Eduardo Santa / Mariátegui
Por varias personas colombianas que han tenido la oportunidad de visitar el importante Museo Ernesto Che Guevara, de Santa Clara, Cuba, me he enterado de que en una de sus salas se exhibe el primer libro que publiqué, circunstancia que me honra.
Se trata de la primera edición de “La Provincia Perdida”, un pequeño volumen de estampas aldeanas, editado en Bogotá en 1951.
El ejemplar que se conserva en el Museo tiene una dedicatoria mía a Ernesto Guevara: fue a él que le entregué personalmente en el mes de Julio de 1952, cuando él pasó en compañía de Alberto Granado, por la ciudad de Bogotá.
En realidad, yo tenía ya conocimiento de que tal ejemplar se encontraba en Cuba, como parte de una donación que le fue destinada a ese Museo, hace relativamente muy poco tiempo, según me informó el intelectual argentino Eladio González (Toto) a su paso por nuestra capital colombiana en 1995. El quería saber cómo y en qué circunstancias había ocurrido aquel encuentro con el Che.
Todo parece indicar que el intelectual argentino escribió algo ó le comentó a alguien sobre el tema, pues al poco tiempo empecé a recibir un buen número de cartas de cubanos, residentes en La Habana, Guanabacoa, Ciego de Ávila, Camagüey, Manzanillo, Bayazo, Santiago de Cuba y otras poblaciones. Bellas y cordiales cartas, de vinculados al grupo Chau Bloqueo, de personas de diferentes ocupaciones y edades: profesionales, enfermeras, estibadores, oficinistas, amas de casa, taxistas, ancianos, jóvenes y niños; todos ellos con el deseo de saber cómo había sido aquel encuentro que le relaté al amigo Eladio González, quien rinde un verdadero culto al formidable ideólogo y gran prócer de la revolución social latinoamericana.
Todavía sigo recibiendo cartas en este sentido, las cuales guardo con cariño y deferencia especiales, porque ellas son el testimonio del calor humano que caracteriza a ese noble pueblo de Cuba y constituye un lazo de amistad que me aproxima cada vez más a su lucha por la dignidad, por la independencia, por la libertad y hacen crecer mi admiración por su historia y por sus tradiciones democráticas.
Esa gran cantidad de misivas que han llegado a mis manos desde la gran isla caribeña, me obliga a escribir, por primera vez en tanto tiempo transcurrido, sobre las circunstancias particulares de aquel encuentro con el Che, y el recuerdo que conservo fresco desde entonces. Cuando el Che pasó por Bogotá, en julio de 1952, yo tenía veinticinco años, estaba terminando mi carrera de abogado en la Universidad Nacional de Colombia y hacía apenas unos meses que había publicado “La Provincia Perdida” con mis pocos ahorros de estudiante. Recuerdo que, para hacerlo, había tenido que sacrificar el dinero que mi madre me había enviado, desde una lejana población del Tolima, para la excursión que por toda Suramérica proyectaban mis compañeros de curso para celebrar la terminación de nuestros estudios universitarios.
Fui el único que dejó de asistir a tan espléndido viaje, porque preferí gastar la cuota de la excursión en la que fue mi primera experiencia de editor y de autor, privándome de un viaje tan halagüeño; de salir por primera vez de mi país; de conocer otras ciudades tan interesantes como Lima, Quito, Valparaíso, Santiago, Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro; de apreciar otras culturas y gozar de las múltiples atenciones de las que fueron objeto mis afortunados compañeros. En el fondo, mi inapelable decisión de privarme de todo aquello fue una afirmación de mi verdadera vocación de escritor. Un compromiso indeclinable con las letras, a las cuales me he dedicado por completo y sin desfallecimientos, desde aquella época lejana.
Por aquel entonces yo vivía en la Ciudad Universitaria. Ocupaba un modesto cuarto en el tercer piso del edificio Santander (que todavía existe) en las residencias universitarias, donde se albergaba buena parte de los estudiantes de provincia. En las primeras horas de la tarde de aquel día de julio de 1952, alguno de mis compañeros residentes pasó por mi pieza para avisarme que dos jóvenes argentinos querían hablar conmigo y me estaban esperando en la recepción del edificio.
Bajé de inmediato, movido por la curiosidad de saber quiénes eran aquellos inesperados visitantes. Se trataba en efecto, de Ernesto Guevara y Alberto Granado. Venían desde el extremo sur del continente, desde Argentina, viajando ambos en motocicleta, recorriendo miles de kilómetros por carreteras destapadas, atravesando muchos países, cruzando por altas cordilleras, inhóspitas selvas y caudalosos ríos, venciendo toda clase de obstáculos, como si con ello quisieran probar no solamente su fortaleza física sino la fe inquebrantable en la realización sistemática de todos sus nobles ideales, hasta conquistar metas casi inalcanzables.
Este peregrinaje heroico por países convulsionados e inseguros, sin dinero, ni papeles de recomendación, desafiando las fuerzas mismas de la naturaleza, ya nos pone de manifiesto el carácter del Che Guevara desde los primeros años de su juventud.
La primera impresión que me causó el que entonces era un joven de veinticuatro años llamado Ernesto Guevara, fue bastante favorable. Como éramos casi de la misma edad (estábamos entre los veinticuatro y los veinticinco años) y ambos éramos universitarios, la comunicación fue fácil y espontánea.
Guevara estaba terminando sus estudios de Medicina y yo los de Derecho. Quería hablar conmigo porque yo era, en aquel entonces, un destacado líder de la izquierda estudiantil. Junto al ideólogo Antonio García y los estudiantes Rubén Darío Utría y Mauro Torres luchaba por darle vida a un nuevo partido socialista que tenía por siglas M.S.C. (Movimiento Socialista Colombiano) y por máximo ideólogo a Harold Laski. Además había sido presidente de la Asamblea Nacional Universitaria, había intervenido activamente en la revuelta popular del 9 de Abril de 1948 y tenía en mi hoja de vida varias entradas a la cárcel: entre ellas, una por editar y distribuir un periodiquillo clandestino que bautizamos con el expresivo nombre de “Llamarada”.
Fuera de esta especie de prontuario, acababa de publicar el pequeño libro ya mencionado, que la prensa nacional había comentado muy favorablemente. A poco de hablar con Ernesto Guevara y Alberto Granado, ya había nacido entre todos una inmensa simpatía. Los dos visitantes además de inteligentes, estaban admirablemente informados sobre la situación social y política de nuestros países latinoamericanos. Sufríamos, en casi todos ellos, la terrible pesadilla de las dictaduras y de los caudillos tropicales. El ambiente que se vivía en Colombia, tanto en las ciudades, como en los campos, era de terror, de persecución y de exterminio.
El Che llegó a Bogotá en aquellos días de extrema violencia, cuando en todas las esquinas de la ciudad había militares y policía con fusil y bayoneta calada, y por todas partes se respiraba una pesada atmósfera de miedo colectivo. Esa fue la Colombia que conoció el que sería gran líder revolucionario. La situación era tal que al poco tiempo de haber abandonado, el futuro Che nuestro país, grupos armados de empleados oficiales, asesorados y dirigidos por el detectivismo y siguiendo instrucciones del alto gobierno, el 6 de septiembre de 1952 incendiaron, saquearon y destruyeron en plena capital de la República la Casa Liberal, las residencias de los ex presidentes Alfonso López y Carlos Lleras Restrepo y redujeron a cenizas por completo los dos grandes periódicos liberales, que hacían la oposición, bajo censura, al régimen de terror imperante.
Más tarde ambos periódicos se recuperaron de aquel vil atentado, y siguen entre los más leídos e importantes del país: “El Tiempo” y “El Espectador”. Esa situación que en aquel momento vivían nuestros países latinoamericanos y, en particular, las condiciones de miseria y explotación que padecían y siguen padeciendo las clases obreras y campesinas, fueron uno de los temas principales de nuestro encuentro.
El Che estimaba que la única solución para la liberación de nuestros pueblos era la revolución popular. Había visto con sus propios ojos la situación de abyección y minusvalía de las gentes menesterosas, no solamente en su país, sino de los que acababa de conocer en su heroica gira, especialmente las de las tribus de las selvas amazónicas que visitó y a las cuales se refería con alguna frecuencia.
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difunden: 1er. Museo Histórico Suramericano " Ernesto Che Guevara " la Escuela de Solidaridad con Cuba " Chaubloqueo " y el Centro de Registro de Donantes Voluntarios de Células Madre - Irene Perpiñal y Eladio González - directores calle Rojas 129 local Capital - AAC 1405 - Buenos Aires - República Argentina telefax: 4- 903- 3285 Caballito
email: museocheguevara@fibertel.com.ar
http://museocheguevaraargentina.blogspot.com/
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