Entre 1961 y 1972 
Ecuador suscribió 9 acuerdos con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
 Aunque tuvieron algunos condicionamientos, no alcanzaron la profundidad
 ni la significación de las 16 cartas de intención suscritas entre 1983 y
 2003, porque para esta segunda época -como ocurrió con los otros países
 latinoamericanos-, los condicionamientos del FMI habían cambiado, ya 
que a la entidad le interesó asegurar tanto el pago de las deudas 
externas de la región, como la sujeción de América Latina al capital 
transnacional y, además, a la visión exclusivamente neoliberal en auge 
por aquella época.
Los condicionamientos del FMI, que son la 
base del decálogo económico del Consenso de Washinton (WC) de 1989, se 
ofrecían como “ajustes estructurales” para modernizar las economías 
latinoamericanas. Se concentraron en reducir al Estado, privatizar 
bienes y servicios públicos, reformar impuestos, flexibilizar el trabajo
 y liberalizar los mercados. El modelo teórico del Fondo tenía como eje 
el desarrollo y crecimiento de la empresa privada como motor de la 
economía, a la cual había que otorgarle el marco institucional que 
responda a sus intereses y todas las garantías necesarias para su 
“libertad”. Era, en otras palabras, un modelo de capitalismo puro, 
incluso alejado de cualquier modelo de capitalismo social, como el que 
regía en los países europeos.
Desde luego, la “visión” del FMI 
en nada contradijo a los intereses de las elites empresariales del 
Ecuador, que aspiraban, desde hace décadas, a los mismos “ajustes 
estructurales” del Fondo, que aparecieron como “salvadores” tras dos 
décadas de desarrollismo (60´s y 70´s), atacado siempre como “estatismo”
 y hasta de “comunismo”. De manera que las cartas de intención suscritas
 por los sucesivos gobiernos ecuatorianos sirvieron para apuntalar el 
modelo empresarial añorado por las cámaras de la producción en el país, 
que son las que determinaron la conducción económica de esos mismos 
gobiernos, a su vez identificados con las derechas políticas.
Ninguno de los acuerdos con el FMI mejoró la economía ecuatoriana y peor
 las condiciones sociales. Lo mismo ocurrió en 135 países, donde actuó 
la entidad, según un estudio académico titulado “How structural 
adjustment programs affect inequality: A disaggregated analysis of IMF 
conditionality, 1980–2014” (https://bit.ly/2TPH7nf),
 que demuestra cómo se agravó la inequidad. En Ecuador, los acuerdos 
poco sirvieron para salvar ciertas necesidades financieras de coyuntura,
 pero fueron exitosos para avalar el camino aperturista y neoliberal. 
Porque, en lo estructural, el modelo empresarial, que impulsaron 
gobiernos y elites dominantes del país, si bien favoreció negocios, 
incrementó rentabilidades y puso al Ecuador en los primeros lugares de 
inequidad en el mundo, al mismo tiempo deterioró sistemáticamente las 
condiciones de vida y de trabajo de la población y, finalmente, minó la 
institucionalidad nacional y hasta la gobernabilidad, expresada en la 
crisis política de 1996-2006, con la sucesión de siete gobiernos y una 
efímera dictadura.
El gobierno de Rafael Correa marcó un ciclo 
histórico distinto, que superó el modelo empresarial y puso bases para 
un tipo de economía social sujeta a la Constitución de 2008. Fue un 
golpe para las derechas políticas y para las elites económicas, que 
combatieron esa conducción del país, con la mira en la restauración de 
sus intereses particulares en el Estado. Contradiciendo opiniones 
actuales y viscerales reacciones, los resultados económicos y sociales 
del gobierno de Correa han sido resaltados por organismos 
internacionales, estudios académicos e informes nacionales. 
Pero Correa, si bien expulsó al FMI en 2008, también acudió a él en 
2014, para contar con su aval en la colocación de bonos soberanos del 
país en el mercado financiero internacional, y luego en 2016 para 
obtener un crédito emergente de 364 millones de dólares. Sin embargo, su
 gobierno no impulsó ningún modelo empresarial sujeto a las cámaras de 
la producción, ni subordinó el Ecuador a los condicionamientos ya 
conocidos del FMI. Es falso que Lenín Moreno sea un continuador del 
“correísmo”, una tesis sostenida permanentemente por el excandidato y 
banquero Guillermo Lasso, a la que han adherido incluso voceros de las 
izquierdas tradicionales.
La “descorreización” de la sociedad, 
convertida en política de Estado, ha servido para liquidar la economía 
social anterior, para hechar tierra sobre sus avances y logros, e 
incluso para dejar a un lado las normas que sobre el Estado, la sociedad
 y la economía están contempladas en la Constitución de 2008.
El
 gobierno de Lenín Moreno retomó el camino del modelo empresarial, de la
 mano de las mismas elites que en las décadas finales del siglo XX lo 
edificaron. Con ese giro, ellas han vuelto a reclamar el retiro del 
Estado, la revisión de impuestos, la flexibilización laboral, las 
privatizaciones, la liberación de los mercados y la suscipción de 
tratados de libre comercio. No han cambiado un milímetro sus viejas 
consignas. 
En ese marco, el reciente acuerdo con el FMI vuelve a
 servir de aval y apuntalamiento del segundo modelo empresarial en 
marcha. Coincide con los mismos objetivos. Y las declaraciones 
oficiales, revestidas de palabras misteriosas que guardan el secreto del
 acuerdo logrado con el FMI, dejan entender que no habrá un solo rastro 
de economía social, sino de desarrollo capitalista puro, al que 
interesan los buenos negocios, el éxito de las inversiones y el 
cumplimiento de un plan basado en los intereses privados a costa del 
interés público y ciudadano.
Por los procesos históricos ya 
vividos y porque el camino del nuevo modelo empresarial no tienen 
diferencia alguna con otros momentos similares en la economía nacional, 
Ecuador, lejos de superar una ficticia vía hacia la “venezolanización” 
atribuida al modelo de economia social del pasado inmediato, hoy se 
encamina a fortalecer un tipo de economía que solo provocará deterioros 
sociales, en beneficio de poderosos y grandes grupos económicos. El 
reciente despido de unos 11.800 trabajadores del Estado es solo el 
comienzo del drama. En definitiva, con el bautizo del FMI, es ahora 
cuando se inician los problemas económicos y sociales para el país, no 
las soluciones.       
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