Luis Linares Zapata
En medio de una de las más
intensas críticas hacia el gobierno de la República, sobreviene el golpe
de Estado en Bolivia. Y, junto con tan nefasto acontecimiento, surgen
nítidas premoniciones que lo toman como ejemplar y extensivo. No bien se
elucubraba, con positivos acentos, sobre la nueva corriente progresista
latinoamericana, cuando la aparición de tan conocida, como repudiada,
tradición boliviana de los cuartelazos, corta, de un solo tajo, el
entusiasmo renovador. Se recurre, una vez más en estos territorios tan
ofendidos, a golpear, con claras acciones terroristas de acompañamiento,
la muy positiva obra de un presidente y su equipo de trabajo. Poco
importa, para muchos de los críticos que viajan, aunque sea de manera
lateral con acciones de este tipo, el enorme esfuerzo del indígena
aymara. Los cambios que Evo llevó a cabo en sus años al frente de una
administración exitosa, casi por cualquiera de los lados que se le mire,
han sido de talla estructural. Baste considerar la introducción de la
noción plurinacional de Bolivia para dejarlos asentados. Pero la lista
puede alargarse a la composición racial del gobierno y sus derivaciones
en el ensanchamiento de la autoestima de millones de bolivianos,
históricamente marginados de todo bien.
Los datos de naturaleza económica, con acento en el crecimiento,
bastarían para darle a Morales un lugar de privilegio en la lista de los
conductores eficaces. Pero los de la reducción de la pobreza extrema
son por demás notables. Bolivia dejó, con Evo y Linera, su
vicepresidente, de ser una nación paria. Hoy, puede presentarse, con
orgullo, como una sociedad en desarrollo. Logros que se llevaron a cabo
de manera consensuada y en paz. Hasta estos funestos días había sido
posible evitar las varias intentonas habidas para sacarlo por la fuerza.
Sus triunfos electorales no dejan duda del apoyo de sus gobernados. Aún
en la más reciente, lograr 43 por ciento no es poca cosa y desmiente
los inmediatos alegatos opositores que dieron, por probado, el supuesto
fraude.
Nada tiene Evo de tirano como sus detractores acusan. Buena muestra
dio con sus razones, fundamentos de la renuncia, al preferir alejarse
del poder antes que derramar sangre hermana. Bolivia es, hasta ahora,
una nación democrática y esto es mucho decir en el continente. Sobre
todo al voltear hacia atrás y contemplar la cauda de asonadas y
rebeliones padecidas por los bolivianos, en especial la mayoría
indígena. Es, también hasta hoy día, una nación bastante más soberana e
independiente que en el pasado reciente. Los abusos trasnacionales sobre
sus enormes recursos naturales y el manejo privado de los bienes,
servicios y derechos públicos, fueron harto conocidos. A muchas de esas
tropelías se les cortó de tajo y afectó, de pasada, los intereses del
opositor Camacho. El examen detallado de los alcances de Evo se irá
decantando ahora que la mirada sea puesta en los retrógrados cambios que
introducirán, a toda prisa, los golpistas.
Por lo pronto, la confluencia entre grupos racistas, que en Bolivia
son especialmente ásperos; el gran empresariado reaccionario y voraz;
los uniformados, usados como arma levantisca y traicionera, y la famosa y
conocida influencia, guía y soporte de La Embajada, volvieron por sus
fueros y atropellos.
Este acontecimiento y sus dramas subsecuentes, ha caído como plomo
derretido en el ánimo nacional. La intensa campaña de críticas
montoneras hacia el gobierno ya no tiene mesura alguna. Todos y cada uno
de los programas en acción son pasados a cuchillo limpio. Las
premoniciones de la derrota total se hacen densas, onerosas, sin piedad
ni tregua. Sumadas dan cuenta de sus pretensiones absolutistas: AMLO
está –para todos y cada uno de sus rivales que pasan a ser totalitarios y
bien uniformados– acabado. Y junto a él se habrán de despeñar sus
acompañantes, a los cuales suponen acólitos, siervos, obcecados, tontos y
ciegos interesados. No hay escapatoria, toda estrategia fracasó, si es
que alguna vez hubo tal logro. La captura de instituciones la suponen en
el mero centro de las pretensiones de autoritaria continuidad
obradorista. Pasan a colación entonces el Congreso, organismos
autónomos, prensa y sus libertades asociadas, derechos civiles, el poder
judicial completo y demás instituciones que componen e integran el
balance democrático en claro riesgo.
Los medios masivos de este país han propagado, en el caso boliviano,
una visión que mezcla justificantes para los rebeldes con las tropelías
de Evo para prolongarse en el poder. No mencionan, menos por tanto
condenan, el ahora probado intervencionismo de personajes radicales del
poder estadunidense en los dramáticos acontecimientos. Todo, para ellos,
sucedió por las ambiciones personalistas del aymara. Lo cierto es que
el ambiente, ya muy denso y oscuro a partir de los sucesos recientes, se
inundó de temores, augurios insensatos y malos vientos otoñales.
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