Matías Bosch / Resumen Latinoamericano / 3 de julio de 2019
La acumulación de riqueza en el país ha
ocurrido en base a la corrupción a gran escala, el despojo y el abuso,
incluyendo el saqueo de las tierras por la ocupación norteamericana y
sus ingenios; el uso del Estado como megaempresa capitalista por el clan
Trujillo; hasta el carnaval de la élite partidista que desde 1978
administra una democracia de baja intensidad, viciada y “bastarda”, como
la llamó el historiador Piero Gleijeses. Las instituciones han
garantizado la acumulación sin límites y la impunidad perpetua. Pues al
poder no se le desafía.
La impunidad también ha servido para
permitir una vida de reyes a los asesinos y delincuentes que desde el
fin del Trujillato hasta hoy no padecen castigo. Han envejecido en paz,
nombrados, con pensiones y honores, y mueren en sus camas. El olvido se
ha impuesto a las víctimas, mientras los criminales y cómplices tienen
sus nombres en calles y avenidas. Balaguer es “padre de la democracia” y
Narcisazo sigue desaparecido. El poder no se desafía.
La salud y las pensiones con la que los
dominicanos sueñan se han trastocado en un meganegocio que ha otorgado
casi 700 millones de dólares en ganancias para los dueños de las AFP,
mientras las ARS han absorbido más de 50 mil millones de pesos entre
beneficios y “gastos” ajenos a la salud. Con todo ese dinero, República
Dominicana debería tener un sistema de protección social excelente, pero
ya se sabe: al poder no se le desafía.
Las élites se enorgullecen de la
multiplicación del PIB dominicano, pero a mayor riqueza, más aguda la
pobreza. Es la ley del embudo. De sus consecuencias nos enteramos cuando
vemos cada vez más jóvenes en los medios, fotografiados con la etiqueta
de atracador o sicario, o asesinados en ejecuciones extrajudiciales.
También cuando salimos con temor a la calle.
La clave está en que los trabajadores
cargan con el 65% de los impuestos mientras participan apenas en un 30%
de la riqueza producida. El salario promedio real decrece. El 60% de
quienes trabajan ganan por debajo del costo de la canasta básica, y el
48% tiene ingresos que ponen a sus hogares por debajo de la línea de
pobreza. En estos días se está pidiendo un pírrico ajuste salarial, casi
arrancando con las uñas como si fuera limosna… porque al poder no se le
desafía.
En 2018 se reportaron 3494 muertes
infantiles y 197 muertes maternas, muchísimas de ellas evitables. El 27%
de los nacimientos en 2015 fue de madres con edades entre 10 y 19
años. Al mismo tiempo, las mujeres solo ocupan 3 de los 22 cargos de
ministro, apenas el 22% de los cargos de elección popular y en 13 años
fueron asesinadas 1,356 dominicanas por su condición de mujer. Pero
hablar de educar para el cuidado, el respeto, la paz, la igualdad de
derechos, y hacer efectiva la Constitución, resulta ofensivo y “nocivo”,
pues al poder no se le desafía.
La sociedad dominicana sigue frente a su
dilema histórico: acatar o despertar. El credo de no desafiar al poder
no es invento ni nada nuevo, más bien ha sido la ley de oro del orden
social que, además de destructivo, anhela un pueblo dócil y cobarde.
Pero si admiramos a Duarte, Luperón, Ercilia Pepín, las Mirabal, Camaño y
Juan Bosch, es porque desafiaron y enfrentaron las maquinarias de todo
poder que destruya a la sociedad y al ser humano. ¿Cuál será la
alternativa del presente?
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