
Jorge Faljo
Adital

Los riesgos principales
para el 2015 son, para empezar, la continuación del estancamiento económico y
la fuga de capitales. El primero, el estancamiento no es mera parálisis, sino
activa destrucción de empresas medianas y pequeñas y de los empleos que genera
este sector histórico, tradicional, de la economía. El segundo, la fuga de
capitales tendría enormes consecuencias sobre todo porque obligaría a una
devaluación del peso y elevaría el costo de todas las importaciones. Veamos
cada uno de ellos con algo de mayor detalle.
Llevamos más de tres
décadas de muy bajo crecimiento económico y escasa generación de empleos; al
grado de que millones de mexicanos se han visto obligados a emigrar con grandes
sufrimientos para sus familias. Lo peor es que la situación empeora.
El promedio de crecimiento
del PIB en los tres años 2010 – 2012 fue de 4.4 por ciento. Esto que ya era
malo empeoró en los dos primeros años de esta administración, 2013 y 2014
cuando el promedio fue inferior al 2 por ciento. Menos de la mitad que los tres
años anteriores.
Lo peor es que es un
estilo de crecimiento asociado a la concentración de la producción en grandes
empresas. Pero el crecimiento del sector globalizado no contribuye al bienestar
mayoritario. Al no expandirse el mercado, el poder adquisitivo de la población,
lo que ocurre es que el crecimiento de un lado implica destrucción de otros.
Datos del Instituto
Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) revelan que entre 2010 y 2014
quebraron un millón 630 mil 415 unidades económicas, más de una tercera parte
del total que existía en el país. El presidente de este organismo, Eduardo
Sojo, declaró que esa mortandad de empresas que se presenta en todos los
sectores de actividad es de llamar la atención y debería despertar la inquietud
entre los encargados de diseñar las políticas públicas. He aquí, en esta ruta
de autodestrucción, la raíz de la inequidad, el desempleo y el empobrecimiento.
La modernización e
incremento de la producción de pocos empobrece a la mayoría. La Asociación Nacional
de Tiendas de Autoservicio reporta que en el 2014 las ventas en tiendas
comparables crecieron en un 1.3 por ciento. Muy por debajo de la inflación que
fue de 4.08 por ciento. Lo que quiere decir que en realidad se redujo el
consumo.
Sus ventas totales,
incluyendo tiendas nuevas, crecieron en 5.4 por ciento. Lo que solo pudo haber
sido a costa del cierre de miles de pequeños comercios.
Tenemos entonces que los
peces grandes han crecido no porque todos prosperemos, sino porque se comen a
los peces chicos. Pero es una estrategia que no puede durar mucho tiempo más;
así sea tan solo porque hay cada vez menos peces chicos que comer. La población
se empobrece y al mismo tiempo reorienta su consumo a favor de la gran
producción, las importaciones y la gran comercialización. Lo que se traduce en
la destrucción masiva de empresas que describen las cifras del INEGI.
Es una tendencia de larga
duración, llevamos así más de treinta años y cada vuelta de tuerca nos hunde
más y nos acercamos al límite insoportable. Se ha convertido al país en un
polvorín en el que la criminalidad y el descontento social podrían llevarnos de
las crisis de gobernabilidad locales, que ya existen, a otras de orden
nacional.
Sobre este contexto se
monta como segundo riesgo importante la llamada "reversión de flujos de
capital”; que los inversionistas financieros (los no productivos) decidan hacer
su "toma de ganancias”. Disfrutaron, con sus cientos de miles de millones de
dólares, de este paraíso fiscal y de márgenes de ganancia superiores a los
internacionales. Bien podrían en algún momento llegar a la conclusión de que la
fiesta está por terminar e irse, con sus ganancias, sin esperarse a pagar la
cuenta. Esa que la paguen los pobres.
Lo más probable es que el
2015 y el 2016 estén marcados por la devaluación, que puede ser lenta o abrupta
y que podría generar varios problemas muy serios. Dada la dependencia
alimentaria y de todo tipo de importaciones esto se traduciría en inflación.
Debido al alto endeudamiento privado en dólares de las grandes empresas
privadas (que los usaron sobre todo para especular en la bolsa) tendrán
dificultades de pago y podrán ir a la quiebra o, más probable, se rematarán a
sus acreedores; lo que implica otra oleada de desnacionalización del aparato productivo.
Bajo este marco lo central
será la respuesta de esta administración ante la insoportable continuidad, o
para enfrentar la devaluación y la reducción de ingresos. De persistir en una
política neoliberal habrán de contribuir a sumar nuevos riesgos y peligros.
Uno de ellos sería
simplemente reducir el gasto en lugar de instrumentar una política fiscal
moderna que evite la evasión fiscal y obligue a contribuir a los poderosos.
Recordemos que la captación fiscal en México, con petróleo incluido, es de solo
el 19.5 por ciento, menos de la mitad de la media de la OCDE (a la que
pertenecemos).
Otro riesgo sería combatir
la inflación generada por el mayor precio del dólar impidiendo aumentos
salariales. Amarrar el cinturón de las mayorías provocará mayor mortandad del
empresariado nacional, excepto de los gigantes que ya son transnacionales.
Rescatar a los poderosos
en problemas y pedir financiamiento externo nos llevaría a una amplia cesión de
soberanía y a ceder ante exigencias de mayores reformas estructurales de tipo
neoliberal. Una visión apocalíptica pues.
Existe otro camino;
movilizar los recursos productivos existentes y reconstruir un mercado interno
apto para el intercambio entre productores nacionales. Usar la inflación y la
generación de dinero (como en Estados Unidos, Japón y ahora en Europa), para
desendeudarnos y reconstruir un Estado sano. A esta opción no la podemos llamar
riesgo, la debemos llamar oportunidad.
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