Las letras de sus canciones son, con escasas excepciones, de una estupidez egregia. (Cuando no lo son, se trata de textos ajenos, claro.) Su falta de talento y su falta de algo qué decir las impulsa a hacer pública de manera indigna su vida privada. Son perseguidas y acosadas por los paparazzi por las razones equivocadas. No viven de su trabajo musical, sino de la imagen que sus publicistas y disqueras les han inventado, siempre con base en mentiras y exageraciones. Son proclives a lucrar con sus enredos eróticos (que no amorosos), con sus embarazos, partos, abortos, cirugías y adopciones, con la exhibición de sus adicciones y rehabilitaciones y en general, con todo aquello que venda tabloides escandalosos y que de paso sirva para ocultar el hecho de que musicalmente no valen un cacahuate.
Eso sí, tienen una fama enorme y ganan millonadas. Huelga decir que en este país, caracterizado por el creciente y vertiginoso empobrecimiento cultural, intelectual y espiritual, son objeto de consumo masivo y de la adoración incondicional de millones. Dado el perfil de éstas y muchas otras Divas Desechables, sería lógico caer en la tentación de incluir en la lista a la británica Amy Winehouse quien, sin embargo, es harina de otro costal.
Para la industria del espectáculo y la prensa amarillista, Winehouse ha representado un filón inagotable de basura mediática. Las notas y las imágenes relacionadas con sus adicciones y su comportamiento hostil y proclive a la violencia han rendido mucha plata a los periodistas
de la farándula, vergonzosos buitres de nuestra vida pública.
Su vida personal tampoco se ha mantenido en la esfera de lo privado, y los buitres se han dado un banquete con sus tribulaciones, exhibiéndola repetidamente con escarnio. Y, sin embargo, Amy Jade Winehouse pertenece a una especie distinta que las Divas Desechables arriba enlistadas: ella sí tiene talento, ella sí tiene voz, ella sí hace música, ella sí canta cosas dignas de ser cantadas. La profunda, grave y atormentada voz de Amy Winehouse destaca singularmente en medio de la chillonas e indistinguibles voces de las demás, y en sus canciones, lejos de las banales rimas del pop edulcorado de siempre, hay desgarradoras confesiones, autorretratos feroces, violentos reclamos y, en general, una expresión cruda y directa de su vida, tanto la material como la espiritual.
Alejada también de la amorfa música que caracteriza a 90 por ciento del pop actual, Amy Winehouse canta jazz, swing, rock (con y sin roll) blues (con y sin rhythm) y otros géneros con identidad propia y reconocible. Los arreglos de lo que canta son de alto nivel, y los instrumentistas que la acompañan suelen ser expertos en su oficio. Ella misma es autora o coautora, por cierto, de sus canciones.
El resultado de todo ello es una música que en nada se parece a la avalancha de papilla sonora que con tanto éxito y ganancia circula hoy en la radio, en cd y por Internet. Un par de ejemplos entre muchos posibles, los dos primeros cortes (Rehab y You know I’m no good) de su segundo álbum, Back to Black, que son como un resumen compacto, doloroso y musicalmente muy eficaz de su vida y de su percepción del mundo. Sus presentaciones en vivo, en las que hay más música que efectos especiales, suelen ser intensas y explosivas. Sencillamente, la atormentada Amy Winehouse está en un nivel muy superior al de las Divas Desechables, y bien harían los medios y el público en prestar más atención a las canciones que canta que a las drogas que se mete. Porque Amy Winehouse sí canta. Inglesa tenía que ser.
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