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miércoles, 14 de noviembre de 2012

El costo de los fenómenos naturales

Rigoberta Menchú Tum
Guatemala, como muchos otros países del área y de otras partes del mundo, es un territorio expuesto con frecuencia a los embates de fenómenos naturales: huracanes, erupciones y terremotos, los cuales derivan en inundaciones, deslizamientos, agrietamientos, y, lo más grave de todo, derivan en afectación humana y social. Las consecuencias de los mismos no solamente son graves para el país en general, sino y en particular para ciertos sectores de población. Al Estado le cuesta cuantiosos recursos la atención de emergencias y la intención de la reconstrucción de infraestructura tanto social como productiva. A la población más vulnerable por su condición social y económica le cuesta valiosas vidas humanas, traumas, y mayor marginación.

Algunas aproximaciones demasiado conservadoras indican que el costo de los daños en los últimos 30 años para el país superan los 90 mil millones de quetzales. Esto habría que sumárselo a una cantidad importante de pérdida de vidas humanas, lo más valioso de un país, entre las que se cuentan la de niños, niñas, mujeres y ancianos, por ser los segmentos de población más vulnerables. Esta realidad indica que a cualquier fenómeno natural, de los enunciados, le es recurrente la tragedia humana y por lo mismo esta ha venido siendo tomada como normal. Tan normal ya como no reparar, por ejemplo, en el hecho de que en el terremoto de hace una semana en San Marcos, muchos de los niños soterrados y fallecidos corrieron esa suerte por estar, junto a sus padres ganándose el pan de cada día de una manera cuyo costo es la muerte.

Es frecuente escuchar, y ahora con más fuerza, que por su ubicación geográfica Guatemala, ante el cambio climático, se coloca, por ejemplo, entre los diez países más vulnerables. Afirmación que, si no se tamiza, induce a pensar con equívocos. Si bien es cierto el calentamiento global, consecuencia de lsa irresponsabilidad humana, afecta los ciclos naturales, también es cierto que el planeta está vivo, genera sus vientos, sus aguas, su fuego y palpita. Por lo mismo, las consecuencias trágicas no se le pueden endosar a la Madre Naturaleza y sus fenómenos, sino, otra vez, a la inconsecuencia, la rapiña, el egoísmo y la irracionalidad humana en el manejo de la parte que le corresponde.

Está más que reconocido, los afectados, los muertos que resultan, tal es el caso del reciente sismo, son los que llevan sobre sus hombros el peso de las injusticias y la desigualdad. Son pobres, cuya condición conviene al sistema para mantener el círculo vicioso de pobreza, riqueza, poder. San Marcos, por ejemplo, a pesar de sus riquezas naturales sobre las cuales merodean verdaderas aves de rapiña, se encuentra entre los 5 departamentos con menor índice de desarrollo. No es casual entonces el nivel de afectación. Guatemala, para cerrar el círculo vicioso de sus tragedias lo que necesita son cambios profundos, no aquellos aparentes cuya intención mayor es seguir manteniendo inamovible el actual estado de cosas. En ese sentido, la tragedia de San Marcos no se debe olvidar.

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