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miércoles, 30 de junio de 2010

Afganistán: fin de la ocupación, ya




Editorial La Jornada.

Ayer, al comparecer ante el Comité de Fuerzas Armadas del Senado de Estados Unidos, el general David Petraeus, nominado el pasado miércoles por el presidente Barack Obama para encabezar las tropas de la OTAN en Afganistán, sostuvo que el conflicto que se desarrolla en la nación centroasiática se encuentra en una situación poco clara y pronosticó que el escenario de violencia en ese país será más intenso en los próximos meses. A renglón seguido, el militar respaldó la estrategia trazada por la Casa Blanca y el Pentágono, que consiste en lograr una conclusión exitosa de la guerra e iniciar el retiro de tropas en junio de 2011, si bien indicó que dicho plazo debe interpretarse como el comienzo de un proceso, no la fecha en la que Estados Unidos se va a marchar de Afganistán.
Las declaraciones de Petraeus se suman a las formuladas el pasado domingo por Leon Panetta, director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, quien reconoció que la guerra en Afganistán es más dura y lenta de lo previsto y que persisten serios rezagos en materia de gobernabilidad, combate a la corrupción y erradicación de la insurgencia talibán.
Los señalamientos de ambos funcionarios se inscriben en un clima de crecientes tensiones y confusión entre los miembros del equipo militar y civil de Washington encargado de gestionar la ocupación y la guerra en territorio afgano. Tales discrepancias, que la semana pasada derivaron en la remoción del general Stanley McChrystal –quien en una entrevista criticó duramente a la administración Obama por su estrategia en Afganistán– y su sustitución por Petraeus, ponen en perspectiva las casi nulas posibilidades de éxito para una aventura bélica que se ha vuelto más violenta e insostenible con el paso del tiempo: lo que a finales de 2001 parecía una sencilla victoria militar y política –la expulsión del régimen talibán de Kabul y la posterior conformación de un gobierno títere presidido por Hamid Karzai– derivó en un conflicto empantanado y sangriento en que los civiles afganos mueren por millares a consecuencia de errores de las fuerzas ocupantes, y en que estas últimas se desgastan a un ritmo creciente: tan sólo en lo que va de junio han muerto en ese país 100 soldados extranjeros, cifra que coloca al presente mes como el más mortífero para las tropas invasoras desde que se inició la ocupación, hace casi nueve años.
Al igual que en Irak, los verdaderos beneficiados por la invasión y la devastación de Afganistán no han sido los habitantes de la nación agredida, sino los poderosos corporativos de la industria militar estadunidense y europea, los cuales aprovechan la guerra, la destrucción y el sufrimiento humano para generar abultadas utilidades. Son significativos, al respecto, los contratos otorgados recientemente por la presidencia de Barack Obama a la firma Blackwater, por un monto estimado de 220 millones de dólares, para hacerse cargo de funciones de seguridad en Afganistán: dicha compañía, que en septiembre de 2007 se vio involucrada en la matanza de 17 civiles iraquíes en un tiroteo ocurrido en Bagdad, ha facturado al gobierno de Estados Unidos alrededor de mil 500 millones de dólares en los últimos ocho años.
Como puede desprenderse de las declaraciones de Petraeus y Panetta, la espera hasta julio de 2011 para emprender el retiro de las tropas invasoras redundaría en cuotas adicionales de devastación y muertes. Por el bien de la martirizada población afgana, y hasta para restañar en alguna medida la credibilidad de Obama ante la opinión pública nacional e internacional, es preciso que el mandatario estadunidense muestre la grandeza de espíritu y la altura de estadista necesarios para reconocer la pertinencia de concluir, cuanto antes, con la desastrosa aventura bélica en territorio afgano.

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