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domingo, 7 de noviembre de 2010

ALEPH: Las mujeres de la palabra tampoco hablan


Carolina Escobar Sarti 
Las conversaciones entre algunos de los grandes escritores del mundo, han quedado como legados insustituibles no sólo para quienes hemos elegido la ruta de la palabra, sino para la historia de sus pueblos y la del mundo. Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares conversaron por más de cuarenta años, desde una amistad entrañable, y fueron desanudando ideas que luego fueron libro. 
 
Cuando Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias se reunieron a conversar y comer en la Europa del este, se publica luego un documento que lleva el sencillo título de Comiendo en Hungría. Una buena parte de las tradiciones culinarias y vitivinícolas de aquel país entraron por la puerta ancha en un tratado que el mismo Neruda describe así: “Si hay libros felices (o libracos, librejos, librillos), éste es uno de ellos. No sólo porque lo escribimos comiendo sino porque queremos honrar con palabras la amistad generosa y sabrosa”.

Y antes de ellos, los surrealistas Bretón y Eluard conversaron por días y meses en El Grillon de París; o Isaac Asimov y Campbell discutieron sobre ciencia ficción; o los nadaístas colombianos como Arango y compañía se enfrascaron en profundas divagaciones intelectuales en un salón de la ciudad de Medellín. Luego, las conversaciones entre Ernesto Sábato y Carlos Catania terminarían en un significativo libro. Y así llegamos hasta Fresán y Bolaño, o a las conversaciones, en el Granada o el Portalito, entre algunos escritores guatemaltecos.

¿Y las escritoras, mujeres de la palabra, cuándo y dónde hablaron? ¿En qué libros han quedado plasmadas las conversaciones entre las mujeres del signo? Si bien es cierto que unas pocas han sobresalido como autoras a lo largo de los últimos siglos, es casi imposible encontrar que hayan hablado entre sí para compartir ideas sobre el panorama de la literatura, sobre su particular visión del mundo, sobre su filosofía, su mística, sus códigos. Entonces no hablaron porque, con raras excepciones, ninguna podía salir de su pequeño mundo de claustros o ámbitos domésticos, y menos opinar fuera de ellos. Hoy, la respuesta es otra y cada cual sabe la suya. Es el tiempo para que las mujeres de la palabra comiencen a hablar más entre ellas. ¿Dónde ha quedado la ruta dialógica entre mujeres? ¿O el acto transgresor de romper el silencio impuesto culturalmente a nosotras termina cuando una sola ya puede escribir?

Las mujeres de la palabra necesitan comunicarse entre ellas. No en duelos patéticos o protagónicos, sino en conversaciones ricas, amplias, en las que puedan asentir o disentir en armonía. No hablo de concursos de ingenio, ni de expresiones de hostilidad, ni de quién pega más duro o más suave, ni de complacencias y cursilerías comodonas. Hablo de conversaciones profundas entre escritoras: coloquios con humor, inteligencia y mesura donde ambas partes se sientan cómodas, lo cual, en consecuencia, derivaría en libros que luego se leerían bien. Otros han hablado por nosotras y de nosotras a lo largo de los siglos, pero hace muy poco que nosotras hemos sido sujetos de nuestras propias historias. Toca ahora el ejercicio de salir al encuentro con las otras mujeres que tienen el oficio de la palabra. Somos personas, pero también parte de un colectivo al que le falta dialogar en ámbitos abiertos, públicos, en medio de relajados intercambios de ideas.

Hemos sido las contadoras de las historias de otros a nuestra descendencia por los siglos de los siglos, y nuestras realidades se han expresado, en nuestros mundos privados, en voz baja. Hoy, hay excelentes compilaciones de textos de mujeres, pero pocos ejercicios de diálogo entre quienes empalabran el mundo desde una óptica-mujer. Y es que si las mujeres somos diferentes que los hombres, no podemos pensar como ellos ni escribir igual que ellos, sólo desear espacios justos donde vivir una interlocución fundamental para ejercer nuestra humanidad y participar, plenamente, del registro de la historia.

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