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domingo, 15 de septiembre de 2019

La inexistente política exterior de Trump en Medio Oriente

Locos andan sueltos y millones pagan el precio
Robert Fisk, The Independent

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▲ Una investigación de las fuerzas de seguridad de Estados Unidos apunta a que Israel está detrás de la colocación de dispositivos de espionaje en teléfonos celulares en el área de la Casa Blanca, reportó Politico, citando a tres ex altos funcionarios de Estados Unidos con conocimiento de la materia. El premier israelí, Benjamin Netanyahu (en la imagen con John Bolton), negó las acusaciones.Foto Afp

El comentario más cuerdo salido esta semana con respecto al más reciente fandango en el asilo de lunáticos de Washington provino de Irán.
Al solicitarle una respuesta oficial al asesinato político de John Bolton –estas matanzas estilo Ricardo III, en las que los personajes son asfixiados o acuchillados a tuitazos, son, después de todo, rutinarios hasta el punto del absurdo–, el ministro iraní del exterior respondió pausadamente que no interfiere en los asuntos internos de Estados Unidos. Fue una maravillosa respuesta dada con cara de póker al teatro trumpiano, cada vez más escandalosamente cómico.
Cierto, los diversos líderes supremos y menos supremos de Teherán ejecutaron una pequeña danza de júbilo por la despedida de Bolton, el belicista, pero por lo menos la descripción dio en el blanco.
Sin embargo, los normalmente cuerdos corresponsales de Occidente llevaron a cabo su propia rutina: aunque todos han admitido (bastante tarde, pero muchas veces) que Trump está deschavetado, recurrieron a su usual circo blando de informes de tensiones en el manicomio Trump, como si en verdad hubiese una política de Bolton o de Trump en Medio Oriente. Este es el nuevo tipo de periodismo, en el que se ha abandonado la tinta y los reporteros tienen que llenar sus plumas con mercurio… y escribir.
Una vez más empezamos (en este caso, una gran agencia occidental) a dar la vuelta a la perinola de clichés sobre la política exterior trumpiana. Según esto, Trump enfrentaba “una cascada de… retos globales” a la vez que experimenta “un momento tirante… en la escena mundial”, y Bolton se oponía al deseo de su presidente de hablar con algunos de los actores más desagradables del mundo.
Después del gran líder norcoreano, en nombre del cielo, y del segundo líder supremo iraní y el heroico talibán, ¿con quién querría Trump charlar ahora? ¿El gran líder sirio, quizá?
Dejaré a los lectores saborear el adjetivo desagradable –que los expertos occidentales jamás usarían en referencia a los señores Al Sissi (con sus 60 mil presos políticos egipcios) o Mohammad bin Salman (con fama de cirujano) o varios otros demócratas en Brasil y otras partes. Pero los clichés de etapas y actores revelaban de manera inocente de qué se trataba todo. La política exterior ya no existe en muchas capitales del mundo. Solo quedan las ruinas fantasmales del teatro.
Pensemos en ese infame buque petrolero iraní que nuestros bravos muchachos capturaron en la costa de Gibraltar. Liberado después que los iraníes se robaron un buque tanque de bandera británica de la costa de Hormuz, el misteriosamente rebautizado Adrian Darya 1 zarpó hacia el ocaso, supuestamente hacia Grecia, pero inevitablemente hacia Siria, donde Bolton –en uno de sus últimos actos– afirmó que iba a descargar su petróleo en Tartús, donde Rusia tiene una base naval. No estuvo mal, pero nadie fumaba un puro.
En realidad, según un contacto sirio de mi entera confianza (le doy a mi fuente una precisión de 90 por ciento), el buque ya había despachado la mitad de su carga hacia el puerto sirio de Banias (no tan romántico como Tartús, pero igual de eficiente) para cuando Bolton hizo esa declaración.
Y ahora, ya a nadie le interesa el buque. Trump difícilmente podría bombardearlo –de todos modos, ya está vacío– ahora que su belicista en jefe se ha hundido bajo las aguas del Potomac. Y, dada la comedia shakespereana que se representa en el propio manicomio de Downing Street, podemos estar tranquilos de que la Marina Real de su majestad imperial tampoco intervendrá.
Y ese es el verdadero problema. Irán sabe todo acerca de líderes dementes y está muy complacido de que el mundo –o la escena mundial– sepa que ha entregado el petróleo a su leal aliado árabe en Damasco. Y Assad estará más que contento de que sus enemigos sepan que Irán mantiene su palabra cuando los sirios hacen filas de kilómetros y días en las gasolineras. Así que esperemos a que el próximo buque tanque pase echando humo por La Roca, sin el menor impedimento u obstáculo por parte de nuestros muchachos.
Volviendo por un momento al reino de los lugares comunes, la sumersión de Bolton fue atribuida naturalmente por mi agencia noticiosa favorita a los planes de Trump, inevitablemente eliminados, de platicar con los chicos del talibán, quienes iban a ser importados a Estados Unidos para gozar de un poco de hospitalidad. Para Bolton, eso fue, se dijo –escuchen esto–, extender el puente un poco demasiado lejos. Quién sabe por qué se habrá metido en esto el magnífico libro de Corneliuis Ryan sobre Arnhem (y el igualmente brillante filme épico de la misma batalla de la Segunda Guerra Mundial), pero el puente demasiado lejos no estaba ahora en Campo David, sino en Jerusalén.
Y apenas si provocó un párrafo de emoción en nuestros expertos en Medio Oriente –excepto el viejo asno de la ONU, desde luego– cuando Benjamin Netanyahu anunció que anexaría virtualmente toda la Cisjordania palestina ocupada a la soberanía israelí si ganara las elecciones de la semana próxima.
Esto significaría que nunca habría un Estado palestino… jamás. Por supuesto, todos estamos acostumbrados a líderes nacionales que amenazan con anexarse los países de otros pueblos para una expansión nacionalista, pero eso estaría en la escala de un despojo colonial inimaginable hace apenas 10 años.
Pero no más. Es una oportunidad histórica, afirmó Netanyahu. Trump, cuyo malhadado plan de paz supuestamente va a provocar una derrama de dinero (árabe) sobre los palestinos después de la eliminación de sus esperanzas de tener un Estado, no dijo nada. Tampoco nuestro orate equivalente en Londres, que estaba demasiado ocupado con sus propias tonterías constitucionales para preocuparse por la aniquilación de las esperanzas de un pueblo, ya no digamos de su constitución.
Esto es lo que ocurre cuando los desequilibrados toman el poder en países democráticos; los orates andan sueltos y millones pagan el precio.
Fue de algún modo apropiado que un periódico turco intentara relanzar una exclusiva sobre el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, incluyendo sus últimas palabras, aunque ya habían sido reveladas en público en un excelente documento de Naciones Unidas hace varios meses. Es de suponer que se trató de un intento del gobierno turco por recordar a la escena mundial que el mes próximo marca el aniversario del destripamiento del consulado saudita en Estambul. Olvidamos que ya habíamos leído todo eso antes.
En otras palabras, el sultán Erdogan solo deseaba volver a aterrar a sus adversarios sauditas. Fue un gesto en verdad otomano.
Y, de manera extraña, el Enfermo de Europa –como los rusos y luego los británicos llamaban a Turquía por su gradual impotencia ante las demenciales decisiones políticas y militares tomadas durante la Primera Guerra Mundial y después de ella– ha sido remplazado por otro Enfermo de Europa y otro Enfermo de Estados Unidos.
Así es como se disuelven los imperios: cuando los sátrapas siguen tomando en serio a sus falsos califas, hacen caso omiso de sus incurables trastornos mentales y no prestan atención a la escandalosa conducta de los funcionarios que los asisten. Adiós a los pobres y a las masas acurrucadas. Después de eso, los chicos malos llegarán y se burlarán de todos.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

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