Carolina Escobar Sarti
Si tenemos que formar-nos una imagen de la nueva tragedia que acaba de vivir Haití, la mejor sería aquella que nos permite comparar el terremoto de magnitud 7.3 sucedido allí hace pocos días, con la energía que libera una explosión de 400 mil toneladas de TNT. Un desastre “natural” que es más desastre en un país pobre, corrupto e históricamente despojado como Haití. Jorge Mier Hoffman señala que, gracias al pueblo haitiano, países como Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá son naciones libres e independientes.
Un 12 de marzo de 1806, dice Hoffman, “Alexander Petión, colaborador del entonces presidente Jean Jacques Dessalines, hace entrega a Miranda de la “Espada Libertadora de Haití”, símbolo de la independencia y la lucha por la liberación de su pueblo, para que en su puño sirviera de estandarte de la independencia que pretendía llevar desde Venezuela hasta el Río de la Plata en Argentina”. Miranda fracasa y devuelve, en Haití, la famosa espada entregada a él por Petión, pero el camino estaba abierto y, una década después, otro empuñaría el símbolo de la libertad haitiana, apoyado de nuevo por Petión y un solidario pueblo haitiano: Simón Bolívar. quien, luego de dos intentos, logra el propósito.
Históricamente, una serie de invasiones y ultrajes de parte de franceses, ingleses y españoles minó la fuerza del pueblo haitiano, pero la estocada final se da en 1915, cuando el país es intervenido por los Estados Unidos.
Desde entonces, se dan varios períodos de guerra civil hasta 1957, cuando el dictador Françoise Duvalier y su hijo sumen al pueblo haitiano en la pobreza. De 1986 hasta 1991, Jean Bertrand Aristide gobierna la isla, pero en el 2004 es arrestado y expatriado por los Estados Unidos, país que desde entonces toma el control del país. Hoy, Haití sigue sumido en la miseria y constituye en uno de los símbolos más evidentes del fracaso humano. Y también, por qué no, de la esperanza.
El mundo se ha volcado en ayuda humanitaria para el pueblo haitiano, algunos respondiendo con corrección política a la tragedia y haciendo gala de su caridad de ocasión, otros realmente solidarios con un pueblo que necesita más que comida y ayuda post-terremoto. Sin embargo, todo pasa, y para no regresar a la “normalidad” tan falta de humanidad y al desamparo que cotidianamente vivían las personas de esta isla antes del sismo, hace falta recuperar la esperanza de un futuro posible. Que la esperanza no se vuelva a derramar, como agua, por los costados de un cesto con agujeros y se lleve a las miles de víctimas que se llevó hoy. Es una gran oportunidad, pagada de nuevo a un precio muy alto, pero oportunidad al fin.
En Haití, más de tres cuartas partes de la población vive hoy en viviendas miserables. Es un país ocupado militarmente y endeudado hasta el cuello, al punto que más de la mitad de la población depende de las remesas. A los saqueos coloniales e imperiales se suman los transnacionales; es un país en condiciones de vulnerabilidad tales, que cualquier tragedia “natural” se convierte en una catástrofe de dimensiones inimaginables.
Es momento de que los países que tienen una o las dos manos metidas en Haití revisen sus políticas de intervención; es tiempo de sustituir la ocupación militar por verdaderas misiones de solidaridad humana; es imperativo que se anule la ilegítima deuda externa que tiene Haití. Que la ayuda no se “done” en calidad de préstamo o de manera condicionada, como suelen hacer las grandes entidades financieras internacionales. Muchos países tienen una deuda histórica con ese pueblo, tantas veces ultrajado. Es hora de pagarla y recordar que la esperanza está en un Haití que fue el primer país, según dice Castro, en el que 400 mil africanos esclavizados y traficados por los europeos se sublevaron contra 30 mil dueños blancos de plantaciones de caña y café, llevando a cabo la primera gran revolución social en nuestro hemisferio. La esperanza está.
cescobarsarti@gmail.com
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