El primer país independiente de América, antes que Estados Unidos, selló su fortuna y su futuro con la expulsión de todos los blancos explotadores, esclavistas y racistas. Haití es un país étnicamente uniforme, no hay prácticamente mestizaje, como en Jamaica, República Dominicana o Cuba, que también tuvieron población esclava significativa. Y lo que podría ser una ventaja cultural fue, y es, un factor importante para su aislamiento. Por otra parte, la lengua oficial es el francés y la de uso corriente el creole, lo que los aísla aún más en la región y obviamente dificulta sus opciones migratorias.
Como país pobre, el más pobre de la región, su índice global de fecundidad (números de hijos por mujer) es el más alto de América y el Caribe (3.8), seguido por Belice (3.3), Guatemala (3.4) y Bolivia (3.1). Lo que también quiere decir que los países con población mayoritaria indígena y negra son los más pobres de América Latina y el Caribe. Una deuda colonial que todavía no ha podido ser saldada.
Haití tiene una población de 9 millones y están fuera del país cerca de 850 mil personas. La densidad de población en Haití es de 314 personas por kilómetro cuadrado, mientras que en República Dominicana, la otra parte de la isla, la densidad es de 97. Peor aún si se consideran las condiciones ambientales de ambos países. El territorio haitiano está desbastado, totalmente desforestado. La pobreza endémica hace que la gente cocine con leña o carbón. No hay vegetación importante, lo que contrasta con República Dominicana que tiene varios parques nacionales. El drama de la densidad en el territorio haitiano se agranda en el contexto de Puerto Príncipe, donde la hacinación llegaba a límites increíbles y la gente vivía, literalmente, de las sobras que produce la concentración urbana.
La única salida, dada su condición de insularidad, es cruzar la frontera hacia República Dominicana o lanzarse al mar, como ya lo hicieron en otras oportunidades con la nefasta experiencia de los boat people, que simplemente buscan que alguien se apiade de ellos y los reciba. Y si eso no pasa, se los traga el mar, en una especie de suicidio colectivo. Después de que Estados Unidos devolviera varios barcos y les impidiera solicitar asilo, la práctica decayó. Pero esta solución desesperada puede ponerse en marcha otra vez.
La emigración haitiana forma parte de lo que podríamos llamar una migración en relevos, donde participan una cadena de países y Haití es el último eslabón. Estados Unidos reclutó trabajadores en Puerto Rico en los años 50 y generó una intensa dinámica migratoria, tan fuerte que la mitad de los nacidos en la isla vive en el continente. Este proceso generó a su vez una serie de distorsiones en el mercado de trabajo local que fueron cubiertas por el país vecino: República Dominicana. A su vez, la salida de gente de Dominicana generó una migración interna del campo a la ciudad, de tal modo que también se provocaron distorsiones, que fueron suplidas con mano de obra importada del país vecino: Haití. Y ahí se rompe la cadena, no hay en la región ninguno más pobre que Haití. Y prácticamente nadie va a vivir o a trabajar a Haití: solamente 0.4 por ciento de la población es de origen extranjero.
Paradójicamente, la cadena migratoria es a su vez de discriminación. Los portorriqueños en Estados Unidos tienen trabajos mal remunerados y son considerados como negros, flojos y que viven del walfare. En Puerto Rico, a su vez, los dominicanos tienen los peores trabajos y son considerados como negros, indocumentados, flojos, rateros y peligrosos. Finalmente en República Dominicana los haitianos son considerados como negros, ilegales, indolentes, perezosos, invasores.
Las relaciones entre dominicanos y haitianos son bastante distantes y problemáticas. Un hito funesto en la relación lo marcó la matanza de inmigrantes haitianos por órdenes del dictador Leónidas Trujillo en 1937. Cerca de 20 mil haitianos, que vivían de manera permanente en República Dominicana, fueron asesinados por el ejército y otros tantos deportados. Sólo se permitía la presencia de braceros temporales, dado que los que cortan la caña y recogen el café son haitianos, trabajo de negros desde tiempos inmemoriales.
Con la catástrofe, la emigración de haitianos a República Dominicana se va a intensificar, pero las tensiones raciales y sociales se van a incrementar. Paradójicamente, un país mulato, donde se dice que todos tienen a un negro detrás de la oreja
considera como negros, única y exclusivamente a los haitianos.
Las puertas de la emigración están cerradas para los haitianos, salvo para los niños huérfanos, que entran al mercado o al circuito global de las adopciones. Desde hace unos años se ha empezado a considerar el caso de los refugiados ambientales
, como fue el caso de Honduras y Nicaragua, en 1998, con el huracán Mitch, de categoría 5, que devastó gran parte de las viviendas y cultivos de estos países. En aquella ocasión, Estados Unidos otorgó un número limitado de visas conocidas como TPS (Temporal Protection Status); es el momento de volver a hacerlo. Y no sólo el vecino del norte, todos los países del área deberían abrir las puertas a un flujo legal, ordenado y limitado de inmigrantes haitianos. Los centros de acopio son medidas de corto plazo, a mediano plazo la gente necesita trabajo, tanto dentro como fuera del país. Antes del terremoto las remesas constituían 21.6 del PIB y en este momento deben constituir el doble o el triple, pues son una fuente indispensable para la sobrevivencia del pueblo haitiano. Y lo más importante, no es caridad ni ayuda humanitaria, es el trabajo honrado y sacrificado de su gente, de sus emigrantes comprometidos con el futuro de sus familias y su país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario