Lo que no me cabe duda es que a partir de su llegada a la presidencia sobrepasó con creces las más optimistas expectativas tanto en su política interior como exterior y en los últimos años en que acompañó a Cristina, su compañera de vida y lucha, cuando le tocó a ella el desempeño de igual responsabilidad y él demostró una enorme capacidad de liderazgo y de maniobra al frente de ese ente tan contradictorio que es el peronismo y su aún poderosa columna vertebral, la Central General de Trabajadores (CGT), así como el armado de la política de alianzas en el Congreso Nacional y con distintas fuerzas sociales. El peronismo y la CGT son muy controvertidos para sectores de izquierda, pero la evidencia indica que la estabilidad política de cualquier gobierno argentino depende en gran medida desde 1945 de su capacidad de concertación con estas formaciones. Con el primero, porque, junto al irigoyenismo, abarca una de las dos grandes tradiciones políticas nacional-populares del país desde la segunda mitad del siglo XX, y en la segunda porque, pese a los burócratas que la dirigen, agrupa a la mayor parte de la clase obrera organizada y bases que rebasan por la izquierda a su liderazgo.
Ningún líder político auténtico surge, por mejor dotado que sea, si no existe la coyuntura política y la necesidad histórica que lo reclame y Kirchner, como Cristina, son fruto de una circunstancia dramática y casi única en la historia argentina. Apenas un desconocido, llega a la jefatura del Estado con una bicoca de votos en medio de la debacle económica, política, social y moral en que dejó al país el menemismo y su servidumbre al Consenso de Washington. El matrimonio fue capaz de darse cuenta del gran giro que requería el país para rescatar la política después del clamoroso ¡que se vayan todos!
En política interna Kirchner disciplinó al ejército y dejó claro su repudio como comandante en jefe a los crímenes de la dictadura militar y su firme compromiso con el fin de la impunidad y el rescate de la memoria histórica. Durante los mandatos de ambos se rescató la legitimidad del Estado y llevaron a cabo meritorias medidas de distribución de la riqueza.
Su acompañamiento a Chávez, Lula, Evo, Correa y otros líderes en la integración regional deja muy clara su posición latinoamericanista. Sin la actitud resuelta de Kirchner ante Bush el ALCA no habría sido derrotado en Mar del Plata. Él y Cristina fueron piezas claves en el desmontaje del golpe cívico
en Bolivia, el rechazo al de Honduras y a la reciente intentona contra Correa. En lugar del Congreso, como dicta el protocolo, la presidenta decidió velarlo en el salón de los héroes latinoamericanos –habilitado en su momento en la Casa Rosada por iniciativa del matrimonio– a la vera de Perón, Allende, Che, Sandino, Bolívar y San Martín, donde se produjo una de las más grandes y combativas manifestaciones de luto de la historia argentina, con relevante presencia juvenil, que hace pensar en el surgimiento de una nueva identidad política, y constituyó un plebiscito de la gestión de ambos y por la relección de Cristina. Señal de los tiempos, la única persona invitada por la presidenta a acompañar la íntima y familiar ceremonia previa a la entrega de los restos de su esposo a la tierra que lo vio nacer fue Hugo Chávez.
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