En ocasión del Día  Mundial del Agua se imponen algunas reflexiones sobre su ingobernanza tanto a escala internacional como en nuestro país.
El Panel sobre el Agua de Alto Nivel (HLPW, por sus siglas en 
inglés), encabezado por 11 jefes de Estado y asesores de la ONU, en su 
informe de marzo de 2018 a las Naciones Unidas señala que 40 por ciento 
de la población que hoy padece escasez de agua, cerca de 700 millones, 
corren el riesgo de ser desplazados para el año 2030 debido al riesgo de
 intensas sequías. Abunda también en un hecho sumamente grave: 
El 80 por ciento de las aguas servidas se arrojan de modo impune al medio ambiente sin recibir tratamiento alguno. Peor aún, de un total de los mil desastres naturales más devastadores del planeta, 90 por ciento están relacionados con el tema hídrico(Daily Star (Dhaka) 16/3/18).
Casi una tercera parte de la población mundial no cuenta con buenas 
condiciones sanitarias o defecan a cielo abierto. Un mapeo rápido del 
desorden hídrico muestra que, en términos de drenaje y saneamiento de 
las aguas servidas, cerca de 20 por ciento de los habitantes en México y
 los países latinoamericanos no disponen de buenas condiciones 
sanitarias.
Por su parte, el grupo multi e interdisciplinario de la UNAM 
encabezado por Víctor Toledo ha documentado más 500 conflictos 
medioambientales durante los cinco últimos años en nuestro país, de los 
cuales los relacionados con el tema hídrico ocupan el segundo sitio, 
después de los generados por la minería.
Ante la percepción errónea sobre la abundancia del agua y en el 
entendido de que el financiamiento por el recurso hídrico constituye una
 variable crítica y de primera importancia, el dilema que se nos plantea
 hoy es que urge pagar e invertir lo necesario por el agua, a riesgo de 
tener que pagar mucho más por ella el día de mañana. Esta es una verdad 
de Perogrullo, incuestionable. Podemos afirmar que por el agua en tanto 
H2O, como recurso físico, no se paga, pues en nuestro país prácticamente
 no tiene valor alguno en el mercado, ni es reconocido tampoco por la 
mayoría de usuarios; lo que se llega a pagar, si acaso, es por los 
servicios de infraestructura, transportación, comercialización e 
introducción del servicio de agua potable, es decir, por sus costos 
marginales 
de producción, ignorando generalmente los costos ecológicos, tanto por su contaminación como por su agotamiento y pérdida de disponibilidad.
Este planteamiento no se opone al derecho humano de acceso al agua en
 calidad y cantidad (de acuerdo con recomendaciones de la Organización 
Mundial para la Salud, al menos entre 30 y 40 l/pc/día deben ser 
garantizados por el Estado y la sociedad, pudiendo ser abastecidos 
incluso de manera gratuita, para evitar su exclusión), sino que, por el 
contrario, lo defiende al sostener la importancia de los límites 
físico-naturales del acceso, su permanencia en el largo plazo y su uso 
inteligente y sustentable, que no debe exceder para el consumo humano de
 los 100 l/pc/día. Por encima de este volumen los precios y tarifas de 
cobro deben ser ejemplares y enviar un mensaje claro a los usuarios 
sobre su consumo ambientalmente responsable.
Infortunadamente en México aún se mantiene el esquema 
ofertista y clientelar surgido en las dos últimas décadas del pasado 
siglo (en 1980 la disponibilidad per cápita anual alcanzaba 15 mil 
litros; hoy ésta apenas rebasa 3.3 mil litros pc/año). Como si el agua 
fuera un recurso natural infinito y de accesibilidad pronta y barata. 
Tal enfoque ha impedido que se trabaje con suficiente responsabilidad en
 el tema del control de la demanda, las tarifas diferenciadas según el 
tipo de usuarios, en la reparación de fugas, así como en el tratamiento 
de las aguas residuales, evitando su descarga impune en los cuerpos de 
agua nacionales. A nuestro entender estos cuatro puntos constituyen los 
temas prioritarios dentro de la política hídrica nacional.
El tema de la gobernanza del agua debe entrar de modo prioritario en 
la agenda y compromisos de todos los candidatos de la contienda 
electoral de 2018, pues se trata de un recurso y bien público-común que 
integra y articula el entramado de dimensiones sociales, culturales, 
políticas, técnico-económicas y ambientales, junto a objetivos de 
sustentabilidad hídrica. Ello requiere, para su buen funcionamiento, de 
procesos democráticos, voluntad política y reglas claras en la toma de 
decisiones, aceptando su complejidad.
En suma, se pueden documentar múltiples evidencias que muestran cómo 
con la debilidad de las regulaciones y de la gobernanza de los bienes 
comunes, el crecimiento económico a 
toda costaconduce a irracionales tasas de explotación y agotamiento de los recursos naturales, y cómo el bienestar de la gente se encuentra comprometido siendo subsidiado a costa del malestar de los ecosistemas. De ahí que la conseja popular debe ser modificada: agua que no has de beber déjala correr, sí, pero limpia.
*Consultor Economía de los Recursos Naturales y Desarrollo 
Sustentable. División de Estudios de Posgrado. Facultad de Economía UNAM
 

 
 
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