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sábado, 30 de noviembre de 2019

¡Basta ya de mentiras sobre Julian Assange!


Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.



Protesta de los seguidores de Assange frente al Tribunal de la Magistratura en Westminster, Londres, 21 octubre 2019 (Foto: Kirsty Wigglesworth/AP)  

Los periódicos y otros medios de Estados Unidos y Gran Bretaña han declarado recientemente su pasión por la libertad de expresión, especialmente por su derecho a publicar libremente. Se debe a que están preocupados por el “efecto Assange”.
Es como si la lucha de los que dicen la verdad, como Julian Assange y Chelsea Manning, representara ahora una advertencia para ellos: que los matones que sacaron a Assange de la embajada ecuatoriana en abril pueden venir algún día a por ellos.
The Guardian se hizo eco de un estribillo común la semana pasada. La extradición de Assange, decía el periódico, “no es una cuestión sobre lo inteligente que puede ser el Sr. Assange, y menos aún sobre lo agradable que puede resultar. No se trata de su carácter, ni de sus opiniones. Tiene que ver con la libertad de prensa y con el derecho del público a saber”.
Lo que The Guardian está tratando de hacer es separar a Assange de sus logros fundamentales, logros de los que se ha beneficiado The Guardian a la vez que han expuesto su propia vulnerabilidad, junto con su tendencia a halagar al poder rapaz y difamar a quienes revelan sus dobles raseros.
El veneno que ha estado alimentando la persecución de Julian Assange no resulta tan obvio en ese editorial como suele serlo; no hay ficción en la que Assange manche de heces las paredes de la embajada o se porte de forma horrible con su gato.
En cambio, las engañosas referencias al “carácter”, “juicio” y “simpatía” perpetúan una mancha épica que tiene ya casi una década. Nils Melzer, Relator de las Naciones Unidas sobre la Tortura, utilizó una descripción más adecuada. “Ha habido”, escribió, "una campaña implacable y sin restricciones de acoso público”. Explica el acoso como “una corriente interminable de declaraciones humillantes, degradantes y amenazantes en la prensa”. Esta “escarnio colectivo” equivale a tortura y podría conducir a la muerte de Assange.
Al haber presenciado gran parte de lo que Melzer describe, puedo dar fe de la verdad de sus palabras. Si Julian Assange sucumbiera a las crueldades acumuladas sobre él, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, como advierten los médicos, periódicos como The Guardian tendrían que compartir esa responsabilidad.
Hace unos días, un tipo del Sydney Morning Herald en Londres, Nick Miller, escribió un artículo descuidado y engañoso titulado: “No se ha absuelto a Assange, simplemente se ha burlado a la justicia”. Se refería al abandono de Suecia de la supuesta investigación sobre Assange.
El informe de Miller no es atípico por sus omisiones y distorsiones, aunque se hace pasar por una tribuna de los derechos de la mujer. No hay un trabajo original, no hay una investigación real: solo calumnias.
No hay nada sobre el comportamiento documentado de un grupo de fanáticos suecos que se apropiaron de las “acusaciones” de conducta sexual inapropiada contra Assange y se burlaron de la ley sueca y de la tan cacareada decencia de esa sociedad.
No menciona que, en 2013, la fiscal sueca intentó abandonar el caso y envió un correo electrónico al Servicio de la Fiscalía de la Corona (SFC) en Londres para decirle que ya no iba a tratar de conseguir una orden de detención europea, a lo que recibió la respuesta: “¡No te atrevas!” [Mi agradeciniento a Stefania Maurizi de La Repubblica.]
Otros correos electrónicos muestran que el SFC desanimó a los suecos de ir a Londres para entrevistar a Assange, algo que era una práctica común, bloqueando así el progreso que podría haberle liberado en 2011.
Nunca hubo acusación. Nunca hubo cargos. Nunca hubo un intento serio de imputar “acusaciones” a Assange ni de interrogarle, comportamiento que el Tribunal de Apelaciones sueco dictaminó como negligente y que el Secretario General del Colegio de Abogados de Suecia ha venido condenando desde entonces.
Las dos mujeres involucradas dijeron que no hubo violación. Hay importantes evidencias escritas de que sus mensajes de texto les fueron intencionadamente escamoteados a los abogados de Assange porque socavaban claramente las “acusaciones”.
Una de las mujeres estaba tan sorprendida de que Assange fuera arrestado, que acusó a la policía de haberla presionado y de cambiar su declaración como testigo. La fiscal principal, Eva Finne, desestimó cualquier “sospecha de delito”.
El hombre del Sydney Morning Herald omite que un político ambicioso y comprometido, Claes Borgstrom, apareció por detrás de la fachada liberal de la política sueca y se apoderó y reavivó el caso.
Borgstrom reclutó a una antigua colaboradora política, Marianne Ny, como la nueva fiscal. Ny se negó a garantizar que Assange no acabara siendo enviado a Estados Unidos en caso de ser extraditado a Suecia, aunque, como informó The Independent: “ya se han celebrado conversaciones informales entre funcionarios estadounidenses y suecos sobre la posibilidad de que el fundador de WikiLeaks Julian Assange sea puesto bajo custodia estadounidense, según fuentes diplomáticas”. Esto era un secreto a voces en Estocolmo. Que la Suecia libertaria tenga un pasado oscuro y documentado de dejar a las personas en manos de la CIA no fue noticia.
El silencio se rompió en 2016 cuando el Grupo de Trabajo de las Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria, un organismo que decide si los gobiernos cumplen sus obligaciones respecto a los derechos humanos, dictaminó que Julian Assange había sido detenido ilegalmente por Gran Bretaña y pidió al Gobierno británico que le dejara libre.
Tanto los Gobiernos de Gran Bretaña como Suecia habían participado en la investigación de la ONU y acordaron respetar su fallo, que tenía el peso del derecho internacional. Pero el secretario de Asuntos Exteriores británico, Philip Hammond, se puso de pie en el Parlamento e injurió al panel de la ONU.
El caso sueco fue un fraude desde el momento en que la policía contactó secreta e ilegalmente con un periódico sensacionalista de Estocolmo y desató la histeria que iba a devorar a Assange. Las revelaciones de WikiLeaks de los crímenes de guerra de Estados Unidos habían avergonzado a esos siervos del poder, con sus intereses creados, que se hacían llamar periodistas; y por esto, nunca se iba a perdonar al insociable Assange.
La veda estaba abierta. Los torturadores mediáticos de Assange cortaron y pegaron las mentiras y el abuso insultante de cada uno. “Es realmente uno de los mojones más masivos”, escribió la columnista de The Guardian, Suzanne Moore. El juicio común a que se llegó fue que había sido acusado, lo cual nunca fue cierto. En mi carrera, en la que he informado desde lugares que registraban agitación extrema, sufrimiento y criminalidad, nunca he visto algo así.
En la tierra natal de Assange, Australia, fue donde este “acoso” alcanzó su apogeo. El Gobierno australiano estaba tan ansioso por entregar a su ciudadano a Estados Unidos que en 2013 la primera ministra, Julia Gillard, quiso quitarle su pasaporte y acusarle de un delito, hasta que se le señaló que Assange no había cometido ninguno y que no tenía derecho a quitarle su ciudadanía.
Según la página web Honest History, Julia Gillard ostenta el récord del discurso más adulador que se haya hecho nunca ante el Congreso de Estados Unidos. Australia, dijo ante los aplausos, era la “gran compañera” de Estados Unidos. La gran compañera coludió con Estados Unidos en su persecución de un australiano cuyo crimen era el periodismo, denegándole su derecho a la protección y asistencia adecuada
Cuando el abogado de Assange, Gareth Peirce, y yo nos encontramos con dos funcionarios consulares australianos en Londres, nos sorprendió que todo lo que sabían sobre el caso “es lo que leemos en los periódicos”.
Este abandono por parte de Australia fue una de las principales razones para que Ecuador le concediera asilo político. Como australiano, esta situación me pareció especialmente vergonzosa.
Cuando se le preguntó recientemente acerca de Assange, el actual primer ministro australiano, Scott Morrison, dijo: “Debería afrontar las consecuencias”. Este tipo de matones, desprovistos de cualquier respeto por la verdad y los derechos, los principios y la ley, es la razón por la cual la prensa en su mayoría controlada por Murdoch en Australia está ahora preocupada por su propio futuro, ya que The Guardian está preocupado y The New York Times está preocupado. Toda esta preocupación tiene un nombre: “el precedente de Assange”.
Saben que lo que le sucede a Assange les puede pasar a ellos. Los derechos básicos y la justicia que se le niegan a él se les pueden negar también a ellos. Han sido advertidos. Todos nosotros hemos sido advertidos.
Cada vez que veo a Julian en el mundo sombrío y surrealista de la prisión de Belmarsh, recuerdo la responsabilidad de todos aquellos que le defendemos. Hay principios universales en juego en este caso. Él mismo suele decir: “No se trata de mí. Es algo mucho más amplio”.
Pero en el corazón de esta notable lucha -porque es, sobre todo, una lucha- está un ser humano cuyo carácter, repito carácter, ha demostrado el coraje más asombroso. Le saludo.

(Versión editada de un discurso que John Pilger ofreció en el lanzamiento en Londres del libro “In Defense of Julian Assange”, una antología publicada por Or Books, Nueva York.)
John Pilger, periodista de origen australiano y renombre internacional, ha ganado más de 20 premios por su labor periodística.

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