Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 542: Justicia social en un mundo digitalizado 14/06/2019 |
Han
pasado veinte años desde que el Grupo ETC reveló una patente
estadounidense sobre lo que se conoció como “tecnología Terminator” –
semillas genéticamente modificadas para impedir que los agricultores
pudieran reproducirlas a partir de las cosechas. La sociedad civil y
los movimientos campesinos denunciaron que tales ‘semillas suicidas’
amenazarían las prácticas de intercambio y salvaguarda de semillas que
son tan antiguas como la misma agricultura.
La historia de
Terminator se convirtió en un icono en la batalla mundial en torno a
los organismos genéticamente modificados (OGM). Interesados únicamente
en proteger sus ganancias, sus desarrolladores no evaluaron los posibles
impactos sociales, económicos y ambientales de la esterilidad
diseñada. Luego de protestas generalizadas desde la sociedad civil y
también desde organismos de las Naciones Unidas, la tecnología
Terminator fue sometida a una moratoria mundial en el marco del Convenio
sobre la Diversidad Biológica (CDB) de la ONU, en el año 2000.
Terminator
formaba parte de la primera generación de cultivos transgénicos, que
consistía en alterar los cultivos para que fueran resistentes a las
plagas (como el gusano del algodón) o a los herbicidas (como el Roundup
de Bayer-Monsanto). Los cultivos transgénicos se toparon con problemas
cuando muchos consumidores se negaron a comprar alimentos derivados de
transgénicos y los agricultores encontraron que los beneficios
prometidos –si los hubo– se materializaron únicamente en el corto plazo.
Conscientes
de que sus intentos por lograr la aceptación pública habían empezado
mal, las empresas de biotecnología como Syngenta (ahora parte de
ChemChina), propusieron una segunda generación de cultivos transgénicos
que tendría beneficios claramente definidos. Para ello, enfocaron su
campaña de relaciones públicas en una variedad de arroz modificada con
ingeniería genética para biosintetizar un precursor de la vitamina A.
Le llamaron “arroz dorado”. Sin embargo, este arroz dorado no resultó
ser la solución mágica que sus promotores afirmaban. En 2008, el
experto en malnutrición de la Organización Mundial de la Salud (OMS),
Francesco Branca, citó la falta de estudios en el mundo real y la
incertidumbre sobre cuántas personas utilizarían el arroz dorado, y
concluyó que “repartir suplementos, fortificar los alimentos existentes
con vitamina A y promover el cultivo de zanahorias o ciertas hortalizas
de hoja verde son, por ahora, formas más prometedoras de luchar contra
el problema”.
Ahora, los biotecnólogos tienen una nueva
tecnología descendiente de Terminator, que podría tener consecuencias
aún más graves. Se trata de los “organismos (con) impulsores genéticos”
conocidos en inglés como gene drive organisms, o GDOs. Si
bien Terminator permitía a las compañías esterilizar sus propias
semillas patentadas, los organismos impulsores genéticos van más allá,
esparciendo activa e invasivamente los transgenes en el medio
silvestre. Los impulsores genéticos representan una amenaza mucho más
peligrosa para los derechos de los agricultores y los pueblos, la
seguridad alimentaria y el medio ambiente de lo que fue Terminator.
Impulsores del exterminio
Hasta
ahora, los impulsores genéticos parecen funcionar sólo en entornos de
laboratorio, aunque están diseñados para ser invasivos y persistentes en
los ecosistemas naturales. Su diseño genético los habilita para
apoderarse de una especie y potencialmente eliminar a la población
completa. Deberíamos llamarlos impulsores del exterminio.
Desde su primera aparición en 2014, los GDOs se han convertido en el
rostro publicitario para que la industria biotecnológica se relance como
socialmente útil. Se han convertido en un vehículo de inversión cada
vez más importante en un momento en que los mercados de productos libres
de transgénicos están en auge y proliferan las demandas legales de
consumidores contra las versiones anteriores de cultivos transgénicos.
Mientras que los promotores de transgénicos utilizaron el arroz dorado
para reivindicar autoridad moral, los entusiastas de los gene drives afirman que éstos podrían erradicar a un asesino mundial aún más grande: la malaria. Un proyecto llamado Target Malaria,
dirigido por el Imperial College de Londres, en el Reino Unido, está
destinando 100 millones de dólares a la investigación de impulsores
genéticos. El proyecto incluye una liberación de mosquitos
transgénicos, entre 2018 y primeros meses de 2019, a la que seguirá la
liberación de mosquitos con impulsores genéticos en aldeas de África
Occidental, bajo la promesa de que la tecnología pronto eliminará una de
las enfermedades infecciosas más mortales del planeta.
Los
llamados a combatir la malaria con impulsores genéticos a menudo
ignoran el tipo de técnicas bien comprobadas que han erradicado la
enfermedad en muchos países; los casos más recientes son los de Paraguay
y Sri Lanka. Los GDOs de Target Malaria se promueven como una de las
“herramientas vitales” contra la enfermedad, cuando en realidad se trata
de una apuesta de alto riesgo para la ecología de los sistemas
alimentarios y la biodiversidad de todo el planeta.
Mientras
que los transgénicos de primera generación diseminan genes modificados
por accidente, los impulsores genéticos son desarrollados para hacer su
propia ingeniería entre poblaciones silvestres en el mundo real. Su
propagación deliberada es parte de su “programación” genética. Los
científicos detrás de los GDOs apenas han empezado a preguntarse qué
pasaría si los genes no se comportan como sus modelos mendelianos
pretenden. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si los genes para la esterilidad
femenina, que han demostrado poder eliminar las poblaciones de mosquitos
en el laboratorio, se transfieran a especies que polinizan nuestros
cultivos o que son fuente de alimento para aves, reptiles, e incluso
para seres humanos? ¿Qué pasaría si los genes benéficos en una especie
fueran anulados, o si la alteración genética aumentara la prevalencia o
alterara los patrones de las enfermedades?
Ocultamiento de sus aplicaciones en agricultura
Las
subvenciones multimillonarias para el desarrollo de impulsores
genéticos por parte de la Fundación Bill y Melinda Gates, la Fundación
del Instituto Nacional de Salud, el Open Philanthropy Institute, el
Wellcome Trust y la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de
Defensa de Estados Unidos, (DARPA), incluyen cuantiosos fondos para
ensayar mensajes públicos, ejercicios de participación de la población y
actividades de lobby y comunicaciones. Una de estas iniciativas, la
Gene Drive Outreach Network (red de divulgación de impulsores
genéticos), curiosamente omite mencionar en sus fichas técnicas
cualquier propuesta de uso agrícola de los impulsores genéticos,
centrándose únicamente en los usos para la “salud mundial” y la
“conservación”.
Esta omisión de los usos agrícolas en la
promoción de los GDO no es accidental. Se ajusta exactamente a las
prioridades expresadas por los pioneros de los impulsores genéticos,
como Kevin Esvelt, del Instituto Tecnológico de Masachussetts, titular
de una de las dos patentes fundacionales clave en la materia. Más de la
cuarta parte de su patente de 38 páginas se dedica a describir las
aplicaciones agrícolas de esta tecnología. Sin embargo, en una
conversación en 2016 con uno de los autores de este artículo (Jim
Thomas), Esvelt comentó que las aplicaciones agrícolas vendrán después
de las aplicaciones de salud pública y conservación, simplemente porque
los beneficios no son tan claros para los ciudadanos comunes. También
mencionó que sería mala idea hablar públicamente sobre los usos
agrícolas enumerados en su patente, como la reversión en malezas de la
resistencia a los herbicidas, porque eso sólo beneficiaría a Monsanto
(ahora Bayer).
Si bien los desarrolladores de GDO pueden
estar aconsejándose entre ellos, y al agronegocio, de mantener un perfil
bajo respecto a los impulsores genéticos, esto no quiere decir que el
agronegocio no esté participando activamente en el tema. Comunicaciones
internas obtenidas por organizaciones de la sociedad civil a través de
las leyes de acceso a la información en Estados Unidos muestran que en
2017 los funcionarios de la antigua Monsanto estuvieron en estrecho
contacto con científicos militares para un estudio clasificado sobre
impulsores genéticos. Las grandes empresas de agronegocios, incluyendo a
Syngenta (ahora propiedad de ChemChina) y Dow Agroscience (ahora
Corteva), también han estado estrechamente involucradas en las
discusiones sobre las políticas para impulsores genéticos en Estados
Unidos.
Impulsores globales a la fuerza
Vender
impulsores genéticos para liberarlos localmente, como un “servicio
agrícola”, puede parecer el mejor negocio, pero sus desarrolladores
también le ven mucho futuro a globalizar la tecnología con los
“impulsores sensibilizadores”, aquellos que están diseñados para
liberarse entre especies de malezas o para volverlas susceptibles a un
compuesto químico en particular, como un herbicida o un plaguicida.
Esvelt y otros han propuesto, por ejemplo, que mediante impulsores
genéticos sensibilizadores se podría devolver al Amaranthus palmeri
(quintonil o bledo) la vulnerabilidad al Roundup de Monsanto
(glifosato) o a otra sustancia química patentada. Este enfoque
permitiría al fabricante del compuesto (en este caso Bayer) vender su
sustancia como perfectamente adaptada a la especie de maleza silvestre,
donde sea que crezca. Mientras que Monsanto preparaba sus semillas como
Roundup-Ready (es decir, resistentes al glifosato) para aumentar las ventas de glifosato, ahora sería la propia maleza la que se vuelve ready
(‘lista’) para marchitarse en reacción al Roundup. Pero si las malezas
no se extinguen totalmente, pueden evolucionar para volver a ser
resistentes al herbicida de interés. En tal situación, el impulsor
genético es sólo una solución temporal y tendría que aplicarse
repetidamente.
Desafíos para quienes elaboran las políticas
Quienes están desarrollando impulsores genéticos afirman que en el futuro habrá formas seguras de contener los gene drives,
pero estas afirmaciones y suposiciones hipotéticas necesitan examinarse
rigurosamente y someterse a pruebas. Deben acordarse
internacionalmente estrictas reglas de manejo y confinamiento y deben
ponerse en práctica para que incluso puedan continuar las
investigaciones en curso en laboratorio. Actualmente pareciera que es
posible desarrollar nuevos impulsores genéticos sin que los científicos
se sujeten a regulaciones específicas de bioseguridad.
En algunas jurisdicciones, como en Brasil, ni siquiera se prevé que la investigación sobre gene drives se haga bajo las débiles normas de bioseguridad que supuestamente regulan el desarrollo y uso de los transgénicos.
Las
tecnologías que se originan en el laboratorio, como los transgénicos y
ahora los impulsores genéticos, ignoran injusticias profundamente
arraigadas y desequilibrios de poder que requieren respuestas políticas y
un escrutinio democrático, en lugar de rápidas soluciones técnicas.
Tanto a nivel nacional como internacional, las cuestiones relativas a la
evaluación de la tecnología y el consentimiento de la sociedad han
empezado a abordarse formalmente porque organizaciones de base y otras
organizaciones de la sociedad civil están ejerciendo presión.
En
la reciente reunión de la Conferencia de las Partes del Convenio sobre
Diversidd Biológica (CBD) en Egipto (noviembre de 2018), se reconocieron
los graves riesgos e incertidumbres en torno a la tecnología de
impulsores genéticos. La reunión hizo un llamamiento a los gobiernos
para que sólo consideren la introducción en el medio ambiente de
organismos con impulsores genéticos para la investigación experimental,
cuando se hayan llevado a cabo “evaluaciones del riesgo con fundamentos
científicos sólidos y caso por caso”; cuando “existan medidas de gestión
del riesgo para evitar o minimizar los posibles efectos adversos”, y
cuando “se busque u obtenga el consentimiento libre, previo y fundamentado” de “pueblos indígenas y comunidades locales que puedan resultar afectados”.
El
resultado de estas negociaciones sitúa el consentimiento en el centro
de cualquier camino hacia la liberación potencial de organismos
impulsores genéticos, lo que vuelve a poner en cuestión la idoneidad de
los procesos de Target Malaria para obtener el consentimiento en las
aldeas de Burkina Faso, donde está previsto que pronto liberen mosquitos
masculinos estériles transgénicos como paso preliminar hacia la
liberación mosquitos con impulsores genéticos. Target Malaria sostiene
que “no es logísticamente posible obtener el consentimiento de todas y
cada una de las personas afectadas” cuando se trata de mosquitos
transgénicos. Sin embargo, cuando se trata de una tecnología tan
controvertida, con efectos ecológicos potencialmente graves y
consecuencias aún desconocidas para la salud, el consentimiento no puede
limitarse a un puñado de residentes.
Hoy, es en Burkina
Faso donde se está forzando la aplicación de impulsores genéticos. Sin
embargo, las decisiones tomadas en este Estado africano en relación con
esta tecnología de exterminio podrían sentar un precedente
internacional. Las propuestas para liberar organismos genéticamente
modificados en los territorios indígenas de Nueva Zelanda, Australia y
Hawái están programadas para los próximos meses. El mundo debe
preguntarse qué tan genuino es el esfuerzo de quienes buscan liberar
esta tecnología para conseguir el consentimiento libre, previo e
informado y qué derechos tendrán las personas y comunidades para decir
sí o no.
(Traducción ALAI y ETC Group)
Neth Daño, Jim Thomas y Tom Wakeford, Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC).
Ver la cronología sobre el caso Terminator en http://www.etcgroup.org/es/content/brazil-aims-torpedo-international-moratorium-terminator-seeds y en http://www.redtecla.org/noticias/estudio-de-caso-sobre-tecnolog-a-terminator.
Enserink, Martin. “Tough Lessons From Golden Rice.” Science 320, no. 5875 (25 de abril 2008): 468–71.
Un
taller realizado en febrero de 2016 para desarrollar una hoja de ruta
sobre la investigación en impulsores genéticos incluyó al líder en
política internacional de Syngenta, Tichafa Munyikwa. En otra ocasión
las discusiones incluyeron a Steven Evans de Dow Agrosciences.
https://www.alainet.org/es/articulo/200968
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