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domingo, 9 de mayo de 2010

Bajo la Lupa

Las calificadoras y las supercomputadoras provocan “crash bursátil automático”

Alfredo Jalife-Rahme
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Un manifestante arroja proyectiles a policías antimotines cerca del Parlamento en Atenas el miércoles 5, en protesta contra las medidas económicas del gobierno griegoFoto Reuters

Las descalificadas calificadoras de crédito (ver Bajo la Lupa, 29/4/10) –representadas por la tripleta del oligopolio anglosajón Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch– le asestaron en forma selectiva un golpe demoledor a Grecia y al euro (sin tocar a Estados Unidos ni a Gran Bretaña, técnicamente en peor situación), lo cual aceleró la segunda ola del caos financiero global.

La atribulada canciller alemana Angela Merkel, quien peca de ingenuidad infinita y enfrenta una crucial elección en Rin-Wesfalia Norte, fustigó al pérfido (sic) mercado desregulado de los bancos, hedge funds (fondos de cobertura de riesgo), especuladores y calificadoras de crédito (Bloomberg, 6/5/10).

Con la obvia excepción del archipiélago británico, en Europa continental han llovido críticas contra la desnivelada actuación de la tripleta anglosajona de las calificadoras de crédito, que gozan de un poder descomunal que urge domesticar.

Michael Mackenzie, de The Financial Times (7/5/10), comenta que el desplome instantáneo el histórico jueves 6 de mayo por la tarde en las bolsas de valores de Estados Unidos por un billón de dólares –equivalente al PIB de México–, y que afectó al mundo entero, es todavía un misterio (sic).

Versiones han ido y venido: desde el dedo gordo de un corredor bursátil que tecleó mal su orden de compraventa, pasando por el efecto griego, hasta la eventualidad de un sabotaje que planteó Obama (Sam Youngman, The Hill, 7/5/10).

¿A qué hacker chino, ruso, norcoreano o iraní, pretenden arrojar la culpa por los desperfectos inherentes al desregulado modelo neoliberal?

A juicio de Michael Mackenzie la abrupta caída que se inició en el Índice S & P 500 fue exacerbada por las supercomputadoras que sirven para vincular a los mercados y cuyo pánico se expandió a los mercados de divisas y bonos.

Contra todas las leyes supuestamente inmutables del libre (sic) mercado, los cuatro grandes lugares de las cotizaciones de las acciones bursátiles de Estados Unidos –NYSE Euronext, Nasdaq, BATS Trading y Direct Edge– cancelaron sus operaciones durante 20 minutos.

En Estados Unidos también se caen los sistemas, como seguido ocurre en forma más primitiva con las elecciones presidenciales en México.

El crack de la bolsa de Nueva York de 1987 había sido adjudicado a programas que habían exacerbado las abruptas caídas.

Las cotizaciones en el piso de remates se han transformado sustancialmente al haber sido superadas por los intercambios bursátiles de alta frecuencia de las supercomputadoras, que usan algoritmos especializados (algos) y que se realizan simultáneamente en otras plazas anexas a las sedes conocidas.

Para los fundamentalistas neoliberales el comercio algorítmico (los algos) mediante supercomputadoras ha hecho más eficientes (sic) y más líquidos a los mercados gracias a los avances tecnológicos.

La misma falla de los algoritmos de las supercomputadoras ya había ocurrido hace tres años en la bolsa neoyorquina NYSE con las operaciones de Crédit Suisse.

Tales algoritmos son programas de software que deciden cuándo, cómo y dónde comerciar ciertos instrumentos financieros sin la necesidad de cualquier intervención humana (El fantasma en las máquinas, The Financial Times, 17/2/10).

Hoy los mercados prácticamente automatizados son dominados por los mercaderes de alta frecuencia (alrededor de 60 por ciento de todas las operaciones), que aprovechan la conjunción de la tecnología y la ultravelocidad que adelanta a los postores, para no decir apostadores, a la compra de gangas en unos cuantos microsegundos. ¡Uf!

En paralelo, existe una tecnología separada que escudriña las noticias para dar a los algoritmos su direccionalidad (su sentido).

Jeremy Grant analiza los alcances del comercio algorítmico de alta frecuencia que ha trastocado (y trastornado, como sucedió el jueves aciago) los intercambios bursátiles (The Financial Times, 7/5/10): hoy los mercados bursátiles son manejados aplastantemente por algoritmos matemáticos programados para entrar y salir en los mercados casi a la velocidad de la luz, en búsqueda frenética de gangas que resulten en rápidas ganancias.

A juicio de Jeremy Grant, el comercio algorítmico sirve a los intereses de los mercaderes cortoplacistas, que usan la más reciente magia computacional.

Hoy más de la mitad del negocio bursátil en Estados Unidos involucra el uso de comercio algorítmico cuando las cotizaciones no se realizan únicamente en las conocidas bolsas de Nueva York y Nasdaq sino en otras plataformas pletóricas (sic), que incluyen pollas oscuras (sic)dark pools– y sistemas operados por los mercaderes mismos. Ahora menos de 35 por ciento de las cotizaciones se realiza en la bolsa de Nueva York (NYSE, por sus siglas en inglés), cuando existen sistemas que han conseguido comerciar en solamente 16 microsegundos.

¿Se trata de bolsas de valores tecnológicas sin humanos, o deshumanizadas?

La impactante realidad es que la mayoría de las acciones cambian de manos en centros con vastos datos. Uno de los centros de datos, construido por NYSE Euronext en Basildon (Gran Bretaña) –propietario de la bolsa de Nueva York–, mide el equivalente de tres canchas de futbol.

Pese a la azorante revolución tecnológica, Jeremy Grant cuestiona los existentes sistemas de manejo de riesgo para prevenir contra los algoritmos descarrilados.

Por lo visto, la tarde del jueves tales sistemas operados por máquinas estuvieron a punto de llevar al planeta a una catástrofe bursátil.

Lo cierto es que la tecnología manejada por supercomputadoras ha transformado la forma en que se manejan los mercados que se encuentran en manos de las pocas entidades financieras globales, de por sí oligopólicas, que disponen de los nuevos instrumentos de navegación bursátil que han sacado del juego a los inversionistas ordinarios (léase: prácticamente todo el mundo, con la excepción de la banca israelí-anglosajona).

Las catástrofes tanto deliberadas como técnicas de la desregulada globalización financiera obligan a repensar el dominio y manejo del dinero mundial, así como el arbitraje de sus descalificadas calificadoras de crédito, por la plutocracia de la banca israelí-anglosajona que ha llevado su control a niveles intolerables para todos los habitantes del planeta.

Hoy la verdadera liberación del género humano es ante todo financiera.

Un primer paso consiste en que los países afectados –es decir, la aplastante mayoría menos tres, como quedó asentado después de la deliberada balcanización y vulcanización de la eurozona– concreten sistemas propios de emisión de moneda (que incluya su apuntalamiento con materias primas estratégicas) y de manejo de crédito, con autonomía regulatoria nacional (no trasnacional), y se salgan lo más pronto posible –antes que los aniquilen pasivamente– del perverso juego financiero de las plazas bursátiles de Nueva York y Londres (en realidad, de las supercomputadoras y sus algos que controla la banca israelí-anglosajona). Este es el mayor desafío que enfrenta hoy la humanidad.

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