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miércoles, 20 de noviembre de 2019

El golpe de Estado y los escenarios de impotencia critico-práctica



Si se escinden los planos característicos del análisis político (de uno que contenga una perspectiva de clase) y se establecen jerarquías absolutas más que estratégicas, se corre el riesgo de delinear distintos escenarios de impotencia crítico-práctica.
Desde hace ya algunos años, muchos y muchas intelectuales-militantes se anclaron en las condiciones imperantes en el sistema interestatal, revindicaron su especificidad, las absolutizaron y las blandieron como excusa para justificar el bloqueo sistemático de toda práctica emancipatoria radical, auto-afirmativa y no institucionalizada por parte de los Estados administrados por gobiernos dizque progresistas. Ciertamente, las razones geopolíticas no pocas veces fueron esgrimidas para justificar proyectos neo-desarrollistas (extractivismo incluido) y la integración subordinada de las organizaciones populares y los movimientos sociales a los esquemas ministeriales. Peor todavía: estas razones, desvirtuadas en grado máximo, han servido (y sirven) para justificar alianzas y acuerdos con los futuros verdugos. Son razones pragmáticas que hacen que los y las intelectuales-militantes pierdan rigor crítico y que la izquierda se torne “sistémica”.
Ahora bien, desde espacios políticos que podríamos catalogar como “anarco-exóticos” –no se nos ocurre otra designación, por ahora– desde extrañas configuraciones que combinan ultra-izquierdismo con formalismo liberal-republicano, desde algunos esencialismos identitarios (étnicos, de género, etc.), el dogmatismo que desdeña la relevancia de las razones geopolíticas y las condiciones imperantes en el sistema interestatal, también incurre en la misma escisión, propone igualmente jerarquías absolutas más que estratégicas y delinea su propio escenario de impotencia crítico-práctica.
Consideramos que el antiimperialismo y las condiciones imperantes en el sistema interestatal absolutizadas jamás deberían erigirse en la excusa para justificar las políticas que pretenden la “erradicación” o el control vertical y estatal de la lucha de clases y que conspiran contra la autonomía popular. En concreto: las políticas antiimperialistas sólo pueden sostenerse en políticas anticapitalistas. El anticolonialismo es incompatible con el extractivismo y la proliferación de multinacionales. Comunizar y privatizar son prácticas antagónicas aunque puedan convivir por un tiempo. Sin la “desestructuración” del universo material, simbólico y represivo de las clases dominantes y sin la construcción de un contra-universo propio de los y las de abajo, será imposible consolidar el poder popular.
Un gobierno “popular” y “antiimperialista” puede oponerse a la instalación de una base militar estadounidense, puede promover una redistribución del ingreso más justa y avances en diversos órdenes. Pero si al mismo tiempo le abre las puertas al capital financiero y a las grandes corporaciones; si resguarda los privilegios de las clases dominantes y las elites; si pretende la subordinación de los espacios de autogestión económica, autogobierno (y autodefensa) del pueblo al viejo Estado y a la institucionalidad burguesa, corre el riesgo de tornarse conservador, o de ser derrocado por coaliciones reaccionarias en las que, indefectiblemente, se destacarán sus ex aliados. En toda la historia de Nuestra América, en la vieja y en la reciente, abundan los ejemplos.
Ahora bien, abrigamos la certeza de que en Bolivia difícilmente existirán las condiciones más adecuadas para debatir estos y otros asuntos sin la reposición de Evo Morales y Álvaro García Linera al frente del gobierno del Estado plurinacional.
Luego, la lucha de clases, las luchas identitarias, la autonomía popular, jamás deberían erigirse en excusas para relativizar el hecho imperial y para negar el peso propio de las condiciones imperantes en el sistema interestatal. Un gesto que no ha escaseado entre algunos y algunas intelectuales-militantes de izquierda críticos y críticas del progresismo que, en estos días, en torno al golpe de Estado en Bolivia, están sosteniendo posiciones de una superficialidad manifiesta y que lindan con el delirio y/o la aberración.
¡Cómo si no existiera el terrorismo global de Estado, una voluntad hegemónica imperialista y unipolar, en fin: contrainsurgencia estadounidense alimentada en la creencia de un excepcionalismo estadounidense!
¡Cómo si no existiera una estrategia centrada en destruir todos los focos de resistencia de los y las de abajo, las luchas contra-hegemónicas y por la autodeterminación y el poder popular!
¡Cómo si las limitaciones del gobierno de Evo Morales alcanzaran para negar los avances populares en planos materiales y simbólicos muy significativos!
¡Cómo si la estabilidad de algunas estructuras claves del sistema de dominación capitalista y patriarcal y las insuficiencias de una izquierda estatalista en el gobierno, justificaran la instalación de una dictadura abiertamente pro-imperialista, racista, patriarcal y clasista!
¿Por qué la incapacidad del gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) para defender las posiciones adquiridas por pueblo pobre, trabajador, campesino e indígena de Bolivia es presentada cuasi como un aval al golpe de Estado cívico-militar-policial?
No deja de ser sintomático que se reconozcan esas conquistas solamente a la hora de destacar la incapacidad del gobierno del MAS para defenderlas.
¿Acaso alguien supone que el neofascismo y esta nueva “cruzada extirpadora de idolatrías” en curso generará mejores condiciones para la sincronía entre el espíritu y la realidad?
Es un tremendo error no captar el significado más profundo del golpe de Estado y creer que ha sido derrocada una figura menor y circunstancial en la historia boliviana.
Paradójicamente, la relativización del hecho imperial en nombre de la lucha de clases, de las luchas identitarias y de la autonomía; la negación del peso propio de las lógicas del sistema interestatal en nombre de unos fragmentos de realidad romantizada o de hipotéticos procesos puros e incontaminados, está colocando a estos y estas intelectuales-militantes por fuera de los combates más sustanciales –y reales–, condenándolos y condenándolas a la insignificancia. O, peor aún, los y las está ubicando del lado de las clases dominantes y, claro está, del Imperio, que ya ha comenzado a exhibir grados de impudicia desfachatados y algo extemporáneos en sus procedimientos.
Lamentablemente, una pasmosa falta de timing político-histórico, una fidelidad a los conceptos más que a los sujetos, un pánico a los espectros estalinistas que pretenden contrarrestar con puros formalismos, un afán de no manchar sus bellas almas con el apoyo a un gobierno que consideran “deficiente e incompleto”, conspira a la hora de la activa solidaridad con el pueblo pobre, trabajador, campesino e indígena de Bolivia. 

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