El Colectivo (Medellín)
Frase atribuida a Porfirio Díaz.
Desde
cuando era candidato presidencial el magnate Donald Trump anunció como
uno de sus objetivos prioritarios el combate a los inmigrantes
latinoamericanos, para lo cual propuso terminar un muro de 3600
kilómetros de extensión para separar físicamente la frontera entre
Estados Unidos y México. En lo que va de su mandato presidencial, Trump
ha insistido en construir ese muro, lo cual no ha logrado por múltiples
inconvenientes internos. Pese a eso, no ha aflojado en su política de
criminalización de los migrantes que llegan o intentan llegar a los
Estados Unidos, quienes han sido sometidos a una feroz persecución y a
una campaña mediática de calumnia y matoneo. Y ese tenebroso individuo
ha sostenido su campaña racista porque ha descubierto que tiene una gran
rentabilidad política, máxime en momentos en que se acercan las
elecciones presidenciales, en las que el ricachón que ocupa la Casa
Blanca ya entró en campaña de reelección.
Trump es insistente
en afirmar que México es uno de los principales responsables de la
llegada de migrantes a los Estados Unidos, hasta el punto que ha dicho
en reiteradas ocasiones que ese país debe financiar el Muro en la
frontera que separa a los dos países y se lo va a hacer pagar. Como
parte de su objetivo de arrodillar al gobierno mexicano, hace algunas
semanas D. Trump lo amenazó con aplicar aranceles graduales a las
exportaciones procedentes de México, si no se detenía el flujo de
migrantes, vistos como una amenaza a la seguridad nacional de Estados
Unidos. En forma perentoria anunció que comenzaría con un arancel de 5% a
los productos mexicanos que llegan a los Estados Unidos, lo cual se
aplicaría de manera inmediata. Esto llevo a que se iniciara una
“negociación” relámpago con el gobierno mexicano, que duró solo siete
días, en la que se impusieron en toda la línea los intereses de los
Estados Unidos. El gobierno mexicano no luchó y se doblegó a las
imposiciones imperialistas de Donald Trump y compañía.
El
pretendido acuerdo impone al gobierno mexicano el control de los
migrantes que circulan por su territorio que ingresan por su frontera
sur, por Guatemala. El Secretario de Relaciones Exteriores de México,
Marcelo Ebrard, tras la firma de la capitulación dijo desde Washington,
como si fuera un funcionario estrella del gobierno de Donald Trump, que
los dos países “ se reunieron para enfrentar los retos comunes en
materia de migración incluyendo la entrada de migrantes a Estados Unidos
que violan la legislación estadounidense. Teniendo en cuenta el aumento
significativo de migrantes a Estados Unidos, provenientes de
Centroamérica a través de México, ambos países […] trabajarán
conjuntamente para alcanzar una solución duradera”.
La
capitulación apunta a que México controle el flujo migratorio de
extranjeros en su territorio que van de paso hacia los Estados Unidos,
procedentes principalmente de los países centroamericanos. Para ello,
México desplegará en un primer momento un contingente de 6000 miembros
de la recién creada Guardia Nacional para controlar su frontera con
Guatemala. Esto quiere decir, sin argucias diplomáticas, mano dura
contra los migrantes. Un segundo punto estipula que el gobierno de López
Obrador aplica el programa de Estados Unido denominado Remain in Mexico
(Permanecer en México) y lo extiende a toda su frontera norte, con el
fin de acoger a los solicitantes de asilo en los Estados Unidos, que
serán retornados de inmediato a territorio mexicano, mientras se
resuelve sus peticiones de asilo, resolución que puede durar meses o
años. En la práctica México está encarcelando a los migrantes, con el
visto bueno de los Estados Unidos.
El gobierno de Andrés
Manuel López Obrador cedió en forma dócil al chantaje hecho por Donald
Trump y ante la amenaza de los aranceles aceptó la política migratoria
de índole criminal de los Estados Unidos, violatoria de elementales
normas del derecho internacional. Sin mostrar ningún tipo de gallardía
para enfrentar a Trump, el gobierno de México dejo abierta las puertas
para futuras agresiones, puesto que el mismo acuerdo estipula que en un
plazo de 90 días serán revisados los resultados del acuerdo, de donde se
desprende que si no agradan al círculo de Trump, se impondrán aranceles
a los productos mexicanos. Es la típica política de conciliación y
entreguismo, que supone que sin luchar se conseguirán cosas y se
apaciguará el contrincante, en este caso los Estados Unidos. Vana
ilusión, porque antes por el contrario la muestra de debilidad y la
falta de firmeza es el camino seguro hacia mayor dependencia e
imposiciones por parte de los voceros del imperialismo.
Para
completar, el gobierno de López Obrador, que se presenta como de
avanzada, ha legitimado el muro estrella de Donald Trump, el de la
frontera norte de México, y ha comenzado a erigir un segundo muro, en su
frontera con Guatemala. Si antes del “acuerdo-capitulación” Trump
hablaba de un muro, después del 7 de junio (día de la ignominiosa
entrega de México), ya habla de dos, el que se ha creado por el gobierno
mexicano, para impedir el ingreso de los empobrecidos migrantes
centroamericanos al territorio mexicano, a donde vienen de paso.
La magia del poder imperialista es tal, que ahora Estados Unidos tiene
dos muros, uno en su frontera con México y otro situado a un poco más de
dos mil kilómetros de distancia, entre México y Guatemala. De tal forma
que Trump ya no tiene uno sino dos muros.
A la larga, los
perdedores han sido los migrantes de México y Centroamérica, siempre
perseguidos que huyen de sus países como resultado de la intervención
política y militar de Estados Unidos, en asocio con las clases
dominantes locales, que empobrece a las comunidades de estos territorios
y las obliga a huir en masa, para no dejarse morir de hambre. Pero ese
flujo no podrá detenerse con muros y represión, y eso es algo que no han
entendido ni en Washington ni en México.
Publicado en papel en El Colectivo, (Medellín), julio de 2019.
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