Desde su campaña presidencial Trump se dedica a crear un clima de odio racial, religioso y político dentro y fuera de Estados Unidos. Rompió con el Acuerdo de París sobre cambio climático y lo mismo hizo respecto a la UNESCO. Se negó a certificar el cumplimiento por Irán del acuerdo nuclear pese a que nadie objeta la observancia más estricta de sus términos por el país persa. Ahora viaja por Asia enfrascado en la venta de armas y caldeando con su misma presencia y palabras el peligrosísimo conflicto con Piongyang que podría solucionarse mediante el diálogo pero con las provocaciones trumpianas puede llevar a una guerra nuclear.
El agresivo grupo imperialista que representa Trump no está dispuesto a aceptar que ya Estados Unidos no puede ejercer la hegemonía casi en solitario como lo hizo después del derrumbe de la Unión Soviética ni admitir el hecho irreversible de la multipolaridad. No desea aceptar disensiones, mucho menos de países pequeños.
Por eso está desmantelando buena parte de las medidas distensivas de Obama respecto a Cuba a pesar de que el argumento principal que esgrimió su antecesor para llevarlas a cabo sigue vigente: que el bloqueo y la política de hostilidad no habían funcionado (para lograr el cambio de régimen). Como corolario, Obama propuso al Congreso levantar la medida genocida. No se había vuelto socialista. Expresó una idea compartida por la mayoría de los estadunidenses y de los cubanos residentes en Estados Unidos, que ha hecho suya gran parte del Establishment, como se aprecia en la lluvia de críticas de esta semana al anunciarse detalladamente las medidas anticubanas de Trump.
De la misma manera que Trump se desliga del acuerdo con Irán aunque este lo cumpla escrupulosamente, el Departamento de Estado expulsa a casi todo el personal de la embajada de Cuba sin explicar por qué más allá de vagas alusiones al ya insostenible embuste del ataque sónico. Sobre todo, deja sin personal apenas al consulado con el evidente propósito de obstaculizar los viajes a la isla de los estadunidenses y de los cubanos residentes en el país del norte. Como si fueran pocas las trabas a los viajes de los estadunidenses que ha ordenado y a los de los cubanos residentes en la isla, al forzarlos a trasladarse a terceros países para solicitar visa estadunidense.
No obstante las invectivas que dirigió a Marcos Rubio durante la precampaña republicana a la presidencia, Trump se ha reconciliado con el senador y mantiene un romance con el envejecido núcleo duro de la contrarrevolución de Miami, un grupo minoritario en la comunidad cubana y muy lejano a los sentimientos de esta pero con poder económico y político en la Florida, enriquecido con la industria del anticastrismo. El magnate inmobiliario le ha entregado a Rubio y al representante Mario Díaz-Balart una cuota importante del diseño de la política hacia Cuba y Venezuela. Al parecer ambos legisladores se entienden directamente con el general McMaster -asesor de seguridad nacional y experto en contrainsurgencia- y con la CIA y el Comando Sur.
Pero mientras Washington obstaculiza la relación de los cubanos de ambas orillas, Cuba da más pasos para facilitarla en congruencia con la política de actualización migratoria iniciada el 14 de enero de 2013. Elimina trabas burocráticas, autoriza el ingreso de miles de migrantes que salieron irregularmente y que a partir del 1 de enero de 2018 podrán reunirse con sus familiares en Cuba. Decide otorgar el derecho a la ciudadanía cubana a los hijos nacidos en el exterior de cubanos residentes en otros países, un importante beneficio en el caso de Francia y Alemania, que no les permiten ser sus ciudadanos.
Desde 2013 han viajado al exterior más de 769 mil 254 cubanos, el 79% de ellos por primera vez. En lo que va de 2017, se ha alcanzado un 28 % de crecimiento en comparación con igual periodo del 2016.
En 2016, visitaron Cuba 428 mil cubanos residentes en el exterior, de ellos, 329 mil procedentes de Estados Unidos, mientras que en 2015 la visitaron 378 mil cubanos y 285 mil procedentes del vecino del norte. Se mantiene el incremento de los cubanos residentes en el exterior que deciden establecer su residencia permanente en Cuba.
La emigración irregular se ha reducido al mínimo desde que Washington eliminó la política conocida como de pies secos-pies mojados, lo que confirma la postura de La Habana que siempre la consideró causante de esa emigración peligrosa y caótica.
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