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lunes, 1 de septiembre de 2014

EEUU accedió en 1969 a reconocer en secreto a Israel como potencia nuclear




Nuevos documentos desclasificados esta semana por el Gobierno estadounidense revelan que en 1969 la administración Nixon aceptó reconocer la existencia de la capacidad nuclear ofensiva de Israel siempre y cuando el Estado hebreo no la hiciera pública, trazando las líneas maestras de lo que sería la aproximación israelí a la cuestión nuclear durante los próximos 45 años.
A grandes rasgos, las 107 páginas de memorandums desclasificados describen los infructuosos esfuerzos del círculo de asesores más próximo al entonces presidente Richard Nixon para disuadir a Israel de sus ambiciones nucleares, y de cómo finalmente eligieron adoptar –tras una histórica conversación secreta entre Nixon y la primera ministra israelí, Golda Meir– una postura pública de ambigüedad sobre el programa nuclear de Israel.
Estos informes arrojan cierta luz sobre lo que hasta este momento han sido estimaciones informadas sobre el arsenal nuclear de Israel, cuya política oficial desde hace cuatro décadas es la guardar silencio absoluto sobre esta cuestión, sin confirmar ni desmentir su existencia. En 2006, la Federación de Científicos Estadounidenses (FAS) especuló con la posibilidad de que el estado hebreo contara con 200 cabezas nucleares, por lo que sería la sexta potencia nuclear del mundo.
“Sabemos que Israel va camino de desplegar un sistema de misiles tiera-tierra con una autonomía de 400 kilómetros con capacidad nuclear, tenemos pruebas circunstanciales de que Israel se ha hecho con material fisible y contamos con informes no verificados de que Israel ha comenzado a fabricar armas nucleares”, relata un mermorándum del entonces director de la Oficina del Departamento de Estado para Oriente Próximo, Rodger P. Davies.
Este documento, escrito a cuatro meses del encuentro entre Nixon y Meir, pone en marcha un plan de acción para convencer al estado israelí de que firmara el Tratado de No Proliferación Nuclear, aceptara la inspección de la planta nuclear de Dimona –donde supuestamente Israel comenzó a investigar en 1958 el desarrollo de un arma nuclear– y recibiera misiles no nucleares ‘Jericó’ capaces de alcanzar la mayor parte de las ciudades árabes a cambio de abandonar su proyecto de contar con una bomba atómica.
El nombre que más se repite en los documentos es el del por entonces embajador israelí en Estados Unidos y futuro primer ministro de Israel, Itzak Rabin. A través de sucesivos encuentros con el diplomático, oficiales de la administración Nixon concluyeron que “se ha dejado claro, de manera explícita e implícita, que Israel quiere armas nucleares por dos motivos: primero, para disuadir a los árabes y segundo, en el caso de que falle la estrategia de contingencia e Israel estuviera a punto de verse derrotada, destruir a los árabes en un Armagedón nuclear”. “En ningún momento el embajador israelí”, relató un documento previo de 1968, “ha negado que Israel esté intentando producir este tipo de armamento”.

Secretismo y división interna

La serie de documentos revelan las discrepancias entre el Departamento de Estado y el Departamento de Defensa sobre la capacidad nuclear de Israel y de sus esfuerzos para intentar encontrar un resquicio de negociación en la postura pública del Gobierno israelí reflejada en cables de la Embajada hebrea –también recogidos en los documentos desclasificados– donde se reitera constantemente que “Israel nunca será el primer estado en introducir armas atómicas en la región”.
Sin embargo, el propio término “introducir” es objeto de discusión en el seno de la Casa Blanca: “tenemos motivos para creer”, apunta otro documento, “que Israel no considera que producir armas nucleares sea sinónimo de ‘introducir’”. El propio Rabin reconoce que “introducir” implica “probar y declarar públicamente la existencia de esas armas”.
En términos generales, el Departamento de Estado y la CIA son los que se mostraron más escépticos sobre el desarrollo del programa nuclear israelí al considerar que las pruebas recabadas eran circunstanciales. Pero el Departamento de Defensa, la Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia de Inteligencia de Defensa se mostraron más contundentes: Israel tenía ya la bomba o estaba a punto de tenerla en cuestión de meses.
A pocas semanas de la visita de Meir, los asesores de Nixon centraron sus esfuerzos en evaluar el impacto internacional del programa nuclear israelí. La conclusión alcanzada fue que un Israel nuclear podría incentivar al resto de países árabes a adquirir sus propias armas en un plazo de diez años a través de contratistas privados y científicos europeos. “Hay que tener en cuenta que en la psique árabe está enraizado el concepto de que solo es posible negociar con Israel en igualdad de condiciones”, según otro de los documentos.
Estados Unidos considera al mundo árabe como “una fuerza irracional”, ante la que la lógica de la destrucción nuclear mutua asegurada que durante años ha equilibrado las relaciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética podría no funcionar aplicado a Oriente Próximo porque “no hay que descartar la posibilidad de que algún líder árabe esté dispuesto a canjear un número enorme de bajas entre sus filas a cambio de provocar a Israel un daño irreparable”.
Ante esta tesitura, Estados Unidos eligió el mal menor: no debilitar a Israel negando la opción siquiera de adquirir la bomba atómica por pura cuestión de ventaja moral. “No podemos obligar a los israelíes a destruir sus componentes y datos de diseño, pero ni mucho menos podemos obligarles a que destruyan su capacidad de improvisación”, señaló otro memorándum.

El encuentro

“Los nuevos documentos revelan que la política de ambigüedad nuclear de Israel”, explica el análisis realizado esta semana por el diario hebreo ‘Haaretz’, “es más bien un resultado de los acuerdos entre Nixon y Meir que una maniobra original israelí”. El contenido del encuentro entre ambos líderes celebrado en 26 de septiembre de 1969 nunca ha trascendido, como tampoco lo ha hecho el documento final que sirvió de base a Nixon para iniciar el diálogo con la primera ministra, el llamado NSSM 40.
Sin embargo, con el paso del tiempo Nixon realizó veladas declaraciones sobre el contenido de la reunión. El expresidente declaró años después a la CNN que, en el momento del encuentro, “estaba claro que Israel ya tenía por entonces armas nucleares”, aunque no citó fuentes.
El ‘Washington Post’ especuló en 2006 con el contenido de la conversación: es probable que Nixon hubiera comenzado pidiendo a Meir transparencia sobre la cuestión, a lo que ella habría replicado reconociendo que Israel ya estaba en disposición de fabricar una bomba atómica, siempre como última opción y siempre con la intención de servir como un mecanismo de protección psicológica para asegurar a la población hebrea de que en sus manos estaba el arma definitiva.
“Jamás cité la conversación con Nixon en los días posteriores, y no voy a hacerlo ahora”, declaró años después Meir. En cualquier caso, la reunión acabó con un acuerdo tácito, prácticamente implícito, con un grado de ambigüedad casi impensable hoy en día.
Así nació la estrategia que ambos países han asumido durante casi medio siglo hasta que la administración Obama, por motivos que hasta el momento no se han dado a conocer — la Comisión de Desclasificación del Congreso (ISCAP) se ha negado durante décadas a revelar los documentos hasta el pasado mes de marzo, y solo hace unos días que los ha publicado en Internet –, ha decidido sacarla a la luz pública: mientras Israel mantenga en secreto la bomba, Estados Unidos podrá vivir con ello.

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