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jueves, 27 de mayo de 2010

ALEPH: Panzós, un parteaguas


Carolina Escobar Sarti
Greg Grandin afirmó que la masacre ocu-rrida en Panzós el 29 de mayo de 1978 fue la última masacre colonial de Guatemala. Esta masacre se inscribió en un contexto de violencia colonial, y repitió miméticamente los motivos, actores y formas de represión del sistema semifeudal que se desarrolló por siglos en las grandes fincas. Todo apunta a patrones de resistencia indígena frente al dominio colonial, por problemas de tierras.


Esta masacre no solo representó el cierre de un capítulo de patrones agotados de protesta y reacción, sino que prefiguró otro aún más sangriento en la historia del país, que llegó de la mano de formas letales de violencia contrainsurgente. Después de Panzós, se llevarían a cabo 63 masacres en Alta Verapaz, de un total de 626 sucedidas en todo el país, siendo este el tercer departamento más afectado en términos de las violaciones a los derechos humanos durante la guerra, luego de Quiché y Huehuetenango. La masacre de Panzós es, sin duda, un parteaguas en la historia de la violencia en Guatemala.

Unos hablan de 35 personas masacradas; otros, de un centenar de muertos. El caso es que aquel 29 de mayo, hace 32 años, unas 600 personas, sin armas, se presentaron en Panzós a entregarle una carta al alcalde. En ella se anunciaba la visita de una delegación sindical de la capital, para hablar con las autoridades locales y la gente del lugar sobre la tierra y los abusos sostenidos de finqueros como Flavio Monzón en contra de los campesinos. Todas las versiones confluyen hoy en una: en un momento de tensión, una decena de soldados, entre unos cien (este número varía), apostados en distintos puntos de la plaza, comenzó a disparar. El resultado: cadáveres por todas partes, que luego fueron subidos a un camión y enterrados en una fosa común del cementerio de Panzós. Fosa que, por cierto, había sido abierta antes de la masacre.

El interés por Panzós, aproximadamente desde la segunda mitad del siglo XIX hasta un siglo después, se debió a que fue un puerto fluvial por el cual pasaron todas las exportaciones (café, pimienta, cardamomo y banano) de Alta Verapaz. Se respiraba ese aire que tienen los lugares a los cuales llegaban viajeros y colonos, junto con obreros ferroviarios y operarios de barcos: era una mezcla de circo, exotismo y violencia sostenida. Incluso, se llega a decir que allí los asesinatos eran tan comunes como la malaria. ¿Y los indígenas, que eran mayoría? Explotados y esclavizados en fincas de hasta 132 mil acres, como Las Tinajas, donde finqueros alemanes, estadounidenses y luego guatemaltecos ejercieron la autoridad con plena impunidad, respaldados por el Ejército. ¿No se llama a eso terrorismo de Estado?

En la masacre, uno de los testigos relató que un soldado dijo antes de disparar: “Si tierra es lo que quieren, tierra les vamos a dar, pero en el cementerio”. Y así fue. Mañana, 28 de mayo, se presenta en Panzós el libro escrito por Victoria Sanford, La Masacre de Panzós: Etnicidad, tierra y violencia en Guatemala. Este retrata una subjetividad que parece no tener fecha de vencimiento, y al mismo tiempo es una recuperación indispensable de la memoria, en su intención de quebrar la impunidad por la mitad. Es una justa devolución a solo 12 años de haberse exhumado los cuerpos masacrados, y una fiel fotografía del continuum de formas de dominación con carácter represivo que perduran hasta hoy. Es un hecho, no todas las metáforas son poéticas, y más bien algunas terminan siendo esperpénticas.

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