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jueves, 21 de enero de 2010


Monroe en “strike”

Jorge Gómez Barata

La doctrina Monroe, originalmente un párrafo de un intrascendente discurso ante el Congreso de los Estados Unidos en 1823, sintetizó el precepto de “América para los Americanos”. No se trató de una propuesta de alianza con las nacientes repúblicas hispanoamericanas, ni una actitud paternal de la gran nación del norte, sino el aviso temprano de una vocación hegemónica e imperial.

Procediendo de una ex colonia que todavía no había cumplido medio siglo de vida independiente, a los oídos de Europa, el apotegma debe haber sonado como una bravuconada. Aquella percepción pudo haber sido reforzada por el hecho de que todavía Estados Unidos no había enseñado los músculos, cosa que haría en 1898 cuando, para apoderarse de Cuba, retó a España derrotándola convincentemente.

La época en que James Monroe, ex embajador en Francia y Gran Bretaña, ex Secretario de Estado y de Defensa, quinto presidente de los Estados Unidos y el primero de la segunda hornada después de que los líderes históricos de la revolución (Washington, Adams, Jefferson y Madison) agotaron la cuota auto impuesta de gobernar dos mandatos, estuvo caracterizada por la expansión territorial de los Estados Unidos, por el inicio de las luchas por la independencia en América del Sur y por el surgimiento del más grave problema político y social norteamericano: la esclavitud, la segregación y el racismo.

Excepto por el estimulo político y moral que significaron las revoluciones de Estados Unidos, Francia, y Haití y por el impacto de la invasión napoleónica a España, la lucha por la independencia de los países hispanoamericanos se desató y triunfó sin interferencia extranjera alguna y sin que Estados Unidos influyera en ellas.

La declaración de Monroe contenía una doble advertencia a Europa, especialmente a Inglaterra, Francia, España y Rusia para que no interfirieran en la expansión territorial de los Estados Unidos ni estorbaran sus pretensiones sobre Cuba y un anuncio de que en conjunto, el Nuevo Mundo era considerado un área de influencia norteamericana, posición imperial que tanto Bolívar como José Martí denunciaron y, sin éxito, trataron de neutralizar.

Por aquella época, Estados Unidos, virtualmente un continente, con inmensos recursos naturales, seguro y protegido por las barreras naturales de los océanos Atlántico y Pacifico, disfrutaba de autarquía económica y podía permitirse la política “aislacionista” recomendada por George Washington consistente en no mezclarse en las querellas europeas, reclamando reciprocidad al Viejo Continente.
Realmente, durante el siglo XIX, época en que España, Francia y Rusia cedieron a Estados Unidos los vastos territorios de Luisiana, Florida y Alaska a cambio de dinero, las fronteras norteamericanas avanzaron empujando a los pueblos originarios al exterminio y a las reservaciones y libraron contra México una guerra de rapiña, la doctrina Monroe fue raras veces recordada o invocada.

A fines de aquella centuria, cuando la victoria de los patriotas cubanos se hizo inminente, Estados Unidos se dispuso a su primer contencioso contra un país europeo e ignorando las gestiones de las cancillerías del Viejo Continente y la mediación del papa León XIII, libró contra España la única guerra Europea que ha iniciado. Curiosamente aquella contienda no se desarrolló en ninguno de los países oficialmente beligerantes, sino en Cuba, Filipinas y Puerto Rico.

A partir de entonces, cuando cesó el aislacionismo político y asumió el rol de imperio, involucrándose en profundidad en la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos desplegó las dobles tenazas de la doctrina Monroe: contuvo a Europa, convirtió a Latinoamérica en su patio trasero, reprimió cualquier intento político liberal o revolucionario, intervino decenas de veces con sus marines, instaló y depuso gobiernos y ocupó naciones, entre ellas Haití.

El auge del fascismo en Europa, la llegada al poder de Franklin D. Roosevelt que asumió como doctrina la del “Buen Vecino”, la crisis de los años treinta y finalmente la Segunda Guerra Mundial y la alianza con la Unión Soviética, introdujeron cambios de énfasis en la política exterior norteamericana y si bien atenuaron aspectos de la doctrina Monroe, acentuaron otros cuando Europa, incapaz de defenderse a sí misma, dependió de Estados Unidos.

Más tarde, convertido en vencedor del fascismo, para lo cual no vaciló en escamotear el aporte soviético, devenido superpotencia, en posesión del monopolio nuclear, bajo la dirección de Truman, Estados Unidos adoptó la “Contención del Comunismo” como doctrina, se involucró en la Guerra Fría y al asumir la llamada “defensa del mundo libre” asumió una relevancia internacional como nunca antes había tenido.

En circunstancias en que la política global se imponía, la doctrina Monroe parecía trascendida hasta que, otra vez en torno a Cuba, Estados Unidos, valiéndose de la OEA la invocó en su letra y en su espíritu para proclamar que la alianza de la isla con la Unión Soviética constituía “una amenaza extra continental, incompatible con el sistema interamericano.” La expulsión de Cuba de la OEA y la Crisis de los Misiles de 1962 trajo de vuelta a Monroe.

Las expectativas surgidas en torno a la elección de Barack Obama, acentuadas durante la cumbre de Puerto España sonde asumió posiciones que parecieron introducir nuevos matices respecto al continente y particularmente en zonas conflictivas como Venezuela y Cuba, respecto a la cual llegó incluso a hablar de un “nuevo comienzo”, cabía esperar que el enfoque monroviano se atenuara.

La realidad de la actitud frente al golpe de estado en Honduras, la sucia maniobra de, aprovechando el incidente provocado por el presunto terrorista del vuelo Ámsterdam-Detroit, incluir a Cuba en una lista de países auspiciadores del terrorismo y más recientemente el despliegue y la virtual ocupación militar de Haití, en los hechos han significado un reciclaje de la vieja doctrina.

La desfachatada actitud norteamericana, la falta de discreción en momentos dramáticamente luctuosos y la arrogancia de sus tropas en el terreno que han llegado incluso a ocupar el Palacio Presidencial y pretenden asumir el control de los hospitales y monopolizar la logística, pueden dar lugar a roces como los ya habidos con Francia, Rusia, Brasil y otros países, que no están dispuestos a subordinarse a las tropas norteamericanas.

No se trata de echar de menos a Europa en el control de Haití sino de reclamar de todos los participantes en las operaciones de ayuda, mínimos de respeto para la Nación y el pueblo que sufre y actitudes más consecuentes con la naturaleza internacional y humanitaria de la operación.

Al preferir a los marines antes que a la Cruz Roja, hacer de ocupante antes que de samaritano e involucrar a Bush, Obama nos sirve una versión ampliada y corregida de la doctrina Monroe, esta vez doble y en strike.

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