Crisis en Venezuela
Robert Fisk
Lo más cerca que llegué de
Venezuela, hace muchos años, fue en una conexión en tránsito en el
aeropuerto de Caracas. Noté muchos soldados en boinas verdes y un puñado
de gorilas que me recordaron vagamente a Medio Oriente. Ahora, sentado
mientras la lluvia aporrea el Levante invernal, hojeo en mi periódico
imágenes de nuestros autócratas locales recientes –Saddam, Assad, Al
Sisi, Erdogan, Mohammed bin Salman (pueden ustedes nombrar a los que
faltan)– y pienso en Nicolás Maduro.
![]() |
▲ Manifestantes en favor del gobierno del presidente Nicolás Maduro,
durante la reunión del Grupo de Contacto Internacional sobre
Venezuela celebrada en la Torre Ejecutiva, ayer en Montevideo.
Foto Xinhua
|
Las comparaciones no son precisas de ninguna manera. De hecho, no pienso en la naturaleza de estos
hombres fuertes, sino en nuestra reacción a todos ellos. Y existen dos paralelismos obvios: la forma en que sancionamos y aislamos al odiado dictador –o lo amamos, en su caso– y la manera en que no sólo proclamamos a los opositores como los legítimos herederos de la nación, sino exigimos que se entregue la democracia al pueblo cuya tortura y lucha por la libertad acabamos de descubrir.
Y, antes de que lo olvidemos, hay otro hilo común. Si ustedes
sugieren que quienes desean el cambio presidencial en Venezuela tal vez
andan un poco demasiado apresurados, y que nuestro apoyo a –digamos–
Juan Guaidó quizá sea un poco prematuro si no queremos empezar una
guerra civil, eso significa que ustedes son
pro Maduro. Así como quienes se opusieron a la invasión de Irak en 2003 eran
pro Saddam, o quienes pensaban que Occidente debería esperar antes de apoyar a la cada vez más violenta oposición en Siria fueron etiquetados como
pro Assad.
Y quienes defendieron a Yasser Arafat –durante mucho tiempo un súper
terrorista, luego un súper diplomático y luego otra vez un súper
terrorista– contra quienes querían deponerlo como líder de los
palestinos fueron insultados por ser
pro Arafat,
pro palestinos,
pro terroristasy, de modo inevitable,
antisemitas. Recuerdo cómo George W. Bush nos advirtió, después del 11-S, que
están con nosotros o contra nosotros. La misma amenaza se nos hizo con respecto a Al Assad.
Erdogan la ha hecho en Turquía (hace menos de tres años), y en la
olvidada década de 1930 fue un recurso empleado nada menos que por
Mussolini. Y ahora cito al secretario de Estado de Trump, Mike Pompeo,
con referencia a Maduro: “Ahora es momento de que cada nación escoja su
bando… o están con las fuerzas de la libertad, o están en la misma liga
de Maduro y su caos”.
Ya me entienden. Ahora es el momento de que todas las buenas personas
cierren filas con Estados Unidos, la UE, las naciones de América Latina
opuestas a Maduro… ¿o es que apoyan a los rusos, chinos, a los
fanáticos iraníes, al pérfido Corbyn o (entre tanta gente) a los
griegos?
![]() |
▲ Venezolanos residentes en Uruguay, partidarios
del autoproclamado
presidente interinoJuan Guaidó,
protestan contra la promoción de un
falso diálogo
de opositores con el gobierno chavista.Foto Ap
|
Hablando de los griegos, la presión europea sobre Alexis Tsipras para
alinearse al apoyo de la UE a Guaidó –demostración de que la UE puede
de hecho acosar con todo su peso a sus miembros más pequeños– es un buen
argumento para los partidarios del Brexit (aunque demasiado complejo para que lo entiendan).
Pero primero echemos una ojeada a nuestro tirano favorito, en
palabras de todos los que se le oponen. Es un poderoso dictador, rodeado
de generales, que oprime a su pueblo mediante tortura, arrestos en
masa, asesinatos de la policía secreta, elecciones amañadas, presos
políticos… así que no es raro que demos nuestro apoyo a quienes desean
derrocar a este hombre brutal y celebrar elecciones democráticas.
No es una mala sinopsis de nuestra política actual hacia el régimen
de Maduro. Pero me refiero, por supuesto, palabra por palabra, a la
política de Occidente hacia el régimen de Al Assad en Siria. Y nuestro
apoyo a la democracia en ese país no fue terriblemente exitoso. No
fuimos responsables de la guerra civil en Siria, pero no estamos libres
de culpa, puesto que enviamos un montón de armas a quienes intentaban
derrocar a Al Assad. Y el mes pasado el cuaderno de notas del consejero
nacional de seguridad estadunidense John Bolton parecía alardear de un
plan de enviar 5 mil efectivos a Colombia…
Y ahora dirijamos la mirada a otro de aspecto semejante a Maduro, por
lo menos desde la simplista visión de Occidente: el mariscal de
campo-presidente electo Al Sisi de Egipto, quien goza de apoyo militar y
a quien amamos, admiramos y protegemos. ¿Poderoso dictador? Sí.
¿Rodeado y apoyado por generales? Sin duda, en parte porque encerró a un
general rival antes de la elección pasada. ¿Represión? Absolutamente…
todo con tal de aplastar el
terrorismo, desde luego.
¿Detenciones en masa? Felizmente sí, porque todos los reos en el salvaje sistema carcelario egipcio son
terroristas, al menos según el propio mariscal-presidente. ¿Asesinatos de la policía secreta? Bueno, aun olvidando al joven estudiante italiano cuyo gobierno sospecha que fue torturado y asesinado por uno de los altos funcionarios policiacos de Al Sisi, existe una lista de activistas desaparecidos.
¿Elecciones amañadas? Sin duda, aunque Al Sisi aún insiste en que su
triunfo reciente en las urnas –un genial 97 por ciento– fue en una
elección libre y justa. El presidente Trump le envió sus
sinceras felicitaciones. ¿Presos políticos? Bueno, el total es de 60 mil y contando. Ah, y por cierto, la victoria más reciente de Maduro –elección amañada si las hay– fue apenas por 67.84 por ciento.
Como diría el finado experto del Sunday Express John Gordon:
es para que uno se enderece un poco en la silla. Así también, supongo,
cuando echamos un ojo un poco más al este, hacia Afganistán, donde los
gobernantes talibanes fueron impulsados en 2001 por Estados Unidos,
cuyos militares y estadistas posteriores al 11-S introdujeron allá una
nueva vida de democracia seguida por corrupción, enseñoramieto de
tiranos locales y guerra civil.
La parte de
democraciadespegó pronto, cuando los loya jurgas, grandes consejos, se convirtieron en feudos tribales y los estadunidenses anunciaron que sería una exageración pensar que podríamos lograr una
democracia jeffersonianaen Afganistán. Más que cierto.
Ahora los estadunidenses negocian con el talibán
terroristaen Qatar para poder largarse de la Tumba de los Imperios después de 17 años de fracasos militares, escándalos y derrotas, para no mencionar el manejo de unos cuantos campos de tortura que harían toser al mismo Maduro.
Puede que todo eso desanime al lector de caminar por la senda de la
memoria. Y eso que no he mencionado los pecados de Saddam, para no
hablar de nuestra continua y amena relación –por asombroso que parezca–
con ese Estado del Golfo cuyos chicos estrangularon, despedazaron y
enterraron en secreto a un periodista estadunidense residente en
Turquía.
Ahora imaginen si Maduro, cansado de un periodista crítico que lo
fustiga desde Miami, decidiera atraerlo con engaños a la embajada
venezolana en Washington y decapitara al pobre tipo, lo cortara en
pedazos y lo enterrara en secreto en Foggy Bottom. Supongo que se
habrían aplicado sanciones a Maduro desde hace mucho tiempo. Pero no a
Arabia Saudita, claro, donde en definitiva no estamos promoviendo la
democracia.
Es la hora de la democracia y la prosperidad en Venezuela, afirmó John Bolton esta semana. Oh, sí, claro. Maduro gobierna una nación empapada en petróleo, pero su pueblo muere de hambre. Es un hombre indigno, tonto y vanidoso, aun si sus crímenes no se comparan con los de Saddam. Un colega lo describió acertadamente como un tirano sombrío. Incluso tiene el aspecto de uno de esos tipos que ataban damas a las vías del tren en las películas mudas.
Así que buena suerte a Guaidó. Es palpablemente un tipo agradable,
que habla con elocuencia y tiene el tino de abogar por ayuda a los
pobres y elecciones libres en vez de obsesionarse por cómo exactamente
va a echar fuera a Maduro y sus amigos militares.
En otras palabras, buena suerte… pero cuidado. En vez de suplicar a
quienes no quieren apoyarlo –los griegos, por ejemplo–, podría detenerse
a mirar a sus amigos extranjeros. Y hacer un recuento rápido de las más
recientes cruzadas que han emprendido por la libertad, la democracia y
el derecho a la vida. Y, por cierto, ni siquiera he mencionado a Libia.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya


No hay comentarios:
Publicar un comentario