El mundo de las redes sociales imprimió un
concepto que ha sido bastante utilizado, principalmente por los
académicos, pero que también encuentra espacio entre los desubicados que
gustan parecer inteligentes. Es el tal del concepto de la post-verdad.
En realidad, un engaño, tanto como lo que parece significar.
La
post-verdad sería el uso de informaciones, en más de una vez falsas, que
buscan tocar a la persona en lo emocional o en sus creencias
personales. Es decir, a partir de la recolección de los datos sobre los
más de dos mil millones de personas en el mundo que usan las redes
sociales, como por ejemplo el Facebook, es posible saber lo que la
persona piensa, lo que le gusta, lo que odia, sus miedos y, desde ahí,
enviar informaciones que sean adecuadas a sus sentimientos y
sensaciones. Estos datos son mercancías a la venta y ya existen empresas
especializadas en usarlas para los más variados fines. La distribución
es hecha por los "bots sociales", los softwares automatizados (robots),
que, haciéndose pasar por personas reales, difunden de manera viral los
mensajes especialmente hechos para el cliente.
Es decir, para usar
las palabras correctas, eso significa manipulación, engaño, mentira. Y
ha sido así que políticos y empresas buscan consolidarse en el corazón y
en la mente de las personas. Es la manera moderna de diseminar lo
falso, el fraude. Esto siempre fue hecho, ya sea de boca a boca, o por
medio del periódico, la radio, la televisión. La diferencia en la época
actual es la magnitud de la tramoya. La cosa puede alcanzar millones de
personas en pocas horas, y considerando que el sistema ha sido
organizado a partir de grupos cerrados basados en la confianza, una
mentira esparcida por esos robots acaba asumiendo contornos de verdad en
segundos.
Muchos son los casos de acusaciones falsas de crímenes
como pedofilia, secuestro, etc.... llevar al linchamiento de personas,
al asesinato, al odio insano. Esto también siempre existió, pero ahora
es la velocidad del proceso lo que asusta. Además, el uso de programas
que reproducen la voz de la persona y hasta la imagen son cada vez más
comunes. La cara de una persona puede ser plantada en un cuerpo que está
violando a alguien, por ejemplo. Todo es posible. Y una calumnia tiene
el poder de alcanzar a la persona en cuestión de segundos. De la misma
forma esa tajada de mentiras es igualmente capaz de elegir o derribar
políticos. Todo depende del poder de fuego de quien puede pagar el
software (el trabajo de los robots). En el capitalismo, sabemos, las
elecciones se definen por monto de dinero que el candidato tiene para
hacer la campaña y no por las propuestas que presenta.
En la
campaña presidencial brasileña esta táctica de usar empresas que usan el
tal del "bot social" fue utilizada, lo que configuraría fraude, pero la
justicia electoral no la tuvo en cuenta y las personas afectadas por la
avalancha de noticias falsas comenzaron a hacer bromas de la denuncia,
presentándose ellas mismas como los "robots" del candidato, creyendo
piadosamente que habían sido sus publicaciones en las redes que llevaron
a la victoria del presidente. Pocos son los que se perciben parte de
una tela gigante que va aspirando y manipulando. Sin pensamiento crítico
previo, es casi imposible creer que aquella persona que manda mensajes
no es una persona, sino un sistema que, utilizando nombres de personas
reales, reproduce los mensajes a velocidad sorprendente.
Así que
el mundo distópico un día dibujado por el gran escritor estadounidense
Ray Bradbury, en su Farenheit 451, parece estar bien aquí frente a
nosotros. En ese mundo, descrito en una novela publicada en 1953, las
personas vivían como dopadas por pantallas de televisión gigantes que
tomaban la sala de sus casas, y de todos los lugares de la ciudad, de
manera omnipresente. En esas pantallas se sucedían programas idiotas y
sin sentido, que apenas narcotizaban a las gentes, haciéndolas incapaces
de discernir entre lo real y lo imaginario. Mientras tanto, el gobierno
manipulaba las informaciones y creaba una realidad moldeada a sus
intereses.
Pues hoy existe un contingente muy grande de personas
en esa situación. Narcotizadas por las visualizaciones incesantes de las
redes sociales, inoculadas con la mentira sistemática, que se disemina
también en los medios masivos de comunicación y en las iglesias, van
desvinculándose de la realidad, asumiendo la existencia de un mundo
imaginario, en el cual cualquier persona que piense diferente de la
multitud, que se exprese diferente, o sueñe diferente sea considerada un
virus, susceptible de ser destruida.
La cuestión que se plantea
es: ¿es posible huir de eso? La respuesta es sí. No es fácil, pues la
materialidad de la vida exige que la persona esté conectada todo el
tiempo. Pero el camino puede ser el ejercicio sistemático del
pensamiento crítico. Descartes, el filósofo francés, ya enseñaba allá en
el 1600: todo es duda. Hay que preguntar. Hay que dudar. Hay que
investigar si la información es correcta. Hay que chequear una y otra
vez. Todos hemos caído en la trampa de la noticia falsa, la cual
reproducimos a partir de nuestros círculos de confianza. Pero, nuestros
círculos de confianza también mienten, entonces, no se puede vacilar.
La manada sigue al líder, sin pensar. El sujeto crítico se demora, observa, refleja, piensa.
Yo
soy periodista y en mi formación siempre hubo un tema que era
perseguido -y aún es- por todo el profesional de esa área: conseguir dar
de primera mano la información. Siempre he pensado que eso es un engaño
porque, en realidad, lo que importa para el público no es que una pase
la información en primer lugar, de forma rápida y, a veces,
irresponsable, sino que esa información sea 100% segura y repleta del
contexto. Es decir, lo que siempre he enseñado es que el gran salto del
buen periodista no es dar primero, sino dar mejor.
En ese mundo de
mentiras, que no es el de post-verdades, sino de la vieja y
manipuladora mentira, más que nunca necesitamos del periodismo de
verdad. El que describe, narra, contextualiza, venga cargado de la
impresión del reportero que ha visto las cosas. Es un gran desafío en el
universo de las redes sociales, pero hay que perseguir esa meta. No es
fácil, no es cómodo, exige esfuerzos hercúleos, pero es lo que hay que
hacer. Puede tardar en surtir efecto, pero esto no puede desanimar. Hay
un viejo proverbio japonés que expresa bien la necesaria paciencia que
necesitamos tener en la tarea de narrar la vida real, la verdad de la
inmanencia y la esencia de la apariencia. Él dice así: "despacio,
lentamente, el caracol va subiendo el Monte Fuji".
Pues así es. Seguimos.
Elaine Tavares
Periodista brasileña
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