Entre el Tea Party Movement y el conservatismo constitucional (II y Final)
Lea la Primera Parte de este artículo
Para Edwin J. Feulner, presidente de Heritage Foundation desde 1973, y en opinión de ese zorro politiquero que es Karl Roves, “uno de los siete conservadores más poderosos del país”, tanto como para los fantasmales redactores reunidos el pasado 17 de febrero con el objetivo de escribir y proclamar la “Declaración de Mount Vernon“, los principios salvadores se hallan ya recogidos en los documentos fundacionales de la nación. Se trata en esencia, de retornarla a la senda gloriosa del pasado, de donde jamás debió de ser sacada por los extravíos radicales y multiculturalistas de décadas anteriores, agravados por los yerros peligrosos de la actual administración.
Esta hoja de ruta hacia la felicidad y la grandeza perdidas, que nos regalan los generosos caballeros conservadores que redactaron “El Conservatismo Constitucional: Una declaración para el Siglo XXI”, que es como realmente se titula el documento, le recuerda a un país adormecido por el carisma y el discurso de quien consideran algo menos que un demagogo irresponsable, que:
-”El conservatismo de la Declaración de Independencia establece verdades irrefutables, extraídas de las leyes de la naturaleza y de la propia Divinidad. Defiende la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; evoca la autoridad que dimana del consenso de los gobernados; reconoce el interés particular y también, la capacidad de la virtud”.
-”El conservatismo de la Constitución limita los poderes del gobierno, pero también provee para que este pueda realizar su labor, eficazmente. Refina el mandato popular, al hacerlo pasar por el filtro de la representación. Establece controles y contrapesos entre las diferentes ramas del propio gobierno y de la república federal.”
El llamado “Conservatismo Constitucional” vendría resumir las ideas centrales conservadores en el plano económico y social, incluso en el siempre palpitante ámbito de la seguridad nacional. Más aún en momentos en que extraños sucesos, venidos como anillo al dedo de esta mesiánica declaración, ¡oh, que renovada casualidad!, y que tuvieron lugar a fines del 2009, volvieron a aterrar a un nación desinformada y espantadiza, entre ellos, nuevos intentos de volar aviones de pasajeros en pleno vuelo, y vehementes muestras de amor al Papa o de odio a Berlusconi, Primer Ministro italiano, que demostraron la falibilidad de toda seguridad y la carencia de toda certeza, en tiempos de violencia y terrorismos.
De especial relevancia es la caracterización que ofrece, en este último sentido, de cómo debe ser el gobierno conservador soñado, en términos de la seguridad nacional. Por supuesto, no se trata, ni por asomo, del de Obama, sino más bien algún otro que partiendo del de Bush, sea capaz de corregir sus excesos totalitarios evidentes, no los secretos. “Un gobierno-en fin-enérgico, pero responsable, que garantice estabilidad interna y nuestro liderazgo global”, o dicho de otra manera menos políticamente correcta, aquel que libre las mismas guerras anunciadas contra los oscuros rincones del planeta ya marcados, y se enfrente hasta destruir al Eje del Mal, pero lo haga sin el engorro y la chapucería de Abu Grahib, la mala prensa que trae consigo el genocidio de Iraq y Afganistán, y las técnicas de tortura en los interrogatorios que trascendieron, a mala hora.
La política “bien meditada y consistente” que ha de encarnar semejante gobierno conservador de salvación nacional, según el recto sentir de los redactores de la “Declaración de Mount Vernon”, incluiría:
-”El principio de un gobierno limitado, basado en las leyes.
-Honrar el lugar central que tiene la libertad individual en la política y la vida de los Estados Unidos.
-Estímulos a la libre empresa, las iniciativas individuales y las reformas económicas basadas en las relaciones de mercado.
-El apoyo al interés nacional en la promoción de la libertad y en oposición a la tiranía, en todo el resto del mundo, y a la idea de que debemos y tenemos que hacerlo.
- La declaración de que somos un conservatismo que defiende firmemente a la familia, al barrio, la comunidad y la fé religiosa”
Así termina el texto de la “Declaración de Mount Vernon”, pero no el mensaje donde Edwin J. Feulner la dio a conocer, por los infinitos canales digitales y mediáticos de Heritage Foundation. “Espero que los lectores la apoyen-recaba-y que lo expresen refrendando el documento”.
Conociendo cómo funciona la manera idealista y principista con que el clan neoconservador, del que Feulner y su organización son unas de las más destacadas locomotoras, pronto podremos recibir en nuestros buzones de correo electrónico, delicadamente personalizados con nuestros nombres, un mensaje donde se nos solicite el óbolo patriótico, casi siempre de $25 dólares, eso, si, suavemente insinuado, para contribuir a que esta eximia declaración surta efecto y garantice la supervivencia de los sueños de los Padres Fundadores, en el Siglo XXI.
Pero no todo es tan simpático. Las dos partes de la tenaza conservadora, puestas a punto y articuladas en este mes de febrero, tanto la que representan los agitadores callejeros y cheerleaders del Tea Party Movement , como la de los atildados doctrinarios de Heritage Foundation, presagian un año político agitado y peligroso para los norteamericanos que honestamente votaron por un presidente del cambio y la esperanza, y para un mundo que respiró aliviado, quizás antes de tiempo, al ver partir a la pandilla expansionista y totalitaria de George W. Bush, aupada al poder por los mismos que hoy, desde las sombras, acaban de minar todos los posibles escenarios de lucha política y electoral en los Estados Unidos, en un año crucial.
Las dos patas de la tenazas, en las manos imperiales del mismo amo de siempre, no solo atormentarán a un presidente norteamericano, acosado en sus in consecuencias y ambigüedades, sino también a todas las fuerzas, sociales y políticas, gobiernos y naciones, sea cual sea su orientación filosófica o política, que hayan osado pensar y actuar con cabeza propia, y en interés de sus propios pueblos.
Contra todo eso van dirigidas estas andanadas conservadoras de febrero. Son los primeros disparos claros de la nueva etapa de la contrarreforma y la contrarrevolución a escala global con que soñaron un día los que ficharon, organizaron, financiaron auparon y promovieron hasta el borde delantero de la política norteamericana y mundial a unos neoconservadores que tanto nos recuerdan por estos días a otros trasnochados que se reunía a soñar con el mismo objetivo, en las cervecerías del Munich, concluida la Primera Guerra Mundial.
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