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domingo, 28 de febrero de 2010

Haití: un acreedor, no un deudor

Naomi Klein

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Damnificados escuchan en Puerto Príncipe un concierto del grupo musical haitiano RaramFoto Reuters

Si hemos de creerles a los ministros de finanzas del G-7, Haití está en proceso de conseguir algo que se merece desde hace mucho: el perdón total de su deuda externa. Desde Puerto Príncipe, el economista haitiano Camille Chalmers observa el desarrollo de este acontecimiento con un cauteloso optimismo. La cancelación de la deuda es un buen comienzo, le dijo a Al Jazeera en Inglés, pero es hora de ir mucho más allá. Debido a las devastadoras consecuencias de la deuda, tenemos que hablar sobre reparaciones e indemnizaciones. En este sentido, la idea general de que Haití es un deudor debe ser abandonada. Haití, argumenta, es un acreedor, y somos nosotros, en Occidente, los que estamos profundamente atrasados en los pagos.

Nuestra deuda con Haití proviene de cuatro fuentes principales: la esclavitud, la ocupación estadunidense, la dictadura y el cambio climático. Estas aseveraciones no son fantasiosas, ni meramente retóricas. Se basan en múltiples violaciones de normas y acuerdos legales. He aquí, de modo demasiado escueto, algunos puntos destacados del caso Haití.

La deuda por la esclavitud. Cuando los haitianos obtuvieron su independencia de Francia en 1804, tenían todo el derecho de reclamar reparaciones de los poderes que obtuvieron ganancias gracias a tres siglos de mano de obra robada. Francia, sin embargo, estaba convencida de que fueron los haitianos quienes le robaron propiedad a los dueños de los esclavos cuando se negaron a trabajar gratis. Así que, en 1825, con una flotilla de barcos de guerra estacionados frente a la costa haitiana, que amenazaba con volver a esclavizar la ex colonia, el rey Carlos X llegó a recolectar 90 millones de francos de oro, 10 veces el ingreso anual de Haití en aquella época. No tenía forma de negarse, tampoco tenía modo de pagar, así que la joven nación quedó encadenada a una deuda que tardaría 122 años en pagar.

En 2003, el presidente haitiano Jean-Bertrand Aristide, ante un agobiante embargo económico, anunció que Haití demandaría al gobierno francés por ese antiguo atraco. Nuestro argumento, me dijo Ira Kurzban, quien fue abogado de Aristide, era que el contrato era un acuerdo inválido porque estaba basado en la amenaza de volver a esclavizarlos, en una época en que la comunidad internacional consideraba la esclavitud como un mal. El gobierno francés se preocupó lo suficiente como para enviar un mediador a Puerto Príncipe, para evitar que el caso llegara a la corte. Al final, sin embargo, su problema fue eliminado: mientras se llevaban a cabo los preparativos para el proceso judicial, Aristide fue derrocado. El proceso judicial desapareció, pero para muchos haitianos, el reclamo de reparaciones sigue vivo.

La deuda por la dictadura. De 1957 a 1986, Haití fue regido por el desafiantemente cleptocrático régimen de Duvalier. A diferencia de la deuda francesa, el caso contra los Duvalier llegó a varias cortes, que rastrearon los fondos haitianos hasta llegar a una complicada red de cuentas bancarias suizas y fastuosas propiedades. En 1988, Kurzban ganó un juicio clave contra Jean-Claude Baby Doc Duvalier cuando un tribunal de distrito estadunidense en Miami declaró que el derrocado mandatario malversó más de 504 millones de dólares de fondos públicos.

Los haitianos, claro, todavía están en espera de ser compensados, pero ese fue sólo el inicio de sus pérdidas. Durante más de dos décadas, los acreedores del país insistieron en que los haitianos pagaran las enormes deudas contraídas por los Duvalier, calculadas en 844 millones de dólares, mucho de la cual se debía a instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Sólo en servicio de la deuda, los haitianos han desembolsado decenas de millones de dólares al año.

¿Fue legal que los prestamistas extranjeros recolectaran las deudas de Duvalier cuando una gran cantidad de ella nunca se gastó en Haití? Probablemente no. Como me dijo Cephas Lumina, experto externo de Naciones Unidas en materia de deuda externa, En el mundo, el caso de Haití es uno de los mejores ejemplos de deuda detestable. Sólo sobre esa base, la deuda debería ser cancelada sin condiciones.

Pero si acaso Haití sí ve toda su deuda cancelada (un enorme si acaso), eso no acaba con su derecho a ser compensado por las deudas ilegales ya recolectadas.

La deuda climática. Defendido por varios países en desarrollo en la conferencia de la ONU sobre cambio climático en Copenhague, el caso de la deuda climática es sencillo y claro. Los países ricos que han fracasado tan espectacularmente en afrontar la crisis climática que ocasionaron, están en deuda con los países en desarrollo, que han hecho poco por ocasionar la crisis pero enfrentan los efectos de un modo desproporcionado. En pocas palabras: el que contamina paga. Haití tiene un reclamo especialmente convincente. Su contribución al cambio climático es insignificante; las emisiones per cápita de CO2 son sólo uno por ciento de las emisiones estadunidenses. Sin embargo, Haití está entre los países a los que más ha pegado el cambio climático: según un índice, sólo Somalia es más vulnerable.

La vulnerabilidad de Haití al cambio climático no sólo es –ni siquiera mayoritariamente– geográfica. Sí, enfrenta tormentas cada vez más fuertes. Pero, la débil infraestructura de Haití es la que transforma retos en desastres y desastres en plenas catástrofes. El terremoto, si bien no está vinculado con el cambio climático, es un excelente ejemplo. Y aquí es donde todos esos pagos de deuda ilegal aún pueden extraer su costo más devastador. Cada pago a un acredor extranjero fue dinero que no se gastó en una carretera, una escuela, un cableado eléctrico. Y esa misma deuda ilegítima empoderó al FMI y al BM a imponer condiciones onerosas con cada nuevo préstamo: obligaba a Haití a desregular su economía y a reducir aún más su sector público. Su incumplimiento resultó en un embargo de la asistencia, de 2001 a 2004; fue el campanazo de la muerte para el sector público de Haití.

Ahora se debe hacer frente a esta historia, porque amenaza con repetirse. Los acreedores de Haití ya usan la desesperada necesidad de ayuda tras el terremoto para promover un incremento de cinco veces la producción del sector de la confección, donde están los empleados más explotados en el país. Los haitianos no tienen autoridad en estas pláticas porque se les considera como pasivos recipientes de ayuda, no como dignos participantes plenos en un proceso de reparación y restitución.

Reconocer las deudas que el mundo tiene con Haití cambiaría radicalmente esta perniciosa dinámica. Aquí es donde comienza el verdadero camino a la reparación: reconociendo el derecho de los haitianos a reparaciones.

© Naomi Klein (www.naomiklein.org).

Este artículo fue publicado en The Nation.

Traducción: Tania Molina Ramírez.

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