En 2011 se cumplirán 30 años de mi primera visita a Cuba. Ya yo trabajaba en Brasil el método de Paulo Freire. Quería traer a Cuba esa contribución, estaba convencido de la importancia política de la metodología de la educación popular. Cuando llegué, había prejuicios no solo hacia esta metodología, sino también hacia la figura de Freire. Su primer libro había causado cierto recelo entre los compañeros del Partido Comunista de Cuba. Un marxista cristiano, sonaba entonces contradictorio: el marxismo era considerado una fe y uno no podía tener dos.
Entonces propuse en La Habana un Encuentro Latinoamericano de Educación Popular. Los cubanos prepararon todo; pero en el encuentro no hubo ni un cubano. Dos años después, logré que Casa de las Américas organizara un segundo encuentro. Varios cubanos fueron como meros asistentes, decían que en Cuba todo era educación popular y no había necesidad de tener un equipo para eso. En el tercer encuentro, ya la participación cubana fue activa. Así surgió el equipo del Centro Martin Luther King.
Pero Paulo Freire no es el primer latinoamericano en hablar de esa metodología. Para hacer justicia con la historia, el primero que practicó educación popular fue José Martí. Martí decía que había que llevar los maestros a los campos. Y con ellos, la ternura que hace falta a los hombres. Seguramente el Che había leído esa frase cuando dijo que había que endurecerse, pero sin perder la ternura. Para Martí, “popular” no lo era en el sentido de pobre, sino de pueblo. La distinción rígida que se aplicaba en Europa entre clase obrera y burguesía, no se aplicaba a América Latina. La lucha aquí era entre aquellos que luchaban por la justicia y aquellos que intentaban mantener la injusticia. Todo no se explica por origen de clase. Si todos los pobres fueran revolucionarios, no habría capitalismo en América Latina.
Quizá ustedes no sepan que es un hecho biológico que las águilas pueden vivir 70 años como máximo. Pero cuando llegan a los 30 o 40, propenden a la muerte porque sus garras y su pico ya no son fuertes para destrozar las carnes con que se alimentan. Y cuando sienten que pueden morir, vuelan hacia lo alto de una montaña y se arrancan las garras y el pico. Esperan meses allí, hasta que les vuelven a salir. Así viven otros 30 o 40 años más. Hoy, el águila es Cuba. Lo digo porque acabo de leer los Lineamientos para el VI Congreso del Partido Comunista: la Revolución Cubana tiene la capacidad de moverse críticamente sobre sí misma para salir adelante. Sus redes de educación popular tienen mucha importancia en eso.
Asistí muy de cerca al desplome del Muro (de Berlín) y hoy muchos se preguntan: ¿cómo es posible que luego de 70 años de socialismo, Rusia sea un país conocido por la extrema corrupción? Algo no funcionó: el socialismo cometió allí el error de construir una casa nueva, pero no supo hacer nuevos habitantes. Hombres y mujeres nuevos no se hacen automáticamente. Quienes nacen en una sociedad socialista, no nacen necesariamente socialistas. Todo bebé es un capitalista ejemplar: solo piensa en sí mismo.
El socialismo es el nombre político del amor. Y el amor es una producción cultural. Su objetivo final es crear una comunidad amorosa entre sí y con el mundo. A veces olvidamos un principio marxista. Yo, fraile, he sido profesor de marxismo y no es la única contradicción de mi vida. El ser humano no es mecánico. Hay dos cosas que no pueden preverse matemáticamente: el movimiento de los átomos y el comportamiento humano. El trabajo político debe ir hacia cada uno de los hombres. Por eso la Revolución Cubana resiste, porque no es una peluca que va de arriba hacia abajo, sino un cabello que crece de abajo hacia arriba. Aquí hubo una revolución de carácter eminentemente popular. La victoria estratégica, de Fidel, no habla de educación popular; pero se hizo.
Termino con una parábola: había un hombre muy formado ideológicamente, poderoso en su sistema; pero muy infeliz. Salió por el mundo en la búsqueda de la felicidad. Llegó a un país árabe -donde se dan siempre las buenas leyendas- y quiso comprarla en sus mercados. Le dijeron que esa mercancía no existía, pero por un joven supo de una tienda en el desierto donde podía encontrarla. Salió en su caravana de camellos, atravesó el desierto y vio la tienda, con un cartel que decía: “aquí se encuentra la felicidad”. Le dijo a la vendedora: “démela, cuánto cuesta”. Y ella respondió: “no, señor, aquí no vendemos felicidad, aquí la damos gratuitamente”. Y le trajo una pequeña caja de fósforos con tres semillas pequeñas: la semilla de la solidaridad, la de la generosidad y la del compañerismo. “Cultívela -le dijo- y será feliz”.
Muchas gracias.
*Versión de las palabras pronunciadas por Frei Betto en el contexto del IV Encuentro Nacional de educadoras y educadores populares, en La Habana, el 10 de noviembre de 2010. Tomado de La Jiribilla
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