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El reimpulso de la alianza de libre comercio entre el Mercosur y el bloque europeo es un nuevo paso para la destrucción de las economías de Suramérica. |
El acuerdo firmado
con la Unión Europea (UE) por los gobiernos de Mauricio Macri y Jair
Bolsonaro (llevando a la rastra a los gobiernos de Paraguay y Uruguay, y
sin siquiera consultar al quinto miembro del Mercosur, Venezuela) ha
sido analizado ampliamente como desastroso para nuestra economía desde
cualquier óptica que no sea la de los neoliberales y la base mediática y
política de apoyo gubernamental.
Se trata de un ruinoso tratado
de “libre comercio” que busca hacer irreversibles las tendencias que las
políticas del macrismo han venido instalando para consolidar la
reconstrucción de un país oligárquico, con una mera actualización del
modelo primario del siglo XIX.
En consecuencia, busca profundizar
la concentración del poder económico en un puñado de corporaciones
ligadas a la extracción simple de materias primas agropecuarias, ciertos
sectores de la agroindustria, la exportación energética y de algunos
minerales de creciente demanda para la tecnología de última generación,
junto con una preminencia del negocio financiero sin barreras y sin
límites.
Está más que claro que esto no solo nos condena a la
casi desaparición a la industria y el comercio pyme, como ya es
costumbre en las políticas neoliberales impuestas en diferentes etapas
en nuestro país, sino también a grupos industriales hasta ahora
poderosos, vinculados a la obra pública y ciertas grandes industrias,
que hasta la “causa (fotocopias de) cuadernos” habían sido parte
fundamental del bloque de poder en la Argentina, y que empiezan a perder
su lugar de preferencia frente a los intereses corporativos arriba
mencionados.
Se cae de maduro también, a esta altura del debate,
que los grandes perdedores van a ser los sectores populares y, entre
ellos, la economía autogestionaria, cooperativa y popular.
Este
vasto espectro de expresiones de la economía surgida desde el trabajo,
en algunos casos con décadas de implantación, en otros surgidas a partir
de la resistencia a la destrucción permanente de puestos de trabajo y a
la modificación regresiva de la relación capital-trabajo, es
fuertemente vulnerable a los cambios de la matriz productiva y la
dinámica socioeconómica.
Con la tendencia que marca el
gobierno y que busca consolidar con este tipo de acuerdos, la economía
de los trabajadores y trabajadoras será fuertemente afectada y condenada
a la sobrevivencia en el “emprendedorismo” y el sometimiento a formas
cada vez más refinadas de precarización, a través de la falsamente
llamada “economía colaborativa”. Por supuesto, esto puede darse de todas
maneras de continuar la hegemonía neoliberal, aun si no se logra
aprobar definitivamente el acuerdo Mercosur-Unión Europea.
Esto último es por el momento bastante probable: el propio gobierno reconoce sotto voce
que no va ni a intentar pasar por el Congreso el acuerdo para su
ratificación, y también desde los países de la Unión Europea empezaron a
surgir fuertes cuestionamientos (incluso en las economías más fuertes,
como Alemania y Francia) que hacen prever un difícil tránsito hacia la
aprobación.
El proceso puede tomar varios años, y eso llama la
atención sobre el hecho de que el apuro de Macri para firmar cualquier
cosa que los europeos le pusieran por delante tiene un gran porcentaje
de efectismo electoral. Si el tratado llevaba veinte años de
infructuosas negociaciones, era porque uno de los bloques (o ambos)
tenía que ceder demasiado para llegar a un texto viable. Si bien Macri
estaba dispuesto a entregar prácticamente todo lo que pidieran, era
Brasil el que se negaba a avanzar desde el Mercosur.
La llegada
al poder del fascista ultraliberal Bolsonaro destrabó cualquier objeción
por parte del gigante sudamericano, cuya política económica está en
manos de Paulo Guedes, un fundamentalista de mercado que sobrepasa todos
los límites hasta ahora imaginables en la política brasileña. Macri
sobreactuó, pero como parece norma, su papel se limitó a aceptar lo que
Brasil estuviera dispuesto a ceder. Esta vez, el nuevo Brasil de
ultraderecha cedió todo.
En relación al Mercosur, la firma del
acuerdo mostró también la definitiva expulsión de Venezuela, por lo
menos mientras tenga un gobierno bolivariano. Venezuela fue suspendida
del bloque regional (y de casi cualquier instancia supranacional) en el
marco de la estrategia de la derecha latinoamericana y del gobierno de
Estados Unidos, tendiente a destruir el gobierno de Nicolás Maduro por
cualquier medio. En los hechos, el país caribeño no forma ya parte del
Mercosur, ni siquiera el presidente designado por la oposición y
reconocido por casi todo Occidente fue objeto de consulta alguna (lo que
solo hubiera realzado su ilegitimidad y nulo poder), y el acuerdo fue
firmado por cuatro gobiernos del bloque sin siquiera mencionar la
existencia del quinto miembro.
El último aspecto que vamos a
destacar es la aparente contradicción al seguidismo que ambos gobiernos
ejercen puntillosamente de las políticas de Donald Trump. Era impensable
que Bolsonaro fuera presidente cuando el actual mandatario yanqui
accedió al poder, pero el violento viraje que éste dio con respecto a
las políticas de Barack Obama dejaron a Macri en una situación más que
incómoda, no solo por haber apoyado sin ningún tacto a su rival Hillary
Clinton en la campaña, sino porque la adhesión a los proyectos de
mega-tratados de libre comercio que impulsaba Obama era una de las
principales esperanzas del macrismo en materias de tratados
internacionales. Mauricio Macri dijo en varias oportunidades que quería
sumarse al Tratado Trans-Pacífico, uno de los dos megacuerdos de libre
comercio que impulsaron tanto Obama como Bush como forma de consolidar
las líneas maestras de una economía neoliberal a escala mundial (el otro
era el TTIP, entre Estados Unidos y la Unión Europea).
Prácticamente
lo primero que hizo Trump al sentarse en la Casa Blanca fue dar de baja
esos acuerdos, largamente negociados por sus antecesores, y forzar a
Canadá y a México a una brutal renegociación del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte. No fue más que el preludio de la política
“proteccionista” del actual presidente estadounidense y de la “guerra
comercial” con China. Mientras tanto, a través de herramientas de
presión por fuera de lo económico, es decir, políticas e incluso
militares, los norteamericanos han ido debilitando a los BRICS,
incluyendo dentro de esa estrategia el golpe contra Dilma Roussef, la
prisión de Lula y el triunfo de Bolsonaro (entre otros factores de
política interna y regional, por supuesto). La política de subordinación
del macrismo a los intereses de las grandes corporaciones y del capital
financiero mediante la incorporación en los términos más arrastrados al
TPP sufrió un duro golpe, al cual debió acomodarse a través de un papel
muy poco digno con respecto a Trump, que solo rivaliza con las
“relaciones carnales” del menemismo.
Desde este punto de vista,
el acuerdo con la Unión Europea es una suerte de recuperación de la
intención original de volver irreversible la reestructuración de la
economía y la sociedad argentina, a través de la subordinación a alguno
de los mega-tratados de libre comercio. Aunque por ahora solo son fotos,
humo y fuegos de artificio mientras no haya ratificación parlamentaria
(en nuestro país y en el resto del Mercosur y la UE), si Mauricio Macri
logra su reelección no cabe ninguna duda que va a acelerar el camino
hacia la disolución de la actual economía argentina en las tinieblas del
“libre comercio”, a través de éste o del tratado que le quede a tiro.
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