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domingo, 21 de julio de 2019

Cuando el silencio ahoga la autoestima

A 37 años de la masacre en Plan de Sánchez
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Revisando mi archivo de fotos en papel encontré algunas que había tomado en Plan de Sánchez, caserío de Rabinal, al que se llega ascendiendo por un bello camino en medio de arboledas donde, recuerdo, predomina el pino. Las tomé un día en el que se conmemoraba un acontecimiento terrible, la masacre perpetrada por el ejército en esa comunidad el 18 de julio de 1982. Tiempos del general Efraín Ríos Mont, quien decidió con plena voluntad, o por cobardía, continuar con el trabajo perverso iniciado por Benedicto Lucas García promovido dentro del contexto del pavoroso plan de tierra arrasada gestado en el Estado Mayor del Ejército de la época.

Inmediatamente después de ese viaje, indignado y conmovido después de escuchar a un testigo y ver a las personas del lugar, especialmente a niñas y niños que de haber vivido en esa ápoca ya no existirían, escribí una pequeña nota que titulé Unas palabras por Rabinal. Su difusión fue escasa. Sin embargo, los testimonios de ese día no son los únicos que he escuchado o leído. Para quién tiene voluntad de escuchar o indagar, los testimonios son como una catarata de ignominias que gran parte de nuestra sociedad ignora y no conmueve. Estos hechos que se me atragantan cuando los recuerdo, y muchas veces los recuerdo a través del cinismo de quienes los justifican en nombre de la salvación de la patria o con la pose arrogante del perdón y olvido de hechores y cómplices (sin actos de contrición visibles). He escrito en varias ocasiones como queriendo sacudir el demonio del espanto, pero la reiteración de las imágenes del horror, por un lado, y la desvergüenza por el otro, no dejarán que esta sociedad supere la anomia en que vivimos; algo común en otras sociedades que haya sufrido eventos similares. Yo pregunto ¿Cuánto espacio histórico ha ocupado el Holocausto judío? Un espacio enorme y, por supuesto, justificado. Mi segunda pregunta es ¿los habitantes de este país, especialmente los que sufrieron los horrendos crímenes masivos no tienen el mismo valor como personas? ¿Los niños que sufrieron la inmensa tortura de las llamas y el terror no merecen el mismo dolor y compasión que los hijos y nietos de los acomodados que hoy ostentan la banalidad y la estulticia de sus argumentos? ¿O quizás siguen pensando que esos niños de dos y tres años eran terroristas? Por eso, al observar de nuevo las fotos, recordé que las imágenes pueden llevar un mensaje que estimula las neuronas en espejo de quien lo necesite para sensibilizarse y, de esa manera, sentir más cerca las crueldades y el dolor de la realidad social que vivimos.

Por todo eso podría preguntar si la belleza y la inocencia de las niñas de la foto que muestro a continuación, que nos debería provocar un estado emocional de alegría, nos trae aparejada en esta ocasión, con la historia de ese pueblo, una tremenda opresión en el pecho por el recuerdo de lo sucedido a niñas como ellas unos años antes, en 1982.

II

Unas palabras por Rabinal


En Plan de Sánchez hay una pequeña capilla construida sobre una fosa común. Llegué justamente un día que se conmemoraba un aniversario de la masacre del 18 de julio de 1982. Al entrar encontré a hombres y mujeres orando o en silencio envueltos por una nube de incienso. Algunos niños sentados junto a sus padres, otros, los más pequeños, jugando. El ambiente no dejaba espacio a emociones asténicas. Las profundidades del recuerdo, incluso de los que no vivieron la tragedia de manera directa, se reflejaba en los rostros pensativos y tristes. La historia la cuentan los sobrevivientes y una placa conmemorativa que hace las veces de lápida colocada arriba de la puerta del pequeño templo católico. El ejército llegó y asesinó de manera despiadada a gente como la que, en ese día, conmemoraba el sacrificio incomprensible de sus parientes. Hombres y mujeres asesinados mientras huían, niños que recibían el catecismo (justamente en el lugar donde se erige hoy la iglesia) fueron masacrados en ese mismo lugar. Muchas niñas fueron sexualmente violadas por la horda. La historia de Plan de Sánchez no es la única en el municipio de Rabinal: Río Negro, Chichupac, Panacal, entre otras, dan testimonios de terror e ignominia, como lo dan otras 600 comunidades del país.

Desde entonces han pasado muchas cosas. Se firmó la paz, la Comisión de Esclarecimiento Histórico ha dejado un testimonio documentado sobre la barbarie, cuyo valor sólo puede ser negado por la necedad y el descaro de los victimarios. Los familiares luchan por rescatar la dignidad de las víctimas a través de exhumaciones, conmemoraciones y demandas que casi invariablemente se empantanan en el sistema judicial. Pero también han pasado otras cosas que perturban la conciencia. La firma de la paz parece ser sólo tinta sobre papel y una fecha que marca el inicio de un “síndrome de posguerra”; eufemismo de una implacable anomia que nos azota sin piedad. Ilusiones que se van y desesperanza que crece en medio de una descomposición que no parece tocar fondo. La profundidad de este fenómeno es obvia, como obvios son sus principales fuentes: un poder militar, económico y político cínico y corrupto cuyo estrecho parentesco con el crimen organizado es imposible de ocultar.

Por otro lado, la institución militar no ha tenido la valentía de reconocer el significado monstruoso de sus acciones del pasado. La dignidad de pedir perdón está ausente de su racionalidad. Los militares que no tuvieron responsabilidad con esa política parecen no darse cuenta del significado de un silencio o de un discurso “justificador” que no los honra. No es eso lo peor. Lo más golpeante es que ciertos sectores de la sociedad no han sido capaces de internalizar el dolor e indignación de las víctimas y hacerlo suyo, como cualquier ser humano que se respete. La insensibilidad, la distancia de clase, el racismo y el egoísmo es parte de su “ethos”. Muestra de ello es la mediocridad de las respuestas de ciertos políticos ante los acontecimientos ocurridos el sábado 14 de junio en Rabinal (el señor Berger hasta en eso dejó constancia de su endeblez). Condenan la indignación de los ultrajados y ¡olvidan la violencia! altanera y provocadora resultante de la presencia de un general que, en un sólo año, promovió o consintió más crímenes que en todo el resto del conflicto armado en su conjunto.

Por otro lado, el “brinco” desde algunas militancias de izquierda o de derechos humanos, hacia la impresentable pretensión de lavarle la cara al general genocida, y otros de la misma estirpe, sólo puede explicarse por razones de estómago, perversiones de la psicología profunda o, mejor, con interrogantes sobre las motivaciones reales por las que, en un tiempo, se ubicaron en los terrenos de lucha por una sociedad más justa. Hoy, soportar en la primera plana, la triste presencia del comandante Pancho al lado del general es, también, una cuestión de estómago.

Ver a los pobladores de Rabinal, de Plan de Sánchez y otras comunidades, cargando los restos de sus seres queridos (hombres mujeres y niños), en pequeñas cajas de madera y de cartón, es un llamado a la conciencia, que ningún discurso demagógico puede desvirtuar. Ver a los pobladores de Rabinal mostrando en sus rostros la indignación, es un signo de esperanza.

III



https://www.alainet.org/es/articulo/201090

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