Carolina Escobar Sarti“La no-violencia completa es completa ausencia de mala voluntad hacia todo lo que vive. La no-violencia, en su forma activa, es buena voluntad hacia todo lo que vive. Es perfecto amor”, dijo Mahatma Gandhi. Este tiempo es un buen pretexto para acudir a pensamientos como este, que no se ciñen a ninguna creencia o color ideológico, sino a un profundo y sentido anhelo de paz. Sin embargo, las emociones y tensiones que se viven provocan tantas alegrías como crisis emocionales, y la “noche de paz” puede quedar más en el plano de los anhelos que en el de la realidad.
En medio de una violencia imparable, llegan los traguitos en exceso, junto con las posadas y el ponche, y los reclamos familiares aparecen junto con los chinchines y el tamal. En muchas casas, la vocación de sufrir y hacer sufrir estalla en medio de los “cuetes” que los patojos se pasan quemando estos días. Y el hecho de “dar”, ejercido no como gusto sino como obligación, deja a muchos en la calle y provoca sentimientos encontrados. Aparecen los sentimientos de fracaso y frustración en quienes no pueden darle a su familia ni un tamal, y la Nochebuena se vive según el lugar donde nos toca pasarla. No es lo mismo pasarla en medio de un estado de Sitio como el que se vive en Alta Verapaz que vivirla en una zona segura de la ciudad capital.
Es perverso un sistema que sostiene una tradición de paz, en medio de un hostil mandato de mercado y violencia. Recuerdo aquella carta que Ernesto Sábato le dedicara a los niños, niñas y jóvenes argentinos hace poco más de siete años, y que fuera leída en todos los colegios de Buenos Aires. Era una carta por la paz que bien podría leerse en nuestra Guatemala de hoy. Sábato les decía: “Ustedes saben, han tenido que aprender cómo el poder gana, cómo los hombres matan por poder. Han tenido que aprender, lo ven por televisión, la atrocidad de los bombardeos, de las masacres, de la miseria, del horror que trae la guerra a quienes la padecen. Saben también que otros chicos como ustedes verán morir de dolor a sus padres, a sus hermanitos”.
Este tiempo nos ofrece la posibilidad de renovar nuestro compromiso por la paz. Como dijera Sábato en esa carta, “ante la gravedad de la situación en que vivimos, vengo a testimoniarles que habremos de permanecer en la decisión de no aceptar la guerra, de no resignarnos a ella. Hay que mantener, queridos chicos, encendida en el alma la llama de este dolor de humanidad, y ser fiel. Si esta determinación permanece, será inquebrantable. Podrán hacer la guerra, pero han de saber que son asesinos, que así los llamarán los chicos de todo el mundo. El amargo presente al que nos enfrentamos exige que nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra obra se consagre, como verdadero cumplimiento de nuestra más alta vocación, a expresar la angustia, el peligro, el horror, pero también la esperanza y el coraje y la solidaridad de los hombres.
En medio de esta tremenda situación, cada hombre y cada mujer, ustedes también, chicos, están llamados a encarnar un compromiso ético, que los lleve a expresar el desgarro de miles y miles de personas, cuyas vidas están siendo reducidas a silencio a través de las armas, la violencia y la exclusión.”
Nuestro compromiso por la paz no tiene que ser enorme ni mesiánico, puede empezar por no gritar, por no culpar, por no envidiar, por no someter a nadie a la violencia, por no alcoholizarnos, por resguardar, como dijo Sábato, ese absoluto donde la vida y los valores ya no se canjean, alcanzando así la medida de la grandeza humana.
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