Ésa era la promesa que Occidente mantenía desde siempre: libertad y bienestar. Fue necesario poco tiempo para que el mundo entero se enterara de la fragilidad de aquella promesa. La libertad y el bienestar, a partir de esos actos que cambiaron el rostro del mundo, fueron cada vez para menos gente, y para menos regiones del planeta. El resultado de este suceso no fue el fin de la historia, según la hipótesis de algunos atrevidos intelectuales neoliberales, sino su exacto contrario: el comienzo de otra historia.
Un capítulo de esta historia tiene que ver con la transformación radical del fenómeno migratorio. Si durante los años 90 se hizo de público dominio y utilizo el término, y en cierta medida, el concepto de globalización
, pocos de los artífices de la expansión capitalista en el mundo pensaban que tanto salvajismo económico –promovido abatiendo fronteras para las mercancías, exportando guerras ahí donde había resistencias, imponiendo ideas y patrones culturales, etcétera– pudiera llevar a producir un tan complejo movimiento migratorio, del este hacia el oeste, del sur hacia el norte, de donde el capitalismo llegó a conquistar hacia donde el capitalismo ya reinaba. Sorpresivamente o no, el dato es que la migración cambió sustancialmente sus características.
Tal situación tuvo, en líneas generales, dos consecuencias. Por un lado, la generación de la contradicción aún irresuelta hoy en los países de capitalismo avanzado: se pregona la libertad y el bienestar y se cierran fronteras y se construyen muros para impedir el paso de los migrantes; por el otro, la globalización neoliberal tuvo su contraparte, es decir, la que llamamos globalización desde abajo
. En el primer aspecto, la existencia hoy día de decenas de muros –con minúscula, pues no saltan a la atención pública internacional– que separan, dividen, contienen, detienen, bloquean e impiden alrededor del planeta es la más clara y evidente contradicción del actual sistema político y económico.
En lo que es la globalización desde abajo la migración tuvo un papel importantísimo. Fueron los migrantes, empujados por sus necesidades, en muchos casos sin mayor conciencia, quienes primero cuestionaron las nuevas fronteras del mundo: abiertas para las mercancías, cerradas para las personas. Tal cuestionamiento primariamente se mostró con la tentativa diaria de evasión de esas fronteras, la desobediencia a la leyes y acciones represivas que se han instrumentado en los pasados 20 años, la sustracción a la explotación impuesta por el capital en los países de origen de las corrientes migratorias.
Al mismo tiempo, los migrantes fueron los primeros en llevar y recibir al mensaje cultural no codificado ni dirigido, es decir, no oficial ni elaborado por los intelectuales de la globalización desde arriba. El encuentro casi casual entre las culturas que abajo ha producido los primeros discursos que plantean la multietnicidad y el mestizaje como instrumentos de liberación de la humanidad. Lo anterior también en medio de enormes y en ocasiones profundas contradicciones que han contaminado tanto a las sociedades de destino como a las de origen. Ambas han sufrido el embate de una globalización gestionada desde arriba sin el menor escrúpulo por los ciudadanos tanto de un lado como de otro del planeta. Así las cosas, el resultado ha sido el encuentro, pero también el desencuentro.
La globalización desde abajo es un hecho concreto y lo demuestra la enorme solidaridad de decenas de redes, cientos de organizaciones y miles de personas alrededor del planeta. No obstante, todavía sigue siendo un objetivo a conquistar, mediante el diálogo, la confrontación cuando necesaria, la humildad, la curiosidad, la paciencia. Un desafío tanto para los ciudadanos migrantes como para los que creen en un mundo más digno para todos. Un reto que es preciso superar, si no queremos correr el riesgo de ser partícipes de la barbarie que desde arriba nos proponen como futuro.
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