Elecciones primarias en EE.UU.
Fuentes: Truthout
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Prácticamente todos los simpatizantes de Bernie Sanders con quienes
he hablado estos días están viviendo la misma sensación de extrañeza. Se
muestran optimistamente aterrados, prudentemente entusiasmados y
tímidamente alborozados. ¿Por qué motivo? Porque su candidato es el
claro favorito para la nominación a la presidencia de un Partido
Demócrata cuyo núcleo desearía más que nada su fracaso.
Lo que atemoriza a los seguidores de Sanders y amarga su satisfacción
es la preocupación (por otra parte muy real) de que el partido pueda
frustrar su nominación en la convención. El partido cuenta con las
herramientas para hacerlo si consigue encajar las piezas. Esta situación
irregular provocaría un desorden generalizado.
Por nombrar solo un ejemplo de esta
situación sin sentido, los tipos del establishment demócrata
que han intentado convencer a la gente de que el éxito de Sanders en
Iowa y New Hampshire es irrelevante son los mismos que sostienen que
ese éxito supondría una completa capitulación ante Donald Trump en
noviembre.
Si quieres tener una tarta no puedes
comértela, porque si te la comes ya no la tienes. Hasta los niños
entienden mejor que la dirección del Partido Demócrata lo que esto
significa. Es el ala más institucional del partido la que está
difundiendo este disparate, que sus portavoces más hiperventilados
están convirtiendo en un estruendo en los informativos.
La línea de ataque más reciente
contra Sanders ha sido decir que “tiene un techo”, que no puede
ampliar su base más allá de los universitarios que quieren todo
gratis y los burdos guerreros de Twitter que pueden ser o no trols
pagados por Rusia. “Sanders coloca al establishment
demócrata en modo pánico”, reza un titular del diario Politico.
“Los moderados creen firmemente que una victoria de Sanders en las
primarias supondría la reelección de Donald Trump”, explica el
artículo.
Y, sin embargo, en esa misma nota de
Politico podemos leer: “No se trata solo de la victoria de
Sanders, sino del desequilibrio del resultado lo que atemoriza a los
demócratas moderados. En tan solo un día, Sanders demostró que
podía ampliar su coalición más allá de la estrecha base que
muchos le adjudican y que se supone que limita su atractivo como
candidato. En 2016, Sanders tuvo problemas para conseguir los
votos de los afroamericanos, pero ahora está reduciendo la
diferencia que le separa de Joe Biden en Carolina del Sur” (énfasis
añadido). La idea de que Sanders podría convertirse en un
formidable candidato nacional está empezando a penetrar la niebla
del desasosiego del establishment demócrata.
Las cifras de Nevada muestran al
detalle la fuerza de la ventaja de Sanders. El senador de Vermont se
impuso en prácticamente todas las categorías necesarias para romper
ese “techo” que el establishment demócrata nos habría
hecho creer que limita sus oportunidades nacionales: los votantes
latinos, los blancos, las mujeres, los sindicalistas, los
trabajadores no sindicados y todos los grupos de edad excepto el de
mayores de 65 años. Si bien Biden superó a Sanders entre los
votantes negros en Nevada, lo hizo por un escaso margen, y Sanders
lleva haciendo constantes avances en ese grupo. El apoyo de los
votantes negros se verá sometido a una prueba más dura en Carolina
del Sur.
Pero quizás lo más importante sea
que Sanders está conquistando la lealtad de los votantes que no
suelen participar en las elecciones o que nunca han votado
anteriormente. Casi la mitad del país se abstuvo en 2016. Si
Sanders es capaz de llevarles hasta las urnas, ese será el elemento
decisivo de una coalición tremendamente poderosa y global. Dicho de
otra manera, Sanders está construyendo una coalición que se asemeja
a lo que el Partido Demócrata dice de sí mismo: diversa y
representativa de toda una gama de grupos de edad y de población.
Si Joe Biden, Mike Bloomberg, Pete
Buttigieg, Amy Klobuchar o Tom Steyer estuvieran logrando el apoyo
que está logrando Sanders, el partido estaría levantando estatuas
en su honor frente al cuartel general del Comité Nacional Demócrata.
Sin embargo, a pesar de toda la ventaja lograda por Sanders, el
impulso del que goza y su liderato en las encuestas, lo único que
repite el establishment demócrata es que “Bernie no puede ganar”.
The New York Times, el canal de noticias MSNBC, el Washington
Post y otras publicaciones y cadenas no dejan de repetir la misma
cantinela.
Si Elisabeth Warren o Tulsi Gabbard
estuvieran en el lugar de Sanders, probablemente estarían diciendo o
mismo. Esta es la verdad que debe afrontar cualquier candidato
progresista que pretenda la nominación demócrata. El partido ha
sido tremendamente alérgico a ese tipo de perfil desde la debacle de
McGovern en 1972, y más aún desde la “revolución” Reagan en
1980. Una vez que los Clinton se hicieron con el partido en 1992, su
fórmula mágica fue inclinarse hacia la derecha para atraer a los
votantes republicanos “moderados”.
Pero a medida que el Partido
Republicano se desplazaba más hacia la derecha, los Demócratas
imitaban su movimiento, como si quisieran apaciguar a los votantes
que hoy día podrán considerar a un republicano como Richard Nixon
intolerablemente liberal. Se trata de una receta destinada al
fracaso, como se ha visto claramente. Los pobres resultados obtenidos
por Hillary Clinton no fueron una excepción sino una luz roja de
aviso que el establishment demócrata se niega a tomar en
serio.
Cuando la mitad del país no va a
votar –a pesar de que el océano suba de nivel, el coste de los
cuidados médicos se dispare y la ficción de la buena salud de la
economía se desmonte día tras día– eso quiere decir que algo se
está haciendo mal.
Algunos medios de comunicación
argumentan que el Partido Demócrata se recuperará, que la victoria
será su propio elixir si Sanders es capaz de continuar su buena
racha. El miedo a la pérdida de algunas circunscripciones se
compensará por las victorias en otros lugares que hace tiempo se
resisten a los demócratas, como Georgia, Texas y Nevada. La energía
que les proporcionaron las votaciones a mitad de legislatura en 2018
aún no ha desaparecido, y la palabra “socialista” ya no da tanto
miedo como en el pasado, especialmente entre los electores jóvenes
que decidirán esta votación.
De todas formas, hay una razón por
la que los Biden, Bloomberg, Klobuchar y Buttigieg no tirarán la
toalla de momento. Esa razón es la convención. Si Sanders no cuenta
con suficientes delegados de ventaja, las reglas del juego permitirán
que los llamados superdelegados nieguen la nominación al candidato
con una mayoría de delegados. Este cuarteto de candidatos del
establishment se mantendrá en la competición todo el tiempo
que pueda, porque no pierden la esperanza de ser nominados si el
partido decide no apoyar a Sanders. Y si, por alguna razón, Warren
superara a Sanders en las siguientes primarias, se enfrentaría a la
misma disyuntiva durante la convención. El dinero de Wall Street que
impulsa el establishment demócrata la teme a ella tanto como
a Sanders, si no más.
Esta situación no carecería de
precedente. Los jefes del Partido Demócrata se negaron a apoyar a
McGovern en 1972, en aquel entonces a pesar de que este ya había
conseguido la nominación, basándose en un cálculo totalmente
cínico: para ellos, era preferible un segundo mandato de Nixon antes
que perder el control del partido.
¿Harán el mismo cálculo quienes
detentan el poder dentro del establishment demócrata en la
convención de Wisconsin este verano? Podría ocurrir. Si Sanders no
consigue captar una clara mayoría de delegados durante las primarias
y los caucus, puede que lo hagan. Las reglas lo permiten.
Hay una escena en la película de
beisbol Major League (Una mujer en la liga), en la que el
equipo averigua que la propietaria está haciendo todo lo que puede
para que pierdan y conseguir con ello ganancias económicas. “Bueno,
por lo que veo solo hay una cosa que podamos hacer”, dice el
cátcher interpretado por Tom Berenger. “Ganar el puto partido”.
Para Bernie Sanders, su campaña y
sus seguidores, esa es la mejor respuesta y la única posible. Si
Sanders llega a la convención con una clara mayoría de delegados,
será difícil negarle la nominación. Una traición tan descarada
supondría un golpe tan fuerte para el Partido Demócrata que ni los
incondicionales más cínicos del establishment estarían
dispuestos a contemplar.
No todo es sol y rosas para el
senador de Vermont. Su falta de claridad al responder, en el
informativo de CBS 60 Minutes, cómo pensaba pagar sus
ambiciosos programas dio pie a una serie de ataques de sus rivales.
Su negativa a caer en un absolutismo propio de la Guerra Fría
respecto a Fidel Castro ha proporcionado abundante munición a la
artillería conservadora y ha despertado inquietud sobre su capacidad
de vencer en Florida el próximo noviembre. Mike Bloomberg está
echando mano de su inconmensurable fortuna para pagar una campaña
publicitaria masiva atacando a Sanders en todos los frentes.
Así es la vida de un candidato
favorito a la presidencia en el siglo XXI. Será preciso que la
campaña de Sanders esté a la altura de estos y otros desafíos que
indudablemente se le presentarán, si quiere mantener el impulso que
le ha llevado hasta donde está ahora.
A pesar de estos baches en el
camino, la tendencia general de la campaña le favorece: cuenta con
buenas oportunidades para vencer a Joe Biden en Carolina del Sur el
sábado, según sondeos recientes de CBS News, y se ha
posicionado para tener un papel dominante a escala nacional en el
Súper Martes. Lidera una amplia coalición que no para de
expandirse. Es el candidato favorito para un enorme segmento de
votantes que no han participado antes porque el voto demócrata
habría ido hacia candidatos “centristas” fracasados como Biden o
Hillary Clinton. Según las últimas diez encuestas de ámbito
nacional, aventaja a Trump cuando se pide a los encuestados que
elijan entre uno de los dos.
Ahora mismo, el mayor impedimento de
Sanders es el partido cuya nominación espera conseguir. La expresión
“Vote Blue No Matter Who”* se puso de moda en los círculos
demócratas del establishment cuando Joe Biden lideraba la
carrera presidencial. Si ese mismo establishment no puede –o
no quiere– garantizar la aplicación de ese mismo lema también a
Sanders, el partido podría enfrentarse a una conflagración de la
que nunca llegara a recuperarse.
Nota del traductor: * “Vota azul,
no importa a quién”. El azul es el color de Partido Demócrata de
EE.UU.
Fuente:
https://truthout.org/articles/will-the-democratic-party-deny-sanders-the-nomination-even-if-he-wins/
Copyright Truthout.org. Reprinted and translated with permission.
Foto: Wikimedia Commons
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