Cuando los soviéticos concluyeron su retirada de Afganistán en febrero de 1989, el gobierno de EEUU perdió abruptamente todo interés por el país. Una infraestructura económica devastada, arraigada pobreza, enraizado faccionalismo y ausencia de ayuda internacional hicieron que el país se hundiera en un caos total. La violencia interna empeoró también, pero todo esto no atrajo interés alguno de EEUU. Todo lo que importaba era que el rival de la Guerra Fría estaba derrotado. Misión cumplida.
Afganistán sigue siendo el ejemplo más descarnado de cómo se usa a los países pobres para traicionarlos después, cuando su utilidad se agota. Pero Afganistán no es una excepción; las relaciones estadounidenses con muchos otros países, incluyendo a Pakistán, Somalia y la Autoridad Palestina siguen prisioneras de ese mismo modelo.
Yemen está ahora emergiendo como la víctima más reciente. Su gobierno está desesperado por mantener las riendas del poder en medio de la corrupción, extrema pobreza e indecibles presiones de Occidente.
Ali Abdullah Saleh, el presidente del país durante los últimos treinta años, ha negociado de modo asombroso su supervivencia política a través de crecientes desafíos. La guerra civil de 1994 dejó muchos miles de muertos y, a pesar de la “victoria” del Norte, el descontento del Sur no ha disminuido nunca. Además, hace ya mucho tiempo que los houthis se rebelaron en el norte. Las últimas escaramuzas duraron seis meses y causaron muchas muertes, sin que se haya informado de las mismas.
Una emigración masiva de cientos de miles (270.000 según estimaciones recientes del Programa Alimentario de las Naciones Unidas) coincidió o sucedió a los combates. Esto parece estar ahora temporalmente bajo control, gracias a un frágil alto el fuego.
Según diversos analistas, el alto el fuego en el norte podría permitir que el gobierno central de Sanaa se ocupara del creciente desafío en el sur. Victoria Clark, autora del reciente libro “Yemen: Dancing on the Heads of Snakes”, afirmaba que: “La desafección del sur ha llegado a un punto de no retorno… El mayor error de Saleh sería aplastar el sur con la misma dureza que ha empleado con los rebeldes houthis”.
Sin embargo, bajo las inmensas (e incesantes) presiones occidentales, es probable que Saleh les aplaste. A los gobiernos occidentales, dirigidos por EEUU y Gran Bretaña, se les agota la paciencia muy rápidamente cuando los dirigentes de un país pobre y fragmentado optan por el diálogo, incluso cuando tal opción pueda conseguir una estabilidad política a largo plazo.
Cuando el Presidente afgano Hamid Karzai mencionó apenas la posibilidad de captar a los talibanes, hubo muchos reproches. Algo similar sucedió en Pakistán. Cuando las facciones palestinas consiguieron el Acuerdo de La Meca en febrero de 2007 superando sus diferencias, EEUU condicionó inmediatamente su apoyo financiero a Mahmoud Abbas, consiguiendo que el acuerdo se desintegrara. En el mismo orden de cosas, se ha descartado cualquier intento yemení de ponerse en contacto con las fuerzas desafectas dentro del país, incluyendo tribus, partidos de la oposición y las diversas filiales militantes, alegando que eso ayudaría a los terroristas.
Tras un complot para volar un avión estadounidense sobre la ciudad de Detroit el día de Navidad, EEUU renovó su interés por Yemen, como era de prever. La administración del Presidente Obama emitió una orden a primeros de abril autorizando el asesinato de un ciudadano estadounidense Anwar al-Awlaki, un clérigo musulmán supuestamente vinculado con el complot. Parece que los años de Bush están aquí de nuevo.
Las Fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU llevan años actuando en el Yemen tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En aquel momento se declaró al Yemen “socio importante en la guerra global contra el terrorismo”, y así sigue siendo cada vez que necesitan cazar a los escurridizos grupos de combatientes parcial o totalmente vinculados con al-Qaida.
El violento procedimiento que EEUU utiliza con sus enemigos en el Yemen está teniendo un alto coste. Por una parte, ha servido para minar al gobierno central, que cada vez se siente más desafiado por todas partes, desde el norte, sur y centro. Naturalmente, ningún gobierno que se respete a sí mismo permitiría que sus territorios se utilizaran como terreno fértil de combatientes o como terreno de caza para fuerzas extranjeras. El 17 de diciembre de 2009 se lanzó un ataque en el que se utilizaron misiles de crucero estadounidenses contra un supuesto campamento de al-Qaida, matando a docenas de personas, entre ellas 23 mujeres y 17 niños, según fuentes yemeníes.
En efecto, Yemen es a muchos niveles un campo de batalla en el que el gobierno central apenas es el jugador principal. Sin embargo, la supuesta “guerra contra el terror” ha facilitado a muchas de las fuerzas interesadas en el Yemen una oportunidad dorada de conseguir ventajas. Se ha “invertido” mucho para golpear a al-Qaida en la Península Arábiga. Pero se ha gastado muy poco en otros menesteres, por ejemplo, en proporcionar sustento a los cientos de miles de víctimas de la violencia actual.
Cuando los problemas se vuelven insalvables y no hay ningún sistema eficaz de responsabilidad para hacerles frente, la corrupción campa a su antojo. No es sorprendente que el Yemen ocupe el puesto 154 de los 180 países examinados en el Índice Internacional de Transparencia de la Corrupción. La corrupción es a menudo un resultado de la pobreza y de la ausencia de responsabilidad, y también contribuye a ellas. El Yemen es incapaz de escapar a ese círculo vicioso.
Como el Yemen no es oficialmente un país ocupado, los países donantes pueden fácilmente olvidar sus promesas financieras. Tales promesas se hacen sólo cuando se elige a Yemen para una u otra operación militar, o para apuntalar al gobierno central, nuestro representante por poderes en la guerra contra el terror. Sin embargo, cuando es el pueblo yemení el que necesita genuina y urgentemente ayuda, Yemen se convierte en un súbdito lejano. Como mucho inspira piedad, pero no acción.
Según el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés), 7,2 millones de personas –alrededor de la tercera parte de la población- sufren hambre crónica. Casi la mitad de ellos requieren asistencia alimentaria inmediata, pero poco menos de medio millón está recibiéndola. Las políticas de los gobiernos occidentales no les han afectado ni supuesto mejora alguna, bien al contrario, y el propio gobierno central está implicado en guerras por poderes contra los combatientes, las tribus y otros yemeníes desafectos.
¿Cuánto dinero pidió el WFP en su más reciente llamamiento? Una magra cantidad de 103 millones de dólares, de la que sólo se han recibido 27 millones. Un misil de crucero Tomahawk –famoso por ser barato y eficaz- cuesta alrededor de 600.000 dólares. El coste de la operación que mató a decenas de inocentes yemeníes el pasado diciembre podría haber servido para alimentar a millones de seres en situación desesperada.
Esta no es una cuestión de matemáticas sino de sentido común. Los actuales errores de cálculo en Yemen están fortaleciendo un entorno que conduce a la pobreza, a la corrupción, a la rabia, y finalmente a la militancia y a la violencia.
Según Emilia Casella, portavoz del WFP: “Después de eso, la gente se encuentra con sólo tres opciones: sublevarse, emigrar o morir”. Por desgracia, eso es lo que millones de yemeníes están haciendo ya.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos se publican en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Ha escrito: “The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle” (Pluto Press, London). Su ultimo libro es: “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, London).
Para entender mejor la situación del Yemen, puede consultarse el artículo de Tariq Ali “El Yemen infeliz” en: la página de rebelión
Afganistán sigue siendo el ejemplo más descarnado de cómo se usa a los países pobres para traicionarlos después, cuando su utilidad se agota. Pero Afganistán no es una excepción; las relaciones estadounidenses con muchos otros países, incluyendo a Pakistán, Somalia y la Autoridad Palestina siguen prisioneras de ese mismo modelo.
Yemen está ahora emergiendo como la víctima más reciente. Su gobierno está desesperado por mantener las riendas del poder en medio de la corrupción, extrema pobreza e indecibles presiones de Occidente.
Ali Abdullah Saleh, el presidente del país durante los últimos treinta años, ha negociado de modo asombroso su supervivencia política a través de crecientes desafíos. La guerra civil de 1994 dejó muchos miles de muertos y, a pesar de la “victoria” del Norte, el descontento del Sur no ha disminuido nunca. Además, hace ya mucho tiempo que los houthis se rebelaron en el norte. Las últimas escaramuzas duraron seis meses y causaron muchas muertes, sin que se haya informado de las mismas.
Una emigración masiva de cientos de miles (270.000 según estimaciones recientes del Programa Alimentario de las Naciones Unidas) coincidió o sucedió a los combates. Esto parece estar ahora temporalmente bajo control, gracias a un frágil alto el fuego.
Según diversos analistas, el alto el fuego en el norte podría permitir que el gobierno central de Sanaa se ocupara del creciente desafío en el sur. Victoria Clark, autora del reciente libro “Yemen: Dancing on the Heads of Snakes”, afirmaba que: “La desafección del sur ha llegado a un punto de no retorno… El mayor error de Saleh sería aplastar el sur con la misma dureza que ha empleado con los rebeldes houthis”.
Sin embargo, bajo las inmensas (e incesantes) presiones occidentales, es probable que Saleh les aplaste. A los gobiernos occidentales, dirigidos por EEUU y Gran Bretaña, se les agota la paciencia muy rápidamente cuando los dirigentes de un país pobre y fragmentado optan por el diálogo, incluso cuando tal opción pueda conseguir una estabilidad política a largo plazo.
Cuando el Presidente afgano Hamid Karzai mencionó apenas la posibilidad de captar a los talibanes, hubo muchos reproches. Algo similar sucedió en Pakistán. Cuando las facciones palestinas consiguieron el Acuerdo de La Meca en febrero de 2007 superando sus diferencias, EEUU condicionó inmediatamente su apoyo financiero a Mahmoud Abbas, consiguiendo que el acuerdo se desintegrara. En el mismo orden de cosas, se ha descartado cualquier intento yemení de ponerse en contacto con las fuerzas desafectas dentro del país, incluyendo tribus, partidos de la oposición y las diversas filiales militantes, alegando que eso ayudaría a los terroristas.
Tras un complot para volar un avión estadounidense sobre la ciudad de Detroit el día de Navidad, EEUU renovó su interés por Yemen, como era de prever. La administración del Presidente Obama emitió una orden a primeros de abril autorizando el asesinato de un ciudadano estadounidense Anwar al-Awlaki, un clérigo musulmán supuestamente vinculado con el complot. Parece que los años de Bush están aquí de nuevo.
Las Fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU llevan años actuando en el Yemen tras los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. En aquel momento se declaró al Yemen “socio importante en la guerra global contra el terrorismo”, y así sigue siendo cada vez que necesitan cazar a los escurridizos grupos de combatientes parcial o totalmente vinculados con al-Qaida.
El violento procedimiento que EEUU utiliza con sus enemigos en el Yemen está teniendo un alto coste. Por una parte, ha servido para minar al gobierno central, que cada vez se siente más desafiado por todas partes, desde el norte, sur y centro. Naturalmente, ningún gobierno que se respete a sí mismo permitiría que sus territorios se utilizaran como terreno fértil de combatientes o como terreno de caza para fuerzas extranjeras. El 17 de diciembre de 2009 se lanzó un ataque en el que se utilizaron misiles de crucero estadounidenses contra un supuesto campamento de al-Qaida, matando a docenas de personas, entre ellas 23 mujeres y 17 niños, según fuentes yemeníes.
En efecto, Yemen es a muchos niveles un campo de batalla en el que el gobierno central apenas es el jugador principal. Sin embargo, la supuesta “guerra contra el terror” ha facilitado a muchas de las fuerzas interesadas en el Yemen una oportunidad dorada de conseguir ventajas. Se ha “invertido” mucho para golpear a al-Qaida en la Península Arábiga. Pero se ha gastado muy poco en otros menesteres, por ejemplo, en proporcionar sustento a los cientos de miles de víctimas de la violencia actual.
Cuando los problemas se vuelven insalvables y no hay ningún sistema eficaz de responsabilidad para hacerles frente, la corrupción campa a su antojo. No es sorprendente que el Yemen ocupe el puesto 154 de los 180 países examinados en el Índice Internacional de Transparencia de la Corrupción. La corrupción es a menudo un resultado de la pobreza y de la ausencia de responsabilidad, y también contribuye a ellas. El Yemen es incapaz de escapar a ese círculo vicioso.
Como el Yemen no es oficialmente un país ocupado, los países donantes pueden fácilmente olvidar sus promesas financieras. Tales promesas se hacen sólo cuando se elige a Yemen para una u otra operación militar, o para apuntalar al gobierno central, nuestro representante por poderes en la guerra contra el terror. Sin embargo, cuando es el pueblo yemení el que necesita genuina y urgentemente ayuda, Yemen se convierte en un súbdito lejano. Como mucho inspira piedad, pero no acción.
Según el Programa Alimentario Mundial de las Naciones Unidas (WFP, por sus siglas en inglés), 7,2 millones de personas –alrededor de la tercera parte de la población- sufren hambre crónica. Casi la mitad de ellos requieren asistencia alimentaria inmediata, pero poco menos de medio millón está recibiéndola. Las políticas de los gobiernos occidentales no les han afectado ni supuesto mejora alguna, bien al contrario, y el propio gobierno central está implicado en guerras por poderes contra los combatientes, las tribus y otros yemeníes desafectos.
¿Cuánto dinero pidió el WFP en su más reciente llamamiento? Una magra cantidad de 103 millones de dólares, de la que sólo se han recibido 27 millones. Un misil de crucero Tomahawk –famoso por ser barato y eficaz- cuesta alrededor de 600.000 dólares. El coste de la operación que mató a decenas de inocentes yemeníes el pasado diciembre podría haber servido para alimentar a millones de seres en situación desesperada.
Esta no es una cuestión de matemáticas sino de sentido común. Los actuales errores de cálculo en Yemen están fortaleciendo un entorno que conduce a la pobreza, a la corrupción, a la rabia, y finalmente a la militancia y a la violencia.
Según Emilia Casella, portavoz del WFP: “Después de eso, la gente se encuentra con sólo tres opciones: sublevarse, emigrar o morir”. Por desgracia, eso es lo que millones de yemeníes están haciendo ya.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos se publican en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Ha escrito: “The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle” (Pluto Press, London). Su ultimo libro es: “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, London).
Para entender mejor la situación del Yemen, puede consultarse el artículo de Tariq Ali “El Yemen infeliz” en: la página de rebelión
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