Carolina Escobar Sarti
No me tiene que caer bien o mal, no me tiene que gustar o desagradar su rostro, no tiene que ser de “buena o mala familia”, no me importa si tiene un dedo menos en el pie derecho. No es nada personal. El perfil de un presidenciable tiene que ver con algo más integral y profundo. Cuando se da la voz de alarma porque se ha elegido a un militar asociado a violaciones a los derechos humanos como futuro presidente de una nación considerada santuario de la impunidad y la violencia, es porque se considera esto un asunto netamente político, asociado a lo simbólico, a lo histórico y a la conciencia.
Simbólicamente, elegir a un personaje con esas características significa, por un lado, que una parte del imaginario colectivo guatemalteco interiorizó su fascinación por el verdugo y le delegó poder. Por el otro, este personaje representa y fija en el imaginario colectivo un modelo de Estado, cuyo principal recurso ha sido el terror. Esto hace que, aun cuando no sean afines al presidente electo, muchas fuerzas oscuras asociadas a ese modelo, tanto del Ejército como del resto de la sociedad, resurjan como zombis para afectar, aún más, a un país quebrado. Además, el peso de lo simbólico va de la mano de una tradición genético-política americana que, a falta de monarquía, ha considerado a los políticos la encarnación de una autoridad que con su “toque real” puede hacer resucitar a cualquier Lázaro.
Por otra parte, no podemos desconocer el papel del Ejército en la estrategia de tierra arrasada, el Plan Sofía o el Plan Victoria 82, y el haber cometido el 93% de las violaciones a los derechos humanos durante nuestra guerra. Tampoco podemos negar que la cuna de los dictadores guatemaltecos haya sido militar. Todo esto es histórico y nadie puede negar la existencia de fosas comunes, testimonios, juicios o archivos históricos que le ponen nombre y apellido a los responsables. Nadie puede negar la memoria de miles de personas masacradas, torturadas o violadas. ¿Nos atreveríamos a negar lo sucedido en la Alemania nazi con todo y sus Juicios de Nüremberg, o en la Argentina de Videla, luego de que la CIDH exigiera que se derogaran las amnistías concedidas a militares y políticos, tanto argentinos como de otros países de la región?
Esta arqueología socioeconómica, cultural y política no puede disociarse del territorio de la conciencia, porque nadie merece vivir como han vivido millones de personas excluidas en Guatemala por siglos, ni morir como murieron miles en la guerra, de la manera más indigna y sin la menor justicia. Si queremos rebautizar esto que llamamos democracia, hay que quebrar la mentira política que no tiene límites para justificar crímenes injustificables de quienes quieren venganza, aunque aparenten buscar justicia: “Sí, es un asunto político. Es contra la Fiscal General, por el amor de Dios, a ella le estoy apuntando”. (Ricardo Méndez Ruiz, elPeriódico 29/11/11). De este tamaño son los zombis que vuelven a la vida en contextos como el actual.
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