En el siglo IV el
Imperio romano, cuando su hegemonía político militar se desvanecía,
recurrió al cristianismo para ensamblar y cohesionar su poder en proceso
de fragmentación. Pero, ni el cristianismo pudo evitar lo inevitable.
El otrora Imperio todopoderoso se dividió y esfumó inevitablemente
producto de la debacle moral y espiritual de sus gobernantes. Siglos
después, Roma imperial fue sólo un doloroso y mal recuerdo.
A
principios del siglo XX, sobre las cenizas de la I Guerra Mundial,
emergió en el mundo occidental un nuevo Imperio. El Imperio
Norteamericano. Este Imperio afianzó su hegemonía en el discurso de la
defensa y universalización de los Derechos Humanos. Específicamente,
proclamando la ética ciudadana (democracia y libertad).
El
recurso de este discurso duró muy poco. Su injerencismo y militarismo lo
desenmascaró esencialmente como un déspota mundial antidemocrático. Fue
entonces, que el nuevo Imperio tuvo que recurrir, desde los últimos
decenios del pasado siglo, al cristianismo protestante para reensamblar
su hegemonía desafiada por el multilateralismo emergente.
Así fue
cómo el Imperio cristiano protestante invadió/saqueó Iraq, Afganistán…
proclamando la “justicia divina”, cual si fuera el nuevo cruzado
protestante… Y, el mundo moderno, democrático y cristiano, muy a pesar
de sus organismos internacionales, sólo miró sin ver aquel saqueo que,
hoy, aún lloran sus sobrevivientes. Todo fue y es en nombre de Dios y de
la democracia.
El amanecer del siglo XXI encontró al Imperio
auto derrotado moral y espiritualmente, fruto de sus mentiras e
inmoralidades. Los argumentos falsos, las falsas noticias y el uso
mañoso del sistema penal contra “defensores de derechos humanos”, es
parte de la cicuta que envenenó al Imperio del águila.
En este
contexto, el deslegitimado Imperio, sin importar la básica racionalidad
liberal, o la autenticidad de la ética protestante, inventó teatros
macabros para saquear las reservas petroleras en el mundo.
Destruyó/saqueó parte de los pueblos árabes con el circo de la
“existencia de armas químicas”, que jamás mostró. Destruyó parte de los
gobiernos progresistas en América Latina (quienes en una década de
gobierno sacaron a más de 70 millones de personas de la pobreza) con el
circo de la “guerra anticorrupción”.
Ahora, estrangula económica y
políticamente al digno y valeroso pueblo venezolano y a su gobierno
democrático con el circo de “crisis humanitaria” para apoderarse de sus
pozos petrolíferos. Pero, Venezuela muestra al mundo entero, no sólo
lecciones de democracia (25 procesos electorales en los últimos 20
años), sino un superávit de dignidad y soberanía al resistir y
sobreponerse al criminal bloque económico y despojo de sus ahorros
internacionales por parte del Imperio.
El Imperio auto derrotado y
desesperado, ahora, en su intento de imponerse a la fuerza en la
región, lo único que está acelerando es un generalizado sentimiento
antinorteamericano, incluso en los nichos sociales latinoamericanos
culturalmente colonizados.

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