Robert Fisk
Hubo algo horriblemente
familiar sobre la forma en que conmemoramos el supuesto fin, hace cien
años, de la Primera Guerra Mundial. No sólo las cascadas de amapolas ni
los nombres ya conocidos: Mons, Somme, Ypres, Verdún. Sino el casi total
silencio sobre los que murieron en ella, cuyos ojos no eran tan azules
como los nuestros ni sus pieles tan rosadas como las nuestras, aun
cuando el sufrimiento que les causó la Gran Guerra continúa hasta hoy.
Incluso en los suplementos dominicales que se atrevieron a alejarse
del frente occidental sólo para tocar brevemente el impacto posterior
que la guerra tuvo en la nueva Polonia, la nueva Checoslovaquia, la
nueva Yugoslavia y la Rusia Bolchevique, hubo una sola mención a
Turquía. De la hambruna masiva –que causó quizá 1.6 millones de muertos–
de los árabes de Levante causado por el saqueo de los turcos y el
bloqueo de los aliados durante la Primera Guerra Mundial no se dijo una
sola palabra. Lo que es aún más sorprendente: no encontré una sola
referencia al mayor crimen contra la humanidad de la Primera Guerra
Mundial; no hablo del asesinato de rehenes belgas a manos de tropas
alemanas en 1914, sino del genocidio armenio de millón y medio de
civiles cristianos en 1915, cometido por el imperio Otomano turco aliado
de Alemania.
¿Qué le ocurrió a ese documento clave de la Primera Guerra Mundial en
Medio Oriente en la declaración de Balfour de 1917 que prometió una
patria para los judíos en Palestina y condenó a los árabes palestinos
(que entonces eran mayoría en la zona) a lo que yo llamo condición de
refugiados? ¿O al acuerdo Sykes Picot que partió en pedazos a Medio
Oriente y traicionó la promesa de independencia hecha a los árabes? ¿O
el avance del general Allenby sobre Jerusalén durante el cual ejecutó el
primer ataque con gas en Medio Oriente y que fue olvidado por nuestros
amados comentaristas?
Estamos tan enamorados de la salvaje historia moderna de Siria e Irak
que nos olvidamos –o desconocemos– que los hombres de Allenby
dispararon bombas de gas contra el ejército turco nada menos que en
Gaza. Pero los ataques con gas permanecieron confinados en la memoria
colectiva al Frente Occidental el pasado fin de semana.
Los cementerios de la guerra tanto en Medio Oriente como en Europa
contienen decenas de miles de tumbas musulmanas –de argelinos,
marroquíes, indios– y no vi una sola fotografía de ellas. Tampoco de las
de trabajadores chinos que murieron en el Frente Occidental, cuando
transportaban bombas para las tropas británicas, ni de los soldados
africanos que lucharon y murieron en Somme, Francia. El presidente
Macron fue el único que, al parecer, recordó este hecho, como debía ser,
pues más de 30 mil hombres de las islas Comores, Senegal, Somalia,
Guinea y Benin murieron en la Gran Guerra.
Existió un monumento en memoria de estas tropas en la ciudad francesa
de Reims, pero los alemanes lanzaron un feroz ataque racista contra los
soldados negros que participaron en la Primera Guerra Mundial y
ocuparon Alemania: los acusaron de violar a mujeres y
poner en peligro el futuro de la raza alemana. Todo era mentira, por supuesto, pero cuando las legiones de Hitler volvieron a invadir Francia en 1940 el monumento fue destruido, pues la propaganda nazi en contra de estos hombres funcionó. Asimismo, más de 2 mil soldados negros que eran parte de las fuerzas francesas fueron masacrados por la Wehrmacht. Este monumento acaba de ser reconstruido a tiempo y fue develado para el centenario del Armisticio.
Además están las sepulcrales ironías de los muertos. De los 4 mil
soldados marroquíes –todos ellos musulmanes– enviados a la batalla de
Marne de 1914 sólo sobrevivieron 800. Otros murieron en Verdún. De los
45 mil soldados marroquíes del general Hubert Lyautey, 12 mil murieron
antes de 1918. Fue la pequeña revista francesa Jeune Afriqueto la
que publicó una nota sobre las tumbas de los marroquíes que aún están
marcadas con la estrella y la luna creciente que eran símbolos del
califato turco otomano. Pero los marroquíes, si bien eran habitantes del
imperio Otomano y tenían esa nacionalidad, lucharon en las filas
francesas contra los aliados turcos de Alemania. La estrella y la luna
creciente jamás fue símbolo oficial de los musulmanes. En todo caso, los
marroquíes ya tenían su propia bandera antes de la Gran Guerra.
Pero, desde luego, los verdaderos símbolos de la Primera Guerra
Mundial y sus sangrientos resultados están en Medio Oriente. Los
conflictos en la región –Siria, Irak, Israel, Gaza, Cisjordania y el
Golfo– tienen su génesis en nuestra titánica Gran Guerra. Sykes-Picot
dividió a los árabes. Fue esa guerra la que, apenas comenzada la batalla
de Gallipoli, permitió a los turcos destruir a su minoría cristiana
armenia. Los nazis, por cierto, amaban a Mustafa Kemal Ataturk porque limpió a sus minorías. Cuando Ataturk murió, la primera plana del periódico alemán Volkisher Beobachter se imprimió con un marco negro.
La división entre Líbano y Siria y sus sistemas sectarios de
administración fueron inventados por los franceses después de que
aseguraron un mandato posguerra para gobernar en Levante. La rebelión
iraquí contra el mandato británico fue en parte alentado por el rechazo a
la declaración de Balfour.
Traviesamente, me puse a buscar en los viejos libros de historia de
la biblioteca de mi difunto padre, quien traviesamente luchó en la
Tercera Batalla de Somme en 1918. Ahí encontré la ira y el dolor de
Winston Churchill, quien escribió sobre el
holocaustode los armenios (de verdad usó esa palabra) pero no pudo prever el futuro del mundo árabe en los cuatro volúmenes de su historia de la Gran Guerra publicada en 1935. La única disertación sobre el imperio otomano, que aún ardía a fuego lento, viene en un apéndice de dos hojas en la página 1647 titulada:
Un Memorando sobre la Pacificación de Medio Oriente.
En cuanto a los palestinos que despiertan cada mañana entre el polvo y
la mugre de los campamentos de Nahr el Bared, Ein el Helwe o Sabra y
Chatia en Líbano, la pluma de Balfour dejó su firma en este documento
sobre el despojo no en 1915, sino apenas anoche, pues estos refugiados
aún habitan en chozas y casuchas en este momento en que usted lee estas
palabras, por lo que la Primera Guerra Mundial no ha terminado, ni
siquiera ahora, después del centésimo aniversario de su
fin.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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