestiales paleo-bíblicas como a la complicidad de EU y las principales potencias europeas que han protegido desde 1948 todos sus desmanes regionales.

Hechos:

El lunes 17 de mayo marcó una fecha histórica con el acuerdo de intercambio nuclear que fue concretado en Teherán, al margen de la cumbre del G-15 (ver Bajo la Lupa; 16.5.10), por el resplandeciente G-3 Nuclear: Brasil, Irán, Turquía (BIT, en orden alfabético), que deja sin coartada bélica a los rijosos encabezados por Israel y coloca en tela de juicio las anheladas sanciones asfixiantes del Grupo de Viena (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, sumados de Alemania).

El acuerdo conseguido por la mediación turco-brasileña –que desde su génesis Bajo la Lupa apoyó sin tapujos– es similar al que había propuesto Obama en octubre pasado y que fue aceptado en un inicio en Viena por el presidente Ahmadinejad. Luego, la delicada situación interna en Irán impidió la formalización del acuerdo, según aducen fuentes diplomáticas (no identificadas) en Teherán.

El trueque anterior de Viena concertaba a Rusia y a Francia, que han sido desplazados por Turquía, principalmente (y tras bambalinas por Brasil): depositaria del LEU iraní de 3.5 por ciento para ser intercambiado (el famoso swap) por LEU de 20 por ciento para uso médico en el lapso de un año.

Queda fuera Francia y habrá que ver si Rusia no regresa por la puerta trasera del swap cuando ha concretado relevantes acuerdos nucleares con Turquía.

Las implicaciones geopolíticas y geoeconómicas del acuerdo del G-3 Nuclear, una verdadera samba en las cercanías de Persépolis, son ya fundacionales del nuevo orden mundial multipolar.

La síntesis es dramática: en Irán pierde el G-7 y triunfa el BRIC (Brasil, Rusia, India y China), al que se suma en forma espectacular Turquía, todavía miembro de la friable OTAN.

Si el mundo había cambiado en Osetia del Sur, como habíamos adelantado, el nuevo orden multipolar prosigue su marcha irreversible con el acuerdo de Turquía y Brasil –miembros del G-20 y prominentes potencias regionales– con Irán: potencia gasera de primer orden y la máxima jerarquía universal chiíta que recibe su bautizo a la usanza otomano-sunita y carioca-católica.

Las reverberaciones de la samba nuclear de Teherán son ya monumentales cuando ha colocado a la defensiva al mundo occidental sumido en la perplejidad, mientras la Liga Árabe de 22 miembros ha proclamado su beneplácito,

Más allá del nuevo eje BIT, Brasil irrumpe creativamente en Medio Oriente y abre las puertas de Sudamérica a Turquía y a Irán.

El choque es telúrico: cuando la teocracia chiíta se encuentra cercada en el golfo Pérsico, Turquía abre a Irán (su segunda frontera terrestre más importante después de Siria) las puertas del mar Mediterráneo y lo conecta estratégicamente con Siria y Líbano para dejar lastimosamente aislado a Israel, el máximo derrotado.

El luto será de varios años en Israel –promotor de la furibunda iranofobia– y nadie lo ha expresado mejor que Debka (17 y 18.5.10), presunto portal del Mossad, el tan vilipendiado servicio de espionaje israelí.

Como las contaminantes trasnacionales anglosajonas en el Golfo de México (BP, Halliburton, Transocean/Schlumberger; ver Radar Geopolítico, Contralínea; 16.5.10), los hacedores de la política exterior de Israel –catalogado de Estado paria en su aciaga etapa de la dupla Netanyahu-Lieberman por la ex canciller Tzipi Livni– se empiezan a echar la culpa mutuamente por sus estrepitosos errores estratégicos desde el golfo Pérsico hasta la costa oriental del mar Mediterráneo (donde resalta el infanticidio palestino en Gaza).

¿Dónde quedaron los legendarios estrategas de Israel, repleto ahora de fundamentalistas paleo-bíblicos?

Basten dos titulares de Debka, independientemente de que no compartimos sus acrobáticos contenidos insidiosos: Brasil y Turquía sostienen el empuje nuclear de Irán y Las sanciones contra Irán son letra muerta. Debka culpa a Rusia y, más que nadie, a Obama del triunfo tripartita del G-3 Nuclear, lo cual no tiene nada de insensato.

Mas allá de la estéril bravata retórica que ha adoptado el Departamento de Estado, de Defensa –centro de pensamiento estratégico europeo que se ha comido a leguas al disfuncional Stratfor– da a entender que Obama dejó hacer y dejó pasar la samba nuclear de Teherán, donde dos de sus principales aliados hasta nueva orden (Turquía y Brasil) desempeñaron un papel determinante para desactivar el contencioso iraní.

Sea lo que fuera, el 17 de mayo el BIT logró la hazaña de haber cambiado la geografía política del mundo.

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