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martes, 24 de septiembre de 2019

Breves ejemplificaciones de la barbarie y elogio de la resistencia


La amenaza que se cierne sobre los progresismos de Bolivia y Uruguay excede completamente sus fronteras y los intereses de sus mayorías ciudadanas, debiendo llegar a toda humanidad horripilada por la crueldad, la extinción y la barbarie. El mar Mediterráneo, cuyas orillas fueron testigo de múltiples intentos -aún sinuosos y contradictorios- de superación del tribalismo, de inacabadas y hasta destructivas experiencias civilizatorias, resultó sólo en 2018 el sepulcro de más de 2.000 fugitivos del hambre y la guerra según el ACNUR. Otras organizaciones humanitarias contabilizan varias decenas de miles en los últimos 5 años. Cierto es que hubo programas como como el “Mare Nostrum” de Italia y la Unión Europea que logró rescatar más un centenar de miles de reales o potenciales naufragios mortales. O su más modesto sucesor, el programa “Tritón” de relevamiento de costas. Sin embargo hoy son parte del pasado. No sólo no hay programas humanitarios sino persecución a los rescatistas. La capitana Carola Rackete quien logró salvar 52 náufragos migrantes y llevaba 40 en barco, sufrió 3 días de cárcel acusada por el ministro Salvini de tráfico ilegal de personas y haber rozado una lancha policial que pretendía impedir el rescate. Al otro lado del océano, Trump construye su muro material y simbólico, para que miles de despojados de todo derecho y hasta de su demanda de auxilio, se ahoguen en las menos salinas aguas del río Bravo. La asfixia de los marginados es la desembocadura de la creciente ola fascista que se despliega en el mundo entero. Los ciudadanos de la riqueza (desigualmente) concentrada se fortifican para bloquear pasaportes y apariencias despreciadas mientras emiten los suyos que filtran las circulaciones y residencias según orígenes, posesiones y fenotipos. La degradación moral de esta omisión (o hasta condena) de asistencia, la indiferencia criminal que la sostiene, no es producto de la perversión de las dos excrecencias humanas mencionadas, sino de una crisis civilizatoria que urge superar y que con más bombas y más hambre sólo recrudecerá.
En nuestro sur, por razones geográficas, las diásporas toman formas más terrestres y hasta más localizadas en emergencias y crisis humanitarias. Desde el éxodo venezolano ante una erosión inflacionaria descomunal, el desabastecimiento y el mercado negro, hasta la hambruna argentina producto de variables económicas que se obstinan en acompañar con proporcionalidad y aceleración a las cifras venezolanas, como sostuve en un artículo de este año. El reconocimiento fáctico de la mayor demanda de alimentos de los comedores populares y merenderos que la sociedad civil y las iglesias tenían montados y multiplican, llevaron al congreso a dictar unánimemente una nueva emergencia alimentaria. Las estadísticas sociales del Indec llegan hoy sólo al 2018 que ya resultan alarmantes aún sin el derrumbe del año en curso, cuyas proyecciones son las de un pasaje del 30 al 40% en el nivel de pobreza en 4 años (60% en la infancia), duplicación de la desocupación y subocupación y desatención sanitaria por ausencia de vacunación y medicamentos que ha llevado por ejemplo a la aparición de brotes de sarampión, una enfermedad hasta hace poco bajo pleno control. El gobierno Macri no recibió una sociedad escandinava sino con índices de pobreza e inflación crecientes y estancamiento del crecimiento en los últimos años. Pero Macri no hizo más que incrementar todos los guarismos con la más cínica indiferencia llevando al país a una crisis humanitaria. Bolsonaro tampoco encontró un paraíso, salvo el natural que hoy convierte en el holocausto de la biodiversidad. También heredó parte del problema porque la agricultura comercial de monocultivo no comenzó con él, sino con la (des)regulación neoliberal de la producción rural y su hegemonía financiera. La producción ganadera ya venía desplazándose hacia la Amazonia. Los riesgos de maquillar con rostro humano la matriz productiva y extractiva neoliberal consisten en omitir las consecuencias de la destructividad de ganaderos, empresas de agronegocios y madereras, además de no presentarle obstáculos a los planes depredatorios de las variantes derechistas si acceden al poder, como es el caso de Bolsonaro o Macri en nuestras latitudes.
Como si no bastaran estos ejemplos de inhumanidad para llevar a las derechas a los arcones de la historia, el presidente de la Asociación Rural uruguaya (ARU) que nuclea a los terratenientes, Gabriel Capurro, sostuvo que los resultados catastróficos de sus únicos países limítrofes no es válida porque “tuvieron una corrupción escandalosa durante 15 años” pontificando que los “gobiernos valiosos son los que hacen las cosas difíciles que hay que hacer”. Se sobrentiende que esas cosas que hay que hacer no necesariamente consisten en combatir la corrupción sino que forman parte del manual de buen neoliberal: bajar el gasto público, desregular los consejos de salarios, flexibilizar el mercado laboral para lograr rotundos éxitos como los vecinos.
Ante estas intimidaciones y la proximidad del proceso electoral del 27 de octubre, no creo que pueda dejarse un solo día sin ocupar cada calle, cada micrófono encendido, cada cámara, cada posible tribuna, para remarcar el programa del Frente Amplio (FA) con sus medidas concretas para evitar las calamidades vecinas y de buena parte del mundo exponiéndolas con el máximo de detenimiento. Luchar por el cuarto gobierno y conseguirlo, no es contradictorio con la apertura hacia una renovación indispensable de la fuerza política, de sus articulaciones organizativas y sus modos de adopción de decisiones y controles del apego al programa.
Nosotros también necesitamos una restauración conservadora: la que nos vuelva a poner a los comités de base como eje de organización y a la resistencia contra la barbarie en horizonte permanente.

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