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sábado, 9 de abril de 2011

El gobierno secreto que dirige los Estados Unidos


por Red Voltaire

En un libro que por fin se publica en francés, el profesor Peter Dale Scott recorre la historia del «Estado profundo» en Estados Unidos, o sea la estructura secreta que dirige la política exterior y la política de defensa de ese país más allá de las apariencias democráticas. Este estudio ofrece la ocasión de poner bajo los reflectores al grupo que organizó los atentados del 11 de septiembre y que se financia a través del tráfico mundial de droga. Se trata de un libro de referencia cuya lectura aconsejan ya las academias militares y diplomáticas.

Red Voltaire: Profesor Scott, sabiendo que su trabajo no dispone aún de la notoriedad que debería tener el mundo francófono, ¿pudiera usted comenzar proporcionándonos una definición de qué es la «la Política profunda» (Deep Politics) y explicándonos la diferencia entre lo que usted llama el «Estado profundo» y el «Estado público»?

Peter Dale Scott: La expresión «Estado profundo» viene de Turquía.
Hubo que inventarla en 1996, después del accidente de un auto Mercedes que rodaba a toda velocidad y cuyos pasajeros eran un miembro del parlamento, una reina de belleza, un importante capitán de la policía local y el principal traficante de droga de Turquía, quien dirigía además una organización paramilitar –los Lobos Grises– que asesinaba gente. Se hizo entonces evidente que existía en Turquía una relación secreta entre la policía –que oficialmente estaba buscando al hombre que finalmente se encontraba en aquel auto con un jefe de la policía– y aquellos individuos, que cometían crímenes en nombre del Estado.

El Estado para el que se cometen crímenes no es un Estado que puede mostrar su propia mano al público. Es un Estado escondido, una estructura secreta.
En Turquía lo llamaron el «Estado profundo» [1], y yo mismo venía hablando desde hace tiempo de «Política profunda», así que utilicé esa expresión en mi libro «La Route vers le Nouveau Désordre Mondial» [En español, El Camino hacia el Nuevo Desorden Mundial. NdT.].

Yo definí la política profunda como el conjunto de prácticas y de disposiciones políticas, intencionales o no, habitualmente criticadas o no mencionadas en el discurso público, además de no reconocidas. O sea que la expresión «Estado profundo» –concebida en Turquía– no es cosa mía. Se refiere a un gobierno paralelo secreto organizado por los aparatos militares y de inteligencia, financiado por la droga, que se implica en acciones de violencia de carácter ilícito para proteger el estatus y los intereses del ejército de las amenazas que representan los intelectuales, los religiosos y en ocasiones el gobierno constitucional.

En en libro La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, yo adapto un poco esa expresión para referirme a la más amplia conexión que existe, en Estados Unidos, entre el Estado público constitucionalmente establecido, por un lado, y las fuerzas profundas que se mueven en segundo plano de ese Estado: las fuerzas de la riqueza, del poder y de la violencia que están fuera del gobierno.
Esa conexión podríamos llamarla la «puerta trasera» del Estado público, [puerta] que sirve de acceso a fuerzas oscuras situadas fuera del marco legal.

La analogía con Turquía no es perfecta ya que lo que actualmente hemos podido observar en Estados Unidos no es tanto una estructura paralela si no más bien una amplia zona o ambiente de contactos entre el Estado público y fuerzas oscuras invisibles. Pero esa conexión es considerable, y se necesita una apelación como «Estado profundo» para describirla.

Red Voltaire: Usted escribió su libro, La Route vers le Nouveau Désordre Mondial, en momentos en que el régimen de Bush se hallaba en el poder y después lo reactualizó con vistas a la traducción al francés. ¿Piensa usted que el Estado profundo se ha debilitado, lo cual favorecería al Estado público, como resultado de la elección de Barack Obama? ¿O, por el contrario, se ha reforzado con la crisis y con la actual administración?

Peter Dale Scott: Después de 2 años de presidencia de Obama, tengo que llegar tristemente a la conclusión que la influencia del Estado profundo, o más exactamente de lo que yo llamo en mi último libro «La Máquina de Guerra estadounidense» (American War Machine), ha seguido extendiéndose, como lo ha hecho bajo cada presidente de Estados Unidos desde la época de Kennedy.

Un importante síntoma de ello es la manera en que Obama, a pesar de su retórica de campaña, ha seguido ampliando el campo de aplicación del secreto dentro del gobierno de Estados Unidos y como ha seguido castigando a quienes lanzan llamados de alerta: su campaña contra Wikileaks y contra Julian Assange, quien ni siquiera ha sido inculpado aún por el menor crimen, no tiene precedentes en la historia de Estados Unidos. Yo sospecho que el miedo a la publicidad que se percibe en Washington viene de que existe la conciencia de que las políticas de guerra de Estados Unidos están cada vez más desvinculadas de la realidad.

En Afganistán, Obama parece haber capitulado ante los esfuerzos del general Petraeus y de otros generales que querían garantizar que las tropas estadounidenses no comenzaran a retirarse de las zonas de combates en 2011, como había adelantado Obama cuando autorizó un aumento del número de soldados en 2009. El último libro de Bob Woodward, que se titula Obama’s Wars (Las guerras de Obama), reporta que durante aquel largo combate que se produjo dentro de la administración para determinar si había que decidir una escalada militar en Afganistán, Leon Panetta, el director de la CIA, le aconsejó a Obama que «ningún presidente democrático puede ir en contra de los consejos del ejército… Así que hágalo. Haga lo que ellos le dicen.» Obama dijo recientemente a soldados estadounidenses en Afganistán: «Ustedes cumplen sus objetivos, ustedes tendrán éxito en su misión». Este eco de testimonios anteriores –tontamente optimistas– de Petraeus muestra por qué no se hizo en la Casa Blanca una evaluación realista del desarrollo de la guerra en diciembre de 2010, a pesar del mandato recibido inicialmente.

Al igual que Lyndon Johnson antes que él, el presidente está atrapado ahora en un cenagal que no se atreve a perder, y que amenaza con extenderse a Pakistán así como a Yemen, si no más lejos aún. Yo sospecho que las fuerzas profundas que dominan los dos partidos políticos son ahora tan poderosas, tan coincidentes, y por sobre todo están tan interesadas en las ganancias que la guerra genera, que un presidente está más lejos que nunca de oponerse a ese poder, ni siquiera ahora cuando se hace cada vez más evidente que la era de dominación mundial de Estados Unidos, al igual que sucedió en su tiempo con la de Gran Bretaña, está a punto de terminar.

En ese contexto, Obama –sin debate ni revisión– ha prolongado el estado de urgencia interna proclamado después del 11 de septiembre, con las drásticas limitaciones de los derechos civiles que ello implica. Por ejemplo, en septiembre de 2010 el FBI tomó por asalto las oficinas de pacíficos defensores de los derechos humanos en Minneapolis y en Chicago basándose en una decisión reciente de la Corte Suprema según la cual la libertad de expresión y el activismo no violentos reconocidos en la Primera Enmienda se convierten en crímenes si están «coordinados con» o «bajo la dirección» de un grupo extranjero designado como «terrorista». Es importante señalar que en 9 años el Congreso no se ha reunido ni una sola vez para discutir el estado de urgencia decretado por George W. Bush después del 11 de septiembre, estado de urgencia que por lo tanto permanece en vigor hoy en día.

En 2009, el ex congresista Dan Hamburg y yo lanzamos una exhortación pública al presidente Obama para que pusiera fin al estado de urgencia y llamamos al Congreso a que realizara las audiencias que su responsabilidad requiere. Pero el 10 de septiembre de 2009, Obama, sin la menor discusión, prolongó nuevamente el estado de urgencia del 11 de septiembre y lo hizo de nuevo al año siguiente. Mientras tanto, el Congreso ha seguido ignorando las obligaciones que le impone su propio estatuto.

Un congresista explicó a uno de sus electores que lo previsto en la National Emergencies Act se ha hecho inoperante por causa de la COG (Continuity of Government) [En español, Continuidad del Gobierno. NdT.], un programa ultrasecreto destinado a organizar la dirección del Estado en caso de situación de urgencia nacional. El programa de la COG fue parcialmente aplicado el 11 de septiembre por Dick Cheney, uno de los principales arquitectos de ese programa desarrollado dentro de un comité que opera fuera del gobierno regular desde 1981 [Ver a continuación más detalles sobre la COG. NdT de inglés]. De ser cierto que las disposiciones de la National Emergencies Act se han hecho inoperantes por causa de la COG, ello indicaría que el sistema constitucional de contrapoderes ya no se aplica en Estados Unidos, y que los decretos secretos predominan ahora sobre la legislación pública.

siguelo acá.....

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