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miércoles, 13 de agosto de 2014

La involución de la especie

Por Patricia Barba Avila El que tiene mucho desea más, lo cual demuestra que no tiene bastante; pero el que tiene bastante ha llegado a un punto al que el rico no llega jamás. Séneca
El devenir histórico de la especie Homo sapiens (SIC) registra incontables actos de crueldad y barbarie motivados, en la gran mayoría de los casos, por la codicia y hambre de poder de los pocos en detrimento de los muchos.
Desde el nacimiento de los primeros imperios como el persa, el egipcio, el romano, pasando por el español, el francés y el inglés en los siglos posteriores hasta el de nuestros días conocido como imperialismo “yanqui” –sostenido por un puñado de familias dueñas de ingentes riquezas– las “hazañas” traducidas en actos de barbarie espeluznante han sido la materia de narrativas históricas y escritos biográficos en los que, sorprendentemente, se describe con admiración y respeto lo que en realidad debería generar horror y rechazo: las conquistas de pueblos enteros, esclavizados y eliminados como objetos para “gloria del imperio” –léase: para el enriquecimiento inmoderado de las élites de todos los tiempos.
Y es que pese al paso de los siglos, la especie nuestra, considerada, injustificadamente, en mi humilde opinión, como la más inteligente y avanzada de todas las que pueblan nuestro bello planeta, lejos de evolucionar –considerando este término como un salto hacia adelante en la calidad del comportamiento humano– ha mostrado alarmantes signos de involución pues se tortura y se asesina con la misma sevicia y desprecio de antaño pero con el empleo de modernos y eficaces artefactos de aniquilación para cuya confección se ha utilizado el producto del talento y la pasión científica de figuras como Albert Einstein, un judío eminentemente pacifista forzado a abandonar Alemania por el odio instigado por el nazismo, irónicamente encarnado hoy en los judíos ultra-nacionalistas responsables de otro holocausto terrible: el cometido contra la población civil en la Franja de Gaza.
Tal como lo expresara el inolvidable John Lennon: la ciencia y la tecnología no son malas ni buenas; es el uso que los hombres les den donde radica la maldad o la bondad. Y es justamente una minoría de miembros de la especie humana, los que a contrapelo del resto de los seres vivos en la Tierra, con sus impulsos codiciosos y hambrientos de poder están dejando una estela de horror y pavimentando el camino para la destrucción global.
La brutalidad con la que Julio César liquidó a millones de seres humanos “para la gloria de Roma” no es distinta de la mostrada por gobiernos serviles al Cartel Financiero Internacional –El Cartel– en las invasiones y guerras de exterminio llevadas a cabo contra países como Vietnam, Irak, Libia, Afganistan y Palestina, por nombrar sólo algunos. El absurdo pretexto con el que el sionismo ultra-nacionalista ha intentado justificar sus crímenes en Gaza es “defenderse del terrorismo”…de quiénes? pues no de un ejército equiparable al de ellos, sino de niños, mujeres y ancianos palestinos inermes!! algo inverosímil e insultante de la inteligencia porque las bombas de manufactura inglesa y norteamericana empleadas por los soldados israelíes no van dirigidas sólo a su desigual contraparte, los miembros de HAMAS –que dicho sea de paso, ganaron de manera contundente la elección en Gaza y Cisjordania– sino que son lanzadas contra la indefensa población civil.
Y ¿qué es lo que está detrás de esta embestida salvaje contra el pueblo palestino? Entre otros factores, la ilimitada codicia que se anida en la mente de individuos que han perdido todo vestigio de decencia y empatía hacia sus pares –digo “pares” en el sentido científico, es decir, miembros de la misma especie que descienden de un ancestro común, concepto que en nada se asemeja a la creencia retrógrada de que hay quienes merecen tenerlo todo y aquellos que están destinados al despojo permanente porque así lo dijo “dios”.
La frenética búsqueda del control y usufructo de los enormes yacimientos de gas en la Franja de Gaza ha determinado que los civiles que habitan en el ghetto más inicuo de la historia, deben morir para que “el pueblo elegido de Jehová” reine sobre la “tierra prometida…”
La locura derivada de la adoración al dinero y al poder que transforma a seres “humanos” en agentes de destrucción y muerte, es la que ha estado presente en las innumerables aventuras de conquista de personajes del pasado como Alejandro Magno, Darío, Gengis Kan, y del presente como los secuaces de El Cartel eufemistamente llamados “presidentes” y “primeros ministros” en países como E.U., como la punta de lanza y sus cómplices en el Reino Unido, Alemania, Francia y el Estado Vaticano, promotores de la caída de la Unión Soviética, la balcanización de la antigua Yugoslavia, la completa destrucción de Libia, así como los atentados y “sanciones” contra naciones como Cuba, Venezuela, Siria, Irán y Rusia; el genocidio en Gaza y la paulatina destrucción de países como México, con el acaparamiento rapaz de la riqueza energética y alimentaria, que está generando niveles de miseria escandalosos por tratarse de un territorio rico en recursos naturales pero con millones de desheredados que mueren de hambre y enfermedades curables no atendidas y una cada vez más empobrecida clase media víctima no sólo de la brutal violencia del crimen organizado sin licencia para delinquir, sino de aquél que desde puestos de gobierno, oprime, roba y asesina con la ley convertida en arma letal.
Por fortuna, en medio de la alarmante pérdida de valores que prevalece en los grupos de poder y gubernamentales y que amenaza con destruirnos, va creciendo también una corriente humanista y solidaria en el seno de los pueblos. No sabemos si serán suficientes los esfuerzos para revertir la descomposición moral fomentada y difundida por los medios de “comunicación” controlados por El Cartel, que impulsan el consumismo exacerbado porque, para la perpetuación del neoliberalismo, es necesario convencer a millones de lectores, radioescuchas y televidentes, de que el valor de un ser humano radica en lo que posea y entre más compre, pues más elevado será su estatus. Lo que no han comprendido es que esa misma avaricia exhibe la inmensa miseria que se anida en su interior. Basta sólo con reflexionar en que al momento de irse a dormir y despojarse de las costosas prendas, artefactos y demás lujos, lo que queda del rico y poderoso es un ente miserable totalmente carente de valía…podría decirse que por decisión propia.
Todo lo anterior ha sido posible, en gran medida, gracias al dominio de la mente y la conciencia de gente sometida al incesante golpeteo mediático que aniquila valores como la solidaridad y el respeto por el prójimo y los sustituye con un exacerbado individualismo y una compulsión por la posesión de dinero y objetos. Esto hace necesario recordar a una de las figuras más entrañables y heroicas de nuestra historia: Ricardo Flores Magón, que afirmara con toda razón: “Así viven las clases dominantes: del sufrimiento y de la muerte de las clases dominadas, y pobres y ricos, oprimidos y déspotas, en virtud de la costumbre y de las preocupaciones heredadas, consideran natural este absurdo estado de cosas”
Ciertamente, los pueblos en las diferentes épocas de nuestra accidentada historia, se han rebelado contra el abuso de las élites, aunque muchas de estas revoluciones y guerras de independencia no hayan conseguido erradicar un sistema que, presumiblemente, se derivó del descubrimiento de la agricultura que dio lugar a las clases dominantes de la riqueza producida por las clases oprimidas. Porque, desafortunadamente, la mayoría de las luchas de liberación sólo han obtenido una suerte de libertad a medias, cambiando tal vez a un amo por otro sin erradicar la génesis de las clases sociales: una desigual distribución de los recursos. Nuevamente, lo dicho por Flores Magón es más que vigente: “Lo que el pueblo necesita para gozar de libertades es su emancipación económica, base inconmovible de la verdadera libertad”
Y es esta soberanía económica, actualmente bajo amenaza mortal, la que garantizará no sólo la equidad y la justicia social sino, principalmente, la conservación de nuestra especie y el resto de las que pueblan este todavía hermoso hogar llamado Tierra.
Para la codicia nada es sagrado. Si el Ave Fénix cayera en sus manos, se la comiera o la vendiera. Juan Montalvo
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