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sábado, 17 de noviembre de 2018

La Gran Guerra no ha terminado



Hubo algo horriblemente familiar sobre la forma en que conmemoramos el supuesto fin, hace cien años, de la Primera Guerra Mundial. No sólo las cascadas de amapolas ni los nombres ya conocidos: Mons, Somme, Ypres, Verdún. Sino el casi total silencio sobre los que murieron en ella, cuyos ojos no eran tan azules como los nuestros ni sus pieles tan rosadas como las nuestras, aun cuando el sufrimiento que les causó la Gran Guerra continúa hasta hoy.
Incluso en los suplementos dominicales que se atrevieron a alejarse del frente occidental sólo para tocar brevemente el impacto posterior que la guerra tuvo en la nueva Polonia, la nueva Checoslovaquia, la nueva Yugoslavia y la Rusia Bolchevique, hubo una sola mención a Turquía. De la hambruna masiva –que causó quizá 1.6 millones de muertos– de los árabes de Levante causado por el saqueo de los turcos y el bloqueo de los aliados durante la Primera Guerra Mundial no se dijo una sola palabra. Lo que es aún más sorprendente: no encontré una sola referencia al mayor crimen contra la humanidad de la Primera Guerra Mundial; no hablo del asesinato de rehenes belgas a manos de tropas alemanas en 1914, sino del genocidio armenio de millón y medio de civiles cristianos en 1915, cometido por el imperio Otomano turco aliado de Alemania.
¿Qué le ocurrió a ese documento clave de la Primera Guerra Mundial en Medio Oriente en la declaración de Balfour de 1917 que prometió una patria para los judíos en Palestina y condenó a los árabes palestinos (que entonces eran mayoría en la zona) a lo que yo llamo condición de refugiados? ¿O al acuerdo Sykes Picot que partió en pedazos a Medio Oriente y traicionó la promesa de independencia hecha a los árabes? ¿O el avance del general Allenby sobre Jerusalén durante el cual ejecutó el primer ataque con gas en Medio Oriente y que fue olvidado por nuestros amados comentaristas?
Estamos tan enamorados de la salvaje historia moderna de Siria e Irak que nos olvidamos –o desconocemos– que los hombres de Allenby dispararon bombas de gas contra el ejército turco nada menos que en Gaza. Pero los ataques con gas permanecieron confinados en la memoria colectiva al Frente Occidental el pasado fin de semana.
Los cementerios de la guerra tanto en Medio Oriente como en Europa contienen decenas de miles de tumbas musulmanas –de argelinos, marroquíes, indios– y no vi una sola fotografía de ellas. Tampoco de las de trabajadores chinos que murieron en el Frente Occidental, cuando transportaban bombas para las tropas británicas, ni de los soldados africanos que lucharon y murieron en Somme, Francia. El presidente Macron fue el único que, al parecer, recordó este hecho, como debía ser, pues más de 30 mil hombres de las islas Comores, Senegal, Somalia, Guinea y Benin murieron en la Gran Guerra.
Existió un monumento en memoria de estas tropas en la ciudad francesa de Reims, pero los alemanes lanzaron un feroz ataque racista contra los soldados negros que participaron en la Primera Guerra Mundial y ocuparon Alemania: los acusaron de violar a mujeres y poner en peligro el futuro de la raza alemana. Todo era mentira, por supuesto, pero cuando las legiones de Hitler volvieron a invadir Francia en 1940 el monumento fue destruido, pues la propaganda nazi en contra de estos hombres funcionó. Asimismo, más de 2 mil soldados negros que eran parte de las fuerzas francesas fueron masacrados por la Wehrmacht. Este monumento acaba de ser reconstruido a tiempo y fue develado para el centenario del Armisticio.
Además están las sepulcrales ironías de los muertos. De los 4 mil soldados marroquíes –todos ellos musulmanes– enviados a la batalla de Marne de 1914 sólo sobrevivieron 800. Otros murieron en Verdún. De los 45 mil soldados marroquíes del general Hubert Lyautey, 12 mil murieron antes de 1918. Fue la pequeña revista francesa Jeune Afriqueto la que publicó una nota sobre las tumbas de los marroquíes que aún están marcadas con la estrella y la luna creciente que eran símbolos del califato turco otomano. Pero los marroquíes, si bien eran habitantes del imperio Otomano y tenían esa nacionalidad, lucharon en las filas francesas contra los aliados turcos de Alemania. La estrella y la luna creciente jamás fue símbolo oficial de los musulmanes. En todo caso, los marroquíes ya tenían su propia bandera antes de la Gran Guerra.
Pero, desde luego, los verdaderos símbolos de la Primera Guerra Mundial y sus sangrientos resultados están en Medio Oriente. Los conflictos en la región –Siria, Irak, Israel, Gaza, Cisjordania y el Golfo– tienen su génesis en nuestra titánica Gran Guerra. Sykes-Picot dividió a los árabes. Fue esa guerra la que, apenas comenzada la batalla de Gallipoli, permitió a los turcos destruir a su minoría cristiana armenia. Los nazis, por cierto, amaban a Mustafa Kemal Ataturk porque limpió a sus minorías. Cuando Ataturk murió, la primera plana del periódico alemán Volkisher Beobachter se imprimió con un marco negro.
La división entre Líbano y Siria y sus sistemas sectarios de administración fueron inventados por los franceses después de que aseguraron un mandato posguerra para gobernar en Levante. La rebelión iraquí contra el mandato británico fue en parte alentado por el rechazo a la declaración de Balfour.
Traviesamente, me puse a buscar en los viejos libros de historia de la biblioteca de mi difunto padre, quien traviesamente luchó en la Tercera Batalla de Somme en 1918. Ahí encontré la ira y el dolor de Winston Churchill, quien escribió sobre el holocausto de los armenios (de verdad usó esa palabra) pero no pudo prever el futuro del mundo árabe en los cuatro volúmenes de su historia de la Gran Guerra publicada en 1935. La única disertación sobre el imperio otomano, que aún ardía a fuego lento, viene en un apéndice de dos hojas en la página 1647 titulada: Un Memorando sobre la Pacificación de Medio Oriente.
En cuanto a los palestinos que despiertan cada mañana entre el polvo y la mugre de los campamentos de Nahr el Bared, Ein el Helwe o Sabra y Chatia en Líbano, la pluma de Balfour dejó su firma en este documento sobre el despojo no en 1915, sino apenas anoche, pues estos refugiados aún habitan en chozas y casuchas en este momento en que usted lee estas palabras, por lo que la Primera Guerra Mundial no ha terminado, ni siquiera ahora, después del centésimo aniversario de su fin.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

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