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lunes, 18 de julio de 2011

Los bancos de EEUU se hacen de oro con la especulación

Una élite de banqueros estadounidenses se reúne en secreto en algún lugar de Manhattan el tercer miércoles de cada mes. Planifican la estrategia para conseguir que el mercado de derivados financieros, unos productos altamente especulativos, siga rindiéndoles desorbitantes beneficios; aunque, en teoría, lo que hacen es dar garantías al mercado, algo hoy en entredicho.

De ese grupo de bancos de inversión estadounidenses, cuatro siguen copando el mercado más lucrativo dentro de los derivados, el de los credit default swaps (CDS): Goldman Sachs, Citibank, JPMorgan Chase y Bank of America (que en su día engulló el maltrecho Merrill Lynch). Son los principales beneficiados de la crisis del euro y los que más ganancias cosechan con los ataques a la deuda de los países europeos.

A este selecto club se une otro banco anglosajón, el británico HSBC. Estas cinco entidades copaban, a finales de 2008, el 99% de las compras y de las ventas de CDS en el mundo, según un informe publicado por la CNMV. Una posición de dominio que hoy mantienen, según varios brokers consultados.

Es fácil de entender el oligopolio, ya que los propios bancos de inversión estadounidenses se inventaron ese mercado en los noventa. Por eso lo controlan. Todo empezó como una transacción en la que el banco ofrecía un seguro de impago a otro: “te cubro la posible pérdida a cambio de una cantidad”. Y las operaciones se arreglaban por teléfono. Ni un papel de por medio. Así se hizo hasta 2005, cuando ya se estandarizó la operativa. Eso sí, fuera del resto de mercados organizados, ya que operan over the counter o en el llamado mercado gris.

Para estandarizarlo, un grupo de bancos creó una asociación de derivados, la ISDA (por sus siglas en inglés), que marca las reglas del juego. Tanto es así que la ISDA decide en qué casos los vendedores de los CDS, que ofrecen cubrir un impago, tienen que indemnizar a los compradores de esa cobertura (principalmente, otros bancos y fondos de inversión y de pensiones).

En teoría, los CDS funcionan como un seguro. Un banco o una compañía de seguros asegura el impago de unos títulos que otro banco o un fondo ha comprado en el mercado. Si se produce el impago, el banco asegurador paga una indemnización al que compró ese CDS. Trasladado a los ataques contra la deuda de los países del euro, lo que se juega ahora es el impago o, más bien, la quiebra de Grecia, y su efecto contagio.

Lo grave es que el mercado de CDS permite a un comprador de ese seguro no tener los títulos de deuda que quiere asegurar. Y no se sabe con seguridad qué porcentaje de bonos está cubierto, aunque, según un informe de la CNMV, en la zona del euro la cobertura estaría entre el 1% y el 5%.

Como, a un tiempo, los CDS cotizan como acciones, los especuladores se lucran comprando y vendiendo constantemente esos títulos. Además, los CDS influyen en el tipo de interés que tienen que ofrecer los países para que sus bonos sean comprados y poder financiarse así en los mercados.

El CDS funciona como el termómetro del riesgo de impago de un país. Así que los especuladores atesoran CDS y hacen subir su precio, como han hecho con Grecia, Irlanda, Portugal, España y, ahora, Italia y Bélgica. Con ello, elevan la percepción de que es más arriesgado comprar deuda de esos estados.

De esta forma, desde abril, en sólo tres meses, han tenido ganancias por el doble de lo que invirtieron vendiendo CDS que ya tenían de Italia, Irlanda y Grecia, y un 70% con los de España.

Otro cálculo de lo que ganan se puede hacer sobre la deuda de los países periféricos que vence hasta 2015, 1,19 billones de euros. Como aproximadamente el 2,5% estaría cubierta por CDS, según datos de la CNMV, los bancos especuladores ganarían a medio plazo en torno a 29.000 millones. Si no hay impagos.

Al tiempo que compran y venden CDS, hacen lo mismo con la deuda. Cuando la venden masivamente también consiguen que los inversores vean mayor riesgo en invertir en deuda de esos países. Y los estados se ven obligados a subir la rentabilidad que ofrecen sus bonos para atraer compradores. En ese momento, los especuladores vuelven a adquirir bonos que, en sólo tres meses, rentan un 20% más, en el caso de los periféricos, según los datos de Bloomberg.

Los grandes bancos que copan los CDS ganan, así, con todas las operaciones posibles. Por un lado, actúan como intermediarios de estos seguros y cobran por ello. Por otro, ellos mismos también compran y venden los CDS y deuda y, además, también pueden hacerlo poniéndose cortos (apostando a la baja) y sin tener los títulos (ventas en descubierto), dos prácticas altamente especulativas.

“Juegan con el riesgo”

“Para hacer negocio, juegan con el propio riesgo de impago. Es como si tu médico siempre quisiera que te pusieras enfermo”, señala gráficamente Javier Flores, director de inversión de Dracon Partners. Al final, los bancos, fondos y aseguradoras que venden los seguros de impago “aseguran un riesgo que están fomentando”, añade Flores.

No sólo lo hacen los bancos estadounidenses. El alemán Deutsche Bank, el británico Barclays y los franceses Société Générale y BNP Paribas también son actores principales en un mercado de ingeniería financiera en el que, al final, todo parece humo.

En 2007, la compraventa total de estos seguros sobre bonos, acciones y hasta índices bursátiles llegó a mover en todo el mundo 60 billones de dólares (42 billones de euros), más que toda la riqueza mundial. En 2010, bajó a la mitad, 29 billones de dólares (21 millones de euros), según los datos del Banco Internacional de Pagos. Si bien todos los agentes del mercado consultados advierten que los datos sobre CDS siempre son parciales.

La quiebra en 2008 de Lehman Brothers, muy activo en CDS, marcó un antes y un después porque los bancos no supieron cómo cubrir las indemnizaciones y EEUU tuvo que salvar con 173.000 millones de dinero público en la aseguradora AIG, que cubría gran parte de los CDS de Lehman.

Los vendedores de CDS sólo pierden cuando hay un impago porque, entonces, deben pagar cuantiosas indemnizaciones.

Susana R.Arenes / Público

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