Venezuela: ¿Y si perdiéramos las elecciones?
El ejemplo de los inaceptables retrocesos y desmantelamientos en nuestros sensacionales avances en el sistema de salud pública llama a la ira colectiva.
Roy Chaderton Matos | Aporrea
(Comprimida reflexión en acatamiento a la orden presidencial de RRR, a un año de las próximas elecciones nacionales)
Podríamos perder si no revisamos, rectificamos y reimpulsamos radicalmente. Fidel dijo una vez que el Presidente Chávez no podía ser el Alcalde de todos los pueblos de Venezuela. Tampoco puede saber todo lo que pasa ni hacerle seguimiento a todas sus instrucciones. Así es entendido por los funcionarios públicos y militantes de la Revolución que atienden bien su parcela burocrática, partidista o social para mejor servir la causa del socialismo y la democracia.
Tenemos cuadros bien preparados y comprometidos con la Revolución que cumplen su compromiso con el Pueblo, acompañándolo solidarios a un futuro de justicia social, democracia y paz; pero otros, incrustados en el Proceso Bolivariano disfrutan las mieles del poder, subestiman a los trabajadores o abandonan a sus compatriotas humildes y en su autismo revolucionario no escuchan la voz de la calle. Por eso, por ejemplo, aún vemos colas de ancianos obligados a caer en las garras de un gestor o tener que madrugar para coger un número.
Entonces, obligados a enfrentar un serio problema de cuadros y valores éticos, cuando identificamos un funcionario competente y honesto a la vez, nos malacostumbramos a utilizarlo simultáneamente en el Gobierno y en el PSUV con el riesgo de que “se nos quemen los dos conejos”, hasta que aprendamos que no necesariamente un buen activista hace un buen administrador ni viceversa, y que no hay que confundir camaradería con encompinchamiento.
Soy de los pocos altos funcionarios de la V República formados desde abajo hasta altas posiciones en la IV República. A los 18 años como dirigente juvenil de COPEI en Miranda, junto con varios ingenuos acudí a dirigentes adultos para denunciar señales de corrupción en funcionarios demócratas cristianos. Con trato condescendiente nos respondieron que “el futuro sería nuestro, que éramos ejemplo del testimonio cristiano, pero que lo dejásemos de ese tamaño porque podíamos perjudicar al Partido...” Fue mi debut con la Realpolitik y desde entonces, durante mi prolongada militancia política, presencié la progresiva descomposición de nuestra democracia representativa. Por eso hoy ruego a Dios que nuestra democracia participativa no sufra también la metástasis de la solidaridad automática o la lenidad que pueden convertirnos al final en los peores enemigos de nuestra propia causa.
También, joven veinteañero, durante mis inicios como diplomático en Europa Oriental, tuve la educativa oportunidad de ser testigo de la desviación de un proceso socialista hacia un sistema de partido único, manchado de injusticia social, pobreza, culto a la personalidad, violación de los derechos humanos y corrupción.
Por el contrario, el primer gran logro de la Revolución Bolivariana fue la dignificación de los excluidos, con normas constitucionales que blindan el valor de la dignidad de la persona humana y consagran el bien común. Así, tras diez años de revolución, entre incontables logros, nuestro Pueblo es hoy más culto, está más alerta y se expresa mejor que antes de Chávez porque está mejor educado y también gracias a un intenso debate político que lo ha llevado a tomar la calle por sus derechos; sin palos, machetes ni fusiles; blandiendo sólo un mágico librito azul…
No es poca cosa, como diría Cristina Kirchner, pero la exaltación de los derechos ciudadanos y las grandes conquistas sociales y políticas no son una fuente inagotable ni segura de apoyo popular o de votos, ni el prestigio del Presidente es necesariamente endosable a los Partidos que lo respaldan. El Pueblo se acostumbra rápido a lo bueno: democracia participativa, Barrio Adentro, educación para todos, Mercal y las otras Misiones, consejos comunales, libertad de expresión extrema, medios alternativos, TELESUR, explosión cultural, ferrocarriles, represas, autopistas, crecimiento agroindustrial y petroquímico, hospitales, sistemas de Metro, diversificación de socios, satélites, seguridad social, protección a los niños y ancianos, medios alternativos, funiculares, turismo popular, grandes estadios, triunfos deportivos, política energética soberana, diplomacia audaz, mundial y exitosa, etc., pero ya millones de beneficiados olvidaron o ignoran que las nuevas conquistas populares eran sólo un sueño para los excluidos hasta hace diez años. Hoy son un derecho adquirido y el Pueblo, con toda razón, exige más y mejor; por eso castiga en las urnas electorales los errores mayores, la negligencia y la corrupción.
La solidaridad y la participación marchan muy bien, pero los valores éticos y cívicos claman por refuerzo. ¿Será quimérica una Venezuela sin consumismo ni sobornos, con una oposición patriótica, sin delincuencia extendida ni empresarios parásitos y especuladores; con libertad de expresión e información veraz, sin difamación, con adulantes bajo control; sin baches ni desagües obstruidos, con una jerarquía eclesiástica cuadrada con los pobres, con construcciones bien terminadas, con una capital humanizada y bien cuidada, sin casinos ni colocaciones bancarias oficiales fraudu0
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