Para ello evaluamos continuamente la relación entre dos elementos fundamentales: 1) nuestro numerador, es decir, la parte del valor agregado anual, descontados el consumo de capital fijo del año y la masa salarial de los trabajadores productivos
(asunto de amplio debate en la historia de la economía por cierto); 2) nuestro denominador, a saber, la suma de los diversos componentes del capital global adelantado cada año para obtener, precisamente, dicho valor agregado. Si el numerador es polémico por el debate teórico sobre el trabajo productivo (los fisiócratas sólo consideraban el trabajo en la esfera de los recursos naturales como tal y Smith lo extendió a la manufactura), el denominador no lo es menos.
¿Cuáles y cuántos son los componentes del capital que se adelantan
año tras año para la marcha de la economía? ¿Cuáles deben ser incluidos y cómo deben ser cuantificados? ¿Cuál es el monto del llamado consumo intermedio que debe incluirse? ¿Cuál, a su vez, la masa salarial global y cuánto el dinero necesario para su remuneración anual, considerando que hay pagos semanales, quincenales, mensuales e, incluso, trimestrales, semestrales o anuales?
Una estimación reciente del proyecto de investigación –aún sometida a debate– considera que entre 1965 y 2008, la rentabilidad general en Estados Unidos ha experimentado ciclos, entre niveles de 17.5 y 23 por ciento. ¿Qué significa esto? Que el excedente económico anual (nuestro numerador) ha sufrido variaciones cercanas a 6 por ciento del capital global adelantado anualmente. Para darnos una idea de la magnitud de dicho excedente y de sus nivel y variaciones, sólo notemos que en 2008, el capital global utilizado fue del orden de los 47 trillones de dólares (siempre en unidades estadunidense, billones nuestros). Y que el producto anual (GDP por sus siglas en inglés) fue de poco más de 14 trillones de dólares (de nuevo, billones nuestros).
Para 2008 nuestra estimación del excedente fue de 21 por ciento; es decir, de 10 trillones de dólares. Esto significa que actualmente un punto porcentual de esa tasa de rentabilidad representa cerca de 472 mil millones de dólares (casi la mitad del PIB mexicano), por lo que –en moneda de 2008– los seis puntos porcentuales que ha variado entre 1965 y 2008 la rentabilidad general estadunidense, llegan a sumar hasta 2.5 trillones de dólares de 2008. Se trata de casi tres veces el valor monetario del producto interno bruto mexicano. Las series históricas en moneda constante confirman esa relación. Mucho dinero… muchísimo. ¿Cuándo –entre 1965 y 2008– se logró la mayor rentabilidad en la economía vecina? En 1997, con una tasa de 23 por ciento. Y, sin embargo, a partir de ese año la rentabilidad ha descendido y sólo la crisis le ha permitido recuperase un poco. ¿Y cuándo, por cierto, se logró la menor rentabilidad? En los años 1980, 1981 y 1982 (por cierto, los de los más altos precios del petróleo y todos los combustibles antes de 2008). El nivel medio de rentabilidad fue del orden de 17.6 por ciento. ¿Qué ha alentado esta rentabilidad? Lo que más –sobre todo en el periodo 1983 a 1997– el incremento notable de la productividad del trabajo (con ascenso continuo de principios de los ochenta hasta 2008). Pero también el estancamiento de las compensaciones reales a los trabajadores (prácticamente hasta 1997 en que empezaron a ascender).
¿Qué la ha frenado y deteriorado? En lo fundamental la sobre capacidad instalada, entre 1998 y 2002 más acelerada que la productividad del trabajo. Y el deterioro relativo de la productividad del trabajo. Asistimos en estos años a una etapa de recuperación, con descenso drástico del salario real por las dos vías usuales del capital. Por un lado la expulsión de los trabajadores activos de su esfera laboral que genera un drástico crecimiento del desempleo. Y, por otro, la contención salarial de los trabajadores en activo y la intensificación de su actividad en la jornada laboral.
Hoy bien una de las etapas de mayor deterioro laboral y social de su historia reciente. El evitable
accidente de la plataforma petrolera nos muestra la cara de una moneda. Para empezar a ver la otra sólo hay que mirar la reacción de Arizona, tan presente también en muchos estados de la Unión, aunque no se publicite tanto. En México, a pesar de la demagogia oficial, no son tan distintas las cosas. Incluso son un poco más malas. Más bien, mucho más malas. El mundo de la llamada economía no declarada o informal, es decir, del empleo precario y malo lo demuestra. Y el mundo de la calle también. Sin duda.
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