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martes, 13 de enero de 2015

Entre el desarrollismo y el antiextractivismo


Uruguay
Semanario Brecha

El deshielo neoliberal y la emergencia de los gobiernos progresistas de la región trajo consigo lo que podríamos denominar de perspectiva “desarrollista” o “neo-desarrollista”. Para esta perspectiva es posible (y deseable) el desarrollo capitalista en un sentido productivo, generador de empleo “digno”, dinamizando actividades de alto valor agregado e incrementando los niveles de bienestar social (“país productivo con justicia social”). El horizonte histórico planteado es la construcción de un capitalismo desarrollado; los modelos a seguir varían: Nueva Zelanda, Noruega, Finlandia. “Un gobierno honrado, un país de primera”, “Uruguay no se detiene”, son slogans que expresan este metarrelato del desarrollo y lo traducen al marketing electoral. El reciente ascenso de un político como Raúl Sendic, presentado como un eficiente gestor, puede verse como otra muestra de esta “sensibilidad” ideológica desarrollista. 
A medida que la realidad no acompaña el relato: no hay grandes pasos rumbo al capitalismo primermundista y se acentúan en nuestras economías la explotación intensiva de los recursos naturales, la perspectiva desarrollista ve surgir un antagonista: el “anti-extractivismo”. Simplificando groseramente, esta perspectiva considera que sobre la base del extractivismo como rasgo central de nuestras economías estamos ante un proceso de degradación intensiva del ecosistema al mismo tiempo que se atropella a sujetos “subalternos” como el campesino y el indígena. A su vez esto estaría asociado a la existencia de “comunidades epistémicas” de carácter eurocéntrico que acaban reforzando la colonialidad del poder o una modernidad colonizada. En contraposición a lo que sería un “paradigma del desarrollo” colocan al Buen Vivir (“Sumak Kawsay”) y llaman a la constitución de nuevas epistemes anticoloniales basadas en un “paradigma biocéntrico”. No está claro cuáles son las modalidades productivas de esta perspectiva, pero hay un fuerte acento en lo comunitario-local, lo artesanal-ancestral y la pequeña propiedad campesina. Si bien en Uruguay esta mirada es menos fuerte en relación a otros países latinoamericanos con mayor presencia indígena y/o campesina, la relativa fuerza que cobró la oposición a la minera Aratirí y el registro discursivo desde donde se desarrollaba la crítica, y la aparición del PERI en el juego electoral (aunque menos, la UP también enarboló la bandera del antiextractivismo) pueden verse como una manifestación de antiextractivismo a la uruguaya.
Ambas perspectivas comparten la crítica a la actual matriz productiva (qué y cómo producimos). El antiextractivismo cuestiona además la esfera de las relaciones sociales de producción (relaciones de propiedad, control del excedente) y habla por lo general de la necesidad de transitar hacia un “post-capitalismo”. El desarrollismo por su parte, más allá de invocar una abstracta justicia social, no cuestiona en gran medida las relaciones sociales de tipo capitalista basadas en el control privado de los medios de producción y la explotación de trabajo asalariado.
La anterior controversia es asimétrica. La perspectiva desarrollista se encuentra más extendida, consolidada y goza de fuertes consensos; mientras que el antiextractivismo emerge más bien como reacción y aún es incipiente. Si bien ambas miradas orientan la reflexión y la acción de parte de nuestra izquierda, ninguna de las dos pareciera ponderar correctamente las condicionantes estructurales que pesan sobre nuestro precario capitalismo uruguayo en el marco de un sistema de acumulación global del cual Uruguay es apenas una ínfima parte. Y esto porque uno y otro omiten dos aspectos fundamentales que aquí se presentan como hipótesis.
Hipótesis A. El antiextractivismo no reconoce que: Nuestra matriz productiva primario-exportadora y con base en la explotación intensiva de los recursos naturales presenta una alta rigidez para su transformación y la correlación de fuerzas donde esta eventual transformación se dirime es de escala global y no nos tiene a nosotros como actores relevantes.
El capitalismo es en su esencia una unidad mundial. Nuestra matriz de producción expresa la función que cumplimos en el marco de la actual división internacional del trabajo y por tanto en el proceso de acumulación capitalista global. El carácter “extractivista” de Uruguay y de gran parte de América Latina no es un infortunio casual ni deriva de la “mentalidad rentista” de nuestras burguesías, es el resultado de la configuración del capitalismo como un todo. Somos parte de una región “Ni-Ni”, ni tenemos mano de obra abundante y barata (China, sudeste asiático, parte de A. Latina); ni contamos con altos niveles de productividad media (EUA, Europa occidental, Japón) [3]. En el actual orden, donde la escala de acumulación en el rubro de manufacturas ya no es Manchester sino el mundo entero y la mayor parte de los bienes se producen combinando los capitales más avanzados con una mano de obra abundante, barata y disciplinada generando enormes potenciales productivos de escala global, para existir en el mercado mundial no nos queda mucha más opción que explotar nuestros recursos naturales para apropiarnos de renta internacional y con eso ir llevando un orden político que cada veinte o treinta años explota en revueltas, revoluciones o dictaduras. No es sencilla la gestión de los equilibrios políticos en un capitalismo periférico.
Modificar la matriz productiva, acabar con la primarización, lograr niveles de productividad neozelandeses, no es sólo cuestión de políticas de Estado, manejo macroeconómico “ordenado”, innovación o buenas ideas y hombres prácticos que las lleven adelante. Si así lo fuera hace rato que estaríamos disfrutando del confort primermundista. Las limitaciones hay que buscarlas en la configuración global del capital y en el hecho de que transitar ese camino no requiere únicamente buenas intenciones, sino tensar peligrosamente el equilibro de fuerzas entre las clases y los Estados.
Hipótesis B. El desarrollismo no reconoce que: Obtener algunos márgenes para modificar nuestra matriz productiva con orientación hacia la satisfacción de las necesidades del pueblo uruguayo, sólo es posible en el marco de un avance en la transformación de las relaciones sociales de producción. 
Mientras el aparato productivo y el excedente social estén en su mayor parte privatizados, el Estado no tendrá soberanía para orientar el proceso de acumulación hacia una transición en materia de matriz productiva. La orientación de la economía continuará pautada por la maximización de los márgenes de ganancia de los capitales privados.
Por otra parte, cualquier intento de transformación productiva requiere de un fondo de acumulación necesario, es decir, de riqueza que se produce pero no es consumida sino destinada a incrementar las capacidades productivas. La inversión extranjera suele operar como este fondo de acumulación, pero si se pretende no depender únicamente de la voluntad del capital internacional para nuestro desarrollo, entonces se hace necesario contribuir con recursos propios. Siendo que en su gran mayoría los sectores trabajadores reciben como salario un aproximado equivalente a lo que necesitan para la reproducción de su vida cotidiana [4], pretender obtener desde el fondo de consumo obrero parte del fondo de acumulación implicaría comprimir el consumo de la clase trabajadora más allá de lo tolerable. Se hace necesario por tanto afectar los patrones de consumo de aquellos sectores que utilizan recursos por encima de una media determinada. En otras palabras, se trata de dejar de destinar recursos a la obtención de bienes suntuarios para la reproducción de la canasta de bienes y servicios de aquellos sectores con sobre consumo.
A modo de ejemplo, el país debería decidir si usará sus divisas para importar motos acuáticas o camionetas Hummer, o si priorizará la llegada de maquinaria de última tecnología o enviará un mayor número de técnicos a formarse en el exterior. En el actual esquema de relaciones sociales, que presupone una burguesía con su correspondiente canasta de consumo, hay un inevitable uso suntuario de los recursos nacionales. Las divisas que Uruguay puede generar son finitas, si éstas son usadas para satisfacer la pauta de consumo de nuestras élites entonces no serán usadas para apuntalar el incremento de las capacidades productivas.
Una necesaria nueva síntesis
Si las hipótesis presentadas se validan, comienzan a visualizarse los límites históricos tanto del desarrollismo como del antiextractivismo en cuanto perspectivas que pretenden orientar nuestro rumbo. El desarrollismo porque no se propone avanzar en la modificación de las relaciones sociales de producción y se detiene ante ellas como quien se somete a un orden natural, el antiextractivismo porque cree posible negar nuestra matriz productiva, nuestro papel en la economía global y la necesidad del desarrollo de nuestras fuerzas productivas en nombre de un proyecto ecológico y comunitario que difícilmente podría sostenerse en términos políticos.
Está verde el debate, probablemente el fin de un ciclo de bonanza económica en América Latina provocará contradicciones que lo harán madurar. No serán las palabras las que interpelen a estas dos perspectivas sino sus limitaciones expresadas en la realidad concreta. Esperemos que llegado el caso podamos arribar a una nueva síntesis, que nos permita ponderar correctamente nuestras limitaciones y condicionantes en el marco de la economía mundial, al mismo tiempo que no se detiene ante unas relaciones de clase que nos impiden avanzar en el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestro pueblo.
Notas
[3] Comparando los PBI per-cápita de diferentes economías se puede visualizar de forma aproximada las diferencias de productividad media entre éstas. Por ejemplo, mientras que la economía uruguaya genera anualmente un valor equivalente por persona de unos US$ 15.000, los países centrales superan los US$ 40.000. Suponiendo que ellos se estancan, ¿a qué ritmo deberíamos crecer anualmente para alcanzarlos en 2030? Responder esta pregunta puede ser útil para ver el grado de realidad que hay en quienes nos convocan a ser un país desarrollado.
[4] Afirmar que en nuestra región se remunera al obrero por lo que vale su fuerza de trabajo es controversial. Son varios los autores, entre ellos Ruy Mauro Marini en Dialéctica de la Dependencia (1972), que plantean que un rasgo estructural de nuestras economías es la sobreexplotación de la fuerza de trabajo, es decir, el pago de la fuerza de trabajo por debajo de su valor, esto como necesidad del capital periférico para compensar los diferenciales de productividad que tiene con los capitales más avanzados.
 
Rodrigo Alonso es Economista.

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