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lunes, 12 de diciembre de 2016

Cuando los hechos cambian



León Bendesky
La Jornada 
El historiador Tony Judt escribió una serie de ensayos entre 1995 y 2010 que se publicaron el año pasado bajo el título de Cuando los hechos cambian. Esta frase es reminiscente de aquella que supuestamente habría usado Keynes y que remataba añadiendo “…cambio mi parecer. ¿Usted qué hace, señor?”
Esta expresión puede denotar arrogancia, al aludir a la incapacidad del interlocutor para adaptarse a las nuevas condiciones, tal y como correspondería a una persona razonable y de talante práctico. Pero me parece que esta interpretación admite una mayor y necesaria sutileza.
La modificación de los hechos políticos, por ejemplo, exige un ajuste de nuestros pareceres, es necio pretender que las condiciones no se alteran y negar que surgen nuevas relaciones, problemas y conflictos que tienen que enfrentarse.
Uno de los asuntos más controvertidos hoy gira en torno a la elección de Trump, que ha propiciado desde frustración hasta acomodos convenientes. A eso ha seguido la conformación de su gobierno, que representa un claro mensaje de intenciones. Desde nuestro horizonte, conlleva un análisis de las posibles repercusiones que tendrá en esta sociedad.
Una perspectiva del ajuste de los pareceres tiene que ver con la situación económica. Trump se encuentra con que la actividad productiva del país que va a gobernar se halla en una fase de recuperación, junto con el empleo y los ingresos.
Estos hechos ocurren luego de ocho años del comienzo de la crisis financiera que significó una fuerte recesión, el ajuste severo de la política monetaria –tasas de interés cercanas a cero–, y de la política fiscal –un fuerte endeudamiento público, primero para rescatar al sistema financiero y luego para impulsar la recuperación. Los costos de la crisis fueron muy grandes y desiguales y eso no debería echarse bajo el tapete, en aras de acomodar los pareceres.
Las medidas anunciadas por Trump en cuanto a la rebaja de los impuestos, el aumento del gasto público en sectores como la infraestructura y la conservación de los empleos en su territorio, caen en un terreno más favorable para el crecimiento.
Pero hay más. El compromiso de derogar la legislación sobre el acceso a los servicios de la salud (la llamada Obamacare), el ajuste de las leyes laborales y medioambientales son medidas bien recibidas por las empresas que pueden, entonces, incrementar las inversiones. Esto, por supuesto, no es equivalente a la consecución de un mayor nivel de bienestar de las familias y, en cambio, significa un replanteamiento de los enfrentamientos sociales en diversos frentes.
Las regulaciones de todo tipo aplicadas en el gobierno de Obama podrían tender a desbaratarse. Especialmente en el campo financiero, donde fueron significativas aunque inconclusas y con grandes fricciones luego de la crisis. En 2010 se aprobó la ley Dodd-Frank para la reforma de Wall Street y la protección de los consumidores. Ahora estas medidas dirigidas a contener los riesgos sistémicos de las actividades de financiamiento, agravados por la fuerte especulación, pueden revocarse con la mayoría republicana en el Congreso.
De la carga reglamentaria, Wall Street pasará a un nuevo periodo de euforia. Dos personajes ligados con la gigante empresa financiera Goldman Sachs han sido nominados para sendos puestos clave en la gestión económica. Steven Mnuchin ex alto ejecutivo, en el Departamento del Tesoro, y Gary Cohn, actual segundo de abordo, en el Consejo Económico Nacional.
Ese banco es simbiótico con el poder. En la administración de Bill Clinton cuando Rubin estuvo en el Tesoro y luego Paulson con Bush II. Ahora, Steve Bannon, ideólogo de la extrema derecha, jefe de la campaña electoral de Trump y uno de sus asesores principales, trabajó en aquel banco. Estos son los más notorios. La influencia es global. Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, y Draghi, que preside el Banco Central Europeo, estuvieron empleados ahí. Y José Manuel Barroso, ex presidente de la Comisión Europea, está hoy empleado ahí.
La elección de Trump llevó a algunos analistas a prever un desplome del mercado accionario, pero repuntó notablemente, reforzando el valor del dólar. Las presiones sobre empresas que planeaban mover operaciones a México no han desatado grandes oposiciones.
Acomodar los pareceres a los hechos es un elemento imprescindible. Cómo hacerlo es el factor más relevante. El mundo no es como uno quiere, aunque cueste un gran esfuerzo admitirlo. Y, sin embargo, eso no implica un sometimiento o fatalidad.
Una cosa es lo que todo esto representa en Estados Unidos y otra, muy distinta, lo que significa en México. Los efectos adversos ya se han manifestado, no han menguado y seguirán por muchos meses. No hay siquiera una buena estimación de los costos y los ajustes que habrá que hacer.
Pensar que puede fincarse en el mercado interno el impulso de un nuevo crecimiento económico es muy distinto a hacerlo. Entretanto, gobierno y partidos se escapan en tratar de ganar elecciones a como dé lugar. Extremadamente miope para la sociedad, pero potencialmente rentable para muchos en la política y los negocios.

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