“… Estados Unidos que
parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias
en nombre de la libertad”, certero vaticinio de Simón Bolívar que no ha
perdido un ápice de vigencia, porque implica la cabal comprensión del
primer principio de política exterior formulado por ese país hacia este
continente, la Doctrina Monroe, “América para los americanos”, es decir,
para ellos.
El siglo XIX vivió la aplicación descarnada de la
Doctrina Monroe: el robo a México de la mitad de su territorio; el
control de Centroamérica y Panamá por filibusteros al servicio de
monopolios ferrocarrileros y bananeros; el robo de Cuba y Puerto Rico en
1898, frustrando la lucha por la independencia de sus auténticos
próceres; la separación de Panamá de Colombia para apoderarse del Canal,
etc.
A principios del siglo XX, la respuesta a la corriente de
gobiernos liberales que intentaron fundar democracias no tuteladas
desde el Norte fue la política del “Gran Garrote” de Teodoro Roosevelt,
que significó invasiones, asesinatos y dictaduras. Entre sus víctimas
directas están: nuestro Victoriano Lorenzo, Alfaro, Sandino, Madero,
Zapata, Villa, etc.
Entre 1930 y 1950, gracias a la crisis
mundial y a la distracción de la guerra, surgieron en nuestros países
procesos económicos y políticos de un desarrollo capitalista autóctono e
independiente, gracias a la creciente urbanización e industrialización,
con nuevos sujetos sociales como la clase obrera y los primeros
llamados “gobiernos populistas” que trataron de mantener la estabilidad
equilibrando la balanza con concesiones sociales.
Todos esos
procesos fueron cortados con sangrientas dictaduras militares promovidas
por Estados Unidos para liquidar los incipientes regímenes
democráticos, la industria autóctona y la independencia nacional. El
golpe de estado más emblemático fue el promovido por la embajada
norteamericana en Buenos Aires, en 1955, contra el general Perón. Otro
tanto sucedió en Brasil, Guatemala, Bolivia, Chile, etc.
Aunque
sería un “populismo tardío” y moderado el de Omar Torrijos en Panamá,
de Velasco Alvarado en Perú o Juan J. Torres en Bolivia, a inicios de
los años 70, todos terminaron, o en golpes de estado proclives a Estados
Unidos, o en sospechosas muertes como la de Torrijos y Jaime Roldós
(Ecuador).
La nueva fase nació a principios del siglo XXI como
respuesta a las miserias impuestas por las democracias oligárquicas y
los modelos económicos neoliberales. Grandes revueltas populares
llevaron al poder, por la vía electoral, a Chávez, Evo y Correa. Fueron
calificados por la prensa capitalista como “dictadores”, como le pasó a
Hugo Chávez, el más odiado de Estados Unidos, hasta su muerte prematura y
misteriosa.
A partir de 2010 se inició una feroz ofensiva
dirigida desde Washington que pasó de la difamación en los medios a los
golpes de estado, abiertamente militares o disfrazados de
“constitucionales”: en Haití contra Aristide, en Honduras contra Mel
Zelaya, en Paraguay contra Lugo, contra Dilma en Brasil, etc.
Lo que sucede hoy en Venezuela no tiene nada que ver con el “socialismo
del siglo XXI”, que es más slogan que realidad. No tiene que ver con
incapacidades, errores y desastres de la gestión económica de Maduro, si
a Trump le preocupara la miseria popular haría algo por Centroamérica.
No se refiere a ninguna situación de derechos humanos, que es mucho peor
en Colombia. No tiene nada que ver con los bigotes de Maduro, ni que
fuera busero.
Para Estados Unidos se trata de cortar cualquier
veleidad con la independencia nacional, cortar cualquier gobierno que
trate de salirse del redil de los “yesman”, como en todas las ocasiones
anteriores desde el siglo XIX. En América la “la historia se repite en
espiral”, como diría Hegel, pero no como decía Marx, una como tragedia y
otra como comedia, acá siempre se repite como tragedia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario