Carolina Escobar Sarti
La gran mentira ha quedado al descubier- to: las armas no han servido para proteger a los seres humanos de nada, ni siquiera de sí mismos. Nunca antes había habido tantas armas en el planeta y nunca antes como ahora había estado la humanidad más violentada, más insegura y desprotegida. Me voy por creer que las armas sólo le gustan a tres tipos de personas: las que han pensado en matar con ellas, las que lucran con ellas y las que carecen de poder real y por lo tanto las llevan al cinto como expresión de ilusoria virilidad.
Lo que es un hecho es que las armas son un fetiche y han cobrado vida propia para quienes creen que vivimos en estado de permanente guerra; hoy esos pequeños objetos han tomado condición de sujetos y las personas —expropiadas de sí mismas— se han convertido en objetos a su servicio en un contexto fabricado de ataque y defensa. La inversión fetichista hace que las cosas se personifiquen y las personas se arrodillen ante ellas y se cosifiquen. No hay más que recordar que Estados Unidos se considera uno de los países más seguros del mundo y, sin embargo, sus cifras de muertes por arma de fuego (incluyendo suicidios) son altísimas.
En nuestra Guatemala, las armas de fuego cobran cada día más vidas. El 24 de diciembre la familia Canahuí Reyes asistió, como todos los años, a la casa de los padres de Óscar, en la zona 12. A la media noche empezaron a sonar los cohetes y todos decidieron salir a la calle a ver los fuegos artificiales. Elisa abrazó a Óscar, su esposo, luego a uno de sus hijos y cuando iba a abrazar al otro, cayó al suelo súbitamente. Pensaron que se había desmayado, pero cuando la levantaron vieron sangre brotando de su cabeza; de nuevo creyeron que el golpe había provocado alguna herida, pero Óscar, que es médico, se dio cuenta de que era una perforación de bala. Rápidamente le proporcionaron los primeros auxilios pero, desafortunadamente, Elisa murió en el hospital. La causa: una bala perdida disparada por algún estúpido inconsciente que quiso lucirse mientras los cohetes de media noche estallaban.
Elisa Judith Reyes Flores de Canahuí fue una profesional del Trabajo Social que dedicó su vida a la defensa de los Derechos de la Niñez, y este año había recibido un homenaje de Ciprodeni por su trabajo en beneficio de la niñez y por haber formado parte, hace 20 años, del grupo de personas que promovió la Convención de los Derechos del Niño en Guatemala. Trabajó por el desarrollo de las mujeres del campo, especialmente para apoyar su incorporación y reconocimiento a los beneficios del trabajo rural. Actualmente era catedrática en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad de San Carlos y servía de vínculo entre los estudiantes y profesionales del trabajo social y las comunidades marginales.
Esto no es violencia “accidental”, sino parte de un sistema que trata por igual a personas como Elisa y a vulgares criminales. En un marco de vergonzosa impunidad, la falta de justicia y el exceso de armas están en el centro de todos nuestros problemas y hemos llegado a normalizar la violencia. Esta muerte no debe ser una más y hay que exigir que el responsable sea hallado y juzgado. Vuelvo a la frase de Einstein cuando decía que sólo hay dos cosas ciertas: el universo y la estupidez humana y señalaba que de la primera no estaba tan seguro. Las armas tienen a muchos arrodillados, pero a muchos más en la tumba. ¿A qué industria de la muerte le siguen jugando quienes defienden la libertad de armas como se defiende la libertad de expresión? ¿Qué patrones interesa seguir sosteniendo con el uso de armas en contextos cotidianos?
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