Carolina escobar Sarti
“Vivimos en una época primitiva, ni salvaje, ni sabia”, dijo el monstruoso y oscuro personaje interpretado por Anthony Hopkins en la película Hannibal. Y concluyó: “Las cosas a medias son una maldición. Una sociedad racional me hubiese matado o me hubiese aprovechado.” Situando estas palabras en el contexto de la barbarie imperante en Guatemala, cabe preguntarnos por cuánto tiempo más vamos a dejar vivir a este monstruo llamado violencia.
Y la pregunta se hace en plural porque eso no es responsabilidad de un gobierno o de un sector, sino de toda la sociedad, de manera sostenida. La impunidad vuela, como buitre hambriento, sobre las 200 mil personas asesinadas y las 45 mil desaparecidas durante el genocidio guatemalteco, ante lo cual la justicia guatemalteca apenas empieza a conocer el primer caso. Pero además, ¿quiénes se atreven a nombrar la relación entre aquel pasado y este presente de corrupción, impunidad y violencia incontenible?.
Facundo Cabral murió entre la barbarie y la sinmemoria, porque barbarie también son los asesinatos de una mujer y dos campesinos más durante los desalojos en el Polochic, caso por demás paradigmático para evidenciar que los protagonistas, actores, métodos y relaciones de poder sólo cambian de nombre en el tiempo para seguir sosteniendo un orden de despojo y exclusión.
Cabral murió dándoles la mano a los 26 trabajadores masacrados en Petén recientemente y a las casi 20 personas que a diario mueren violentamente en toda Guatemala. Cabral murió asesinado en Guatemala porque aquí se puede morir de esa manera y hay todo un sistema que lo permite.
Estamos enfermos de muerte, al punto de normalizarla. Pero no es normal lo que le sucedió aquí a un poeta, a una campesina o a los trabajadores víctimas de los Zetas. Esta cultura de la muerte hay que desterrarla de Guatemala. Y desterrarla comienza por reconocer y desconocer a un Estado terrorista, a los poderes fácticos evidentes y maquillados, y a una sociedad impávida e indiferente. Hay que reconocer y desconocer un Sistema de Justicia cooptado, corrupto y politizado; nombrar y desconocer un Sistema de Partidos Políticos que necesita refundarse con todo y los partidos suicidas, creados en coyunturas, para servir a intereses sectoriales. Hay que fortalecer un Estado muy delgado, todo privatizado y tan debilitado, porque Estados somos todos, no sólo en su concepción política.
La situación de violencia que vivimos nos tiene contra la pared, y el caudillismo que practicamos no es una costumbre, sino una tradición, así que quizás eso explica por qué hay una aparente intención de voto mayoritario por quien ofrece seguridad y mano dura. Pero hay que leer bien la historia de este país, si queremos tener otro futuro y menos Facundos atravesados por balas o menos niñez desnutrida.
Que no nos baste con ser buenas y amables personas con los extranjeros, queremos ser un país seguro y justo para los que llegan y para los que estamos porque no pedimos ser víctimas ni queremos serlo ad eternum.
Dan ganas de irse de esto que no es un país. Dan ganas de habitar y caminar una ciudad cualquiera una tarde cualquiera. Dan ganas de descansar en la justicia. Dan ganas que nadie muere por hambre o balas. Hay que tomar las calles, las casas y las camas para decir que no nos gusta esta plutocracia disfrazada de democracia.
Hay que exigir justicia sin violencia, pero justicia como medio y como fin. No queremos más terrorismo de Estado colándose en nuestras cocinas y jardines. Por ello, la palabra “seguridad” en la boca de un candidato militar asociado a un pasado de violencia suena a broma de muy mal gusto. Sentirnos seguros y seguras en este país pasa por refundar sus estructuras.
Así que esto no será trabajo de cuatro años. Estamos hartos de este elogio a la barbarie que se practica en Guatemala.
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